Exclusivo
Farándula

El salsero Willie Colón.Cortesía

Willie Colón: el malo, no el gran varón

Por los 74 años del trombonista estadounidense, el escritor Esteban Michelena desentraña anécdotas de su trato cercano con el músico

El 28 de abril, Colón cumplió 74 años. Su trombón tiene calle y vientos de Harlem. Marcó el sonido, trazó el camino: crónicas urbanas, cercanía a Chico Buarque, a la cultura chicana. Cantó con pinta de mafioso, pero fue sheriff en NYC.

Fiestas de Quito, cuando éramos capital y no la aldea que ahora da vergüenza propia y ajena. En el tradicional Chavezazo, la estrella es el trombonista neoyorquino Willie Colón. En diario Hoy, lo recibimos con una exclusiva: avance en la portada y doble página interior, título a seis columnas: El Malo del Bronx ataca en Quito.

(Lee también: La historia del hombre que trajo la salsa a Guayaquil y se hizo amigo de Héctor Lavoe)

Toda la emblemática avenida del sur quiteño está repleta de fiesteros que han llegado a caer abatidos ante el poderío y la realidad urbana de las letras de sus temas, disparadas por una orquesta que, solo en vientos, suma cinco talentos que acompañan al maestro.

Hacia diciembre de 1995, en Ecuador estaba pegado ‘El gran varón’, un tema polémico y, aun en esos años, especialmente disruptivo: sin tapujos ni vueltas, cuenta la historia de un ‘pelado’ que, pese a la crianza del hogar, es un gay de carterón y boquita pintada: una ‘loca’, como se decía en el barrio. Y un hijo, que muere de sida, olvidado en la cama de un hospital y al que nadie lloró.

Entre los recuerdos más preciados de mi carrera, conservo el trato cercano con el astro. Willie, en modo trabajo, es un tren con turbo que cuida cada detalle. Entre ellos, que le irritaba ser presentado como el “gran varón” de la salsa: su talante de guapo del barrio y su formación familiar no daban ese chance, por ningún motivo.

Me instruyó que cuidara de aquello con el presentador. Hice el mandado, enfatizando al del vozarrón que no cometa ese error. Para esas, ya Willie estaba en la parte posterior de la tarima, eufórico por la marejada de gente que llegó a reverenciarle: moviendo sus hombros, el cuello, la cabeza; ansioso, ratificando que su chaqueta caiga impecable en su tuca figura.

“Dice el Malo del Bronx”, sugerí. “Ordena Willie”, enfaticé tajante, al oído del pana; un buen chico, conocido de años atrás. El locutor estaba nervioso: la presión de unas diez mil almas coreando el nombre de Colón, metían miedo a cualquiera. El pana cachó que estaba ante un monstruo, pero no tenía idea por qué venía el innegociable mandato.

El animador -un jovencito locutor aniñadote y de una radio que no era del rubro- se puso nervioso: una vez metido en faena, Willie podría resultar intimidante, incluso. Ese breve momento, casi acercándose, El Malo, nos miró atento y con gesto preciso, comprobó que el mensaje haya llegado, clarito, a la persona indicada.

Willie Colón.Cortesía

Por segundos de lucidez, el chamo se salvó de cometer el error: en el momento exacto, recordó la advertencia. La masa de gente estalló ante el anuncio, la orquesta ensayó una breve descarga de introducción al concierto. Cuando el chico volvió, tras las enormes cajas de sonido de entonces, pidió agua: estaba sudando. Willie es Willie. Y sí, es el Malo del Bronx, nada menos. Así que camina pa’lante y no mires para atrás.

El espejo donde calienta el Malo

Mi entrevista con Willie, publicada en revista Diners: “Mi barrio es el mundo” me dio mi primer reconocimiento en el periodismo local, pegando la única Mención de Honor en el Premio Nacional Jorge Mantilla – El Comercio.

Con esas credenciales, debidamente presentadas ante Mr. Willie, la cercanía creció y, antes de un show en Guayaquil, tuve el privilegio de ser personal oficial tras bastidores; incluso, acompañar un ensayo.

Fue en el Williams Exclusive Club, una típica boat de paredes rojas y falso terciopelo del mismo color en el mobiliario.

