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Adrenalina al pie del Cotopaxi: un rally que involucró sal prieta y galletas
Saber ‘cajear’, ‘pata izquierda’, conocer la maña del ‘inflado’ son, entre otras, palabras claves que usan en este divertido y arriesgado deporte
El final de la recta, el Volkswagen Polo GTI de Alfonso Quirola alcanza unos 180 km/h. Enfila directo hacia nosotros que, agitados con banderitas y palmas, aguardamos el segundo culminante.
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El VW se eleva un metro y medio y, en segundos, vuela unos treinta metros. Se asienta en el carretero, busca la siguiente curva. Su motor de 1600 cc truena, metálico y afinado como una banda de rock. Alcanza los 100 k/h en 6.5 segundos y puede marcar 240 k/h.
Apostados al borde del lastrado, entre nubes de polvo, unas pocas piedritas se estampan en el rostro. Instantes supremos: un escenario de alto riesgo, la trepidante coincidencia de la perfección de la máquina, la sangre fría y sabiduría del piloto. Quirola sabe ganar, lo hace desde hace 18 años.
Escenas del Rally Mobil Cotopaxi que, con 85 tripulaciones, se corrió hace poco en caminos rurales de esta provincia andina. Llegaron unos mil aficionados, una parte vibró con dos días de carreras y el privilegio de acampar, con el soberbio volcán de fondo.
El manaba, Oreo y Leonela
El primer día fue para aplaudir el coraje con que cada uno de los 85 pilotos, desde sus posibilidades, se faja con el reto. A la sombra de eucaliptos en una de las curvas, un puñado de manabitas hace estruendo ante el paso del Can Am 997 de Alfredo Ortiz.
¡Métele sal prieta!, le gritan entre risas y brincos sus alborotados seguidores. ¡Dale con caña!, añaden, festivos y ruidosos. Lo disfrutan, segundo a segundo: se mandaron tremendo viaje desde Manta, como quince horas, para alentar al pana de toda la vida.
Aplausos para cada galán del volante. La nube de polvo advierte que otro se aproxima. Pero cunde el pánico: de la nada, un perrito negro asoma en plena curva. La gente se altera: si un bólido lo atropella…
Irrumpe un valiente, captura al perrito tuerca y lo mantiene a buen recaudo: unos niños le dan agua y, ante su pinta, hasta le bautizan: al prieto le llaman ‘Oreo’ y, tipo galleta, pasa de mano en mano, en medio de caricias y trocitos de pan.
La comunidad en buena onda. Al paso del Kia Picanto de Leonela Solórzano, muchos se suman a los vítores y puños en alto que las chicas ensayan a su paso. Ella, concentrada, no da bola y, derrapando con autoridad, muestra arrojo y pericia en el manejo.
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Lo que dicen los que saben
Mecánicos, pilotos veteranos, fanáticos, aspirantes chiros. Pablo Mora hace pista y ruta, hijo de corredor y taita de uno; Andrés, un explorador que llegó hasta Ushuaia, la argentina ciudad más austral del mundo, piloteando su vigoroso camper Vitara.
Antes del arranque pasan tres camionetas, que llevan tres, dos y un cero pintados en sus puertas. La última señala que la carrera empezó. “Te ubicas lejos del peligro, tras de un árbol, perfecto”, asusta el mecánico jubilado. “Los autos pasarán cada dos minutos”.
“A veces hueles la gasolina”, sorprende un rechoncho vulcanizador experto en ‘inflado’: conocimiento sobre cuánto aire cargar a las llantas para que ganen adherencia, sin restar explosión. “Depende del suelo, plan de carrera, piloto: ciencia y experiencia”. La clave está en el “compuesto” o características y respuesta del caucho, ante las exigencias de la ruta, la composición del suelo, temperatura ambiente y de la llanta; tiempo estimado para un ‘prime’ o tramo rápido. “Yo le sobo el labrado y le hago un diagnóstico”, guapea el ‘inflador’.
Usan jerga: saber “cajear”, es operar los distintos tipos de cajas de cambio, sin romperla ni sacrificar segundos. En las rectas previas a cerradas curvas, los pilotos “cajean” de cuarta a tercera marcha; los más locos, hasta segunda. “Ganas adherencia, primero. Y luego sales en quema”, enseña Mora.
Si gritan "¡pata izquierda!”, advierten que un corredor frenó, a veces, “por las puras”: un error al detener la marcha puede, incluso, voltear el bólido. Antes o luego de los espectaculares saltos, frenar puede ser letal. Suerte o muerte, cae la sentencia.
Las naves corrieron sobre cangahua, suelo durísimo y resbaloso. Mora indica que, en la curva, se abrirá un surco y mejor seguir la huella. “Si te sales, patina o te brinca el chivo y te desbaratas”, dice. Sugiere un accidente. “Los Vitara, por ejemplo, corren en low”, señala. Bólidos como el de Quirola disponen de esta tracción total.
Correr… ¿en “despacio”? ¡Sí! En suelos secos y muy duros, bajo lluvia o en lodazales, las naves ganan adherencia con la caja dispuesta para tracción a las cuatro ruedas. “Hay pilotos expertos en “lowear”, dice Mora. “Es un trabajo en equipo”, concluye.
Fraterna comunidad 'tuerca'
Los panas rayleros son buena onda. Durante la noche de camping, brama el acolite: se ayudan a plantar las carpas, intercambian carbón, comparten el asadito y los vinos de rigor. No faltan el guitarrista y los coros destemplados, las tonadas sentimentales, los romances modo rally.
Cae la tarde. Sentado en mi butaca, miro cómo el Cotopaxi tiñe sus nieves de un romántico color rosa. Recuerdo el sonido metálico y el trueno de los motores, haciendo música. El silencioso paisaje andino, recibiendo formidables autos en fuga y sus encendidos colores, tapándose de polvo.
Cada uno de ellos, volando sobre arenas y ripio, aclamados por fanáticos e incondicionales. Pido al Dj de la jorga una canción que se ofrece, perfecta. Fueron dos días de adrenalina pura, de “polvo en el viento”.
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