El presidente de la República ha cumplido un año en el poder, y en el paladar de los ecuatorianos su gestión tiene un sabor agridulce. Y es que no es posible estar satisfechos cuando el país ha saltado de crisis en crisis, algunas con consecuencias graves para el bolsillo del pueblo, como el incremento al IVA, los cierres de negocios provocados por la incontrolable inseguridad y los apagones prolongados.

El país ha sido testigo de un gobierno marcado por la polarización, la falta de acuerdos políticos sólidos, respuestas tardías y graves errores de comunicación. Estas dificultades han sembrado incertidumbre y desconfianza entre los ciudadanos.

Con la reelección en el horizonte, el presidente enfrenta un desafío crucial en los próximos meses. El final de su mandato se perfila como un momento de evaluación decisiva: si quiere recuperar el respaldo para un segundo periodo, deberá demostrar con hechos que es capaz de encarar los problemas estructurales del país, particularmente en economía, seguridad y estabilidad política.

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