Uno de los temas contemplaba un breve solo de piano. Este, repetido una y otra vez, no lograba la plena aprobación de Colón. En esas, dispuso al pianista que lo ensayara puesto sus audífonos, por separado, hasta llegar a la perfección acostumbrada.

Esto ocurrió minutos más tarde. Cuando el tema estuvo resuelto y el repertorio establecido y repasado, Willie dio por terminado el ensayo: ordenó el descanso de la banda y estableció la hora en que debían encontrarse en el loby del hotel.

(Lee también: Del WhatsApp a la rumba: así nació grupo de cultores de la salsa en Guayaquil)

En esa gira -tipo maletero- acompañé su show en la Feria de Durán: ante miles de fanáticos arrebatados por el talento abrumador y rigor implacable con que Willie guapea, mientras descarga la banda sonora de, bajito, par generaciones guayacas.

El Malo cantaba con una leva roja, que se ponía segundos antes de saltar al micrófono. Se la cargué, impecable, en su respectivo armador. En el camerino, ante un espejo, una previa inusual: solfea; mientras medio bromea haciendo “sombra” ante el reflejo. El Malo alguna vez soñó pegar de verdad, en un ring de boxeo.

Antonia, el material de su alma

El papá de Willie estuvo en ‘cana’, no en las guerras de los gringos. William Anthony crece en la sabiduría y sacrificio de Antonia Román, su abuela; a punta de refranes y devoción a su ancestro borícua. Le regaló su primera trompeta, él -inspirado en Mon Rivera y Barry Rogers, trombonista y jazzman del Harlem- pasó al trombón.

Desde niño, con lírica callejera y furioso sonido, trizó la historia. ‘Abuelita’, es el tema tributo. ‘Idilio’, con Cuco Peña, o la poderosa versión con Fonseca; la grabó en su memoria: ella, hacia mediados del siglo pasado, la escuchaba en la radio.

El hambre y la necesidad

NYC, 1966. Willie, quinceañero, ya tenía su orquesta: La Dinámica. Lavoe, con 17, en los Newyorkers, cantaba a lo bestia. Johnny Pacheco, el legendario flautista, los junta; Jerry Masucci, en el 68, crea la Fania: la salsa estalla en el mundo. Letras y música devienen en mantras de la raza para soportar el asedio de los gringos o de italianos e irlandeses, en guerra por los edificios quemados de la urbe. Colón escuchó a Chano Pozo, con ‘Awanile’, sincretismo de alabanza y plegaria al Buen Señor; la grabó con Héctor. Lavoe armaba petardo y a Willie le tocaba repartir puñete. ‘El malo’, 1967.

Colón-Lavoe conquistan NYC y sacuden América Latina. ‘Calle luna, calle sol’, ‘Juanito Alimaña’, en modo ‘Quítate tú para ponerme yo’; son proclamas, declaración de principios; necesidad cultural de sobrevivir. Soy esto, estoy aquí y me respetas. En los barrios de guapos, no se vive tranquilo. Mide bien tus palabras, o no vales ni un kilo.

Colón le banca a Blades, que salta con ‘Echando mano’, portada en ring de box. En el 78, juntos, revolucionan la cosa: ‘Siembra’ es el credo de Blades, con ‘Pedro Navaja’ y ‘Plástico’; un brillante salto cualitativo. En el disco por los 45 años de ‘Siembra’, Blades, en lamentable omisión, no reconoce el tenaz trabajo y talento genial de Colón, productor del disco. “Es un clon de mi trabajo”, sentenció El Malo.

Willie pasó del cantar a los bohíos y mulatas de la Sonora Matancera, a sus crónicas urbanas. Blades arribó a otro nivel: ‘Maestra vida’, producida por Willie en 1980, es nuestra ópera mayor.

El pugilato con Blades

En un concierto en 2003, el empresario Robert Borgalo tumbó a los dos genios, que rompieron para siempre. Pero había más: Willie afirmó que no dos toros no alcanzan en un solo corral. Que él viene de la calle, donde antes que tocar, había que defender el trombón. Y Rubén, de Harvard: entornos que marcan la obra de dos íconos.

¿Quieres leer sin límites? ¡Suscríbete!