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Mis Historias Urbanas: La recepcionista

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‘Careperro’. Así le pusieron a la recepcionista al salir del centro de consultoría turística en el que buscaban ser asesoradas para el viaje. Una ‘tipeja’, una ‘de lo último’, una ‘¿no le enseñaron a sonreír cuando atiende a clientes?’. Ya se imaginan, la mujer, con cara de pocos amigos, tenía peor genio que secretaria de universidad pública.

"Nos vamos", sentenciaron antes de pararse con sus carteras refinadas y marcharse sin rumbo. Habían llegado allí por recomendación. En realidad es una compañía de prestigio. "Lo malo es su personal". "Conozco otro lugar", atajó, sin imaginar el cuchitril al que llegarían. 

Un cuartucho de tres por tres, con una laptop vieja y hojas amontonadas. Más que empresa parecía la bodega de algún maestro jubilado. Choque de miradas inquisidoras y un movimiento de cabeza. "Nos fuimos". 

Era eso o cederle la responsabilidad de su importante viaje a los descendientes de la Chimultrufia. Se rindieron por ese día. "¿Y si intentamos en otra agencia?". Lo hicieron al día siguiente. Volvieron a la prestigiosa compañía, pero esta vez, a la sucursal del aeropuerto. 

Antes, una llamada previa: "La verdad tuvimos una horrible experiencia en el local del centro. Esa joven atiende horrible". "Lo lamentamos mucho. Las esperamos aquí, por supuesto", contestó una voz dulce. El panorama alentador se disipó al entrar. 

La ‘careperro’ estaba allí. No contaban con que se turnaba al personal. Cuando las vio, supo de inmediato que eran ellas quienes habían llamado. El odio se intensificó. Esta vez no abandonaron el barco. Viajan en un mes.