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Mis Historias Urbanas: Siete vidas
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17 de diciembre, 2017
Le decían Gallo, no por la mala fama en la cama ni por el peinado estrambótico, sino por cuentero, por esa labia macabra que usaba para liberarse de los líos, como se libraban los abuelos de los niños con el Cuento del Gallo Pelón.
Le decían Gallo, pero debieron decirle Gato, por las siete vidas que casi pierde. Dos de ellas tuvieron de culpable al amor. Por andar hecho el gallo bello (como buen gallo que fue), se metió con mujeres con dueño a las que luego hizo propias.
Así era él. "No es nada serio", aseguraba, pero a la vuelta de la esquina estaba metido de cabeza y con los maridos de sus musas soplándole la nuca. Casi lo matan a palos en un par de ocasiones.
La tercera vez fue en la moto. Como gallo de pelea, cuando se embriagaba daba guerra. En una de esas agarró la moto, de puro ‘jachudo’, y se mandó a cambiar al concreto. Horrendo impacto. Pero se salvó, otra vez.
La cuarta le pasó por despistado. Una vaca se le cruzó en el camino. Llevaba, en carrera, porque a veces era taxista, a una mujer embarazada que iba a dar a luz. Ambos salieron ilesos, una suerte que no corrió el viejo cacharro con el que andaba.
La quinta fue la diabetes. O más bien un clavo en el pie que le abrió una herida que tardó semanas en cerrar.
Y la sexta, los avatares del destino. El Gallo se tiró del auto para evitar que lo maten en un secuestro. Ese día casi la cuenta.
La séptima fue hace nueve días. El Gallo no pudo más y se lo lleva el hígado.
Pero no muere. No muere porque su presencia aún ronda a sus hermanos. No muere porque fluyen carcajadas cada vez que recuerdan sus hazañas. No muere aunque ahora esté en cuatro tablas. No muere, porque ahora, en la memoria de su familia, es inmortal.
Así era él. "No es nada serio", aseguraba, pero a la vuelta de la esquina estaba metido de cabeza y con los maridos de sus musas soplándole la nuca. Casi lo matan a palos en un par de ocasiones.
La tercera vez fue en la moto. Como gallo de pelea, cuando se embriagaba daba guerra. En una de esas agarró la moto, de puro ‘jachudo’, y se mandó a cambiar al concreto. Horrendo impacto. Pero se salvó, otra vez.
La cuarta le pasó por despistado. Una vaca se le cruzó en el camino. Llevaba, en carrera, porque a veces era taxista, a una mujer embarazada que iba a dar a luz. Ambos salieron ilesos, una suerte que no corrió el viejo cacharro con el que andaba.
La quinta fue la diabetes. O más bien un clavo en el pie que le abrió una herida que tardó semanas en cerrar.
Y la sexta, los avatares del destino. El Gallo se tiró del auto para evitar que lo maten en un secuestro. Ese día casi la cuenta.
La séptima fue hace nueve días. El Gallo no pudo más y se lo lleva el hígado.
Pero no muere. No muere porque su presencia aún ronda a sus hermanos. No muere porque fluyen carcajadas cada vez que recuerdan sus hazañas. No muere aunque ahora esté en cuatro tablas. No muere, porque ahora, en la memoria de su familia, es inmortal.