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Mis Historias Urbanas: Recadito
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21 de enero, 2018
El profe había entrado temprano ese día. Su perfume envolvía el aula de forma tan imponente como su solemnidad. Un señor con mayúsculas, dirían años después sus alumnas.
La juventud, sin embargo, deja de lado todo signo de respeto y entre incomprensibles faltas que pueden cometer los jóvenes se abren las puertas de lo absurdo. Allí aparece ella. Creyó que era buen momento para jugar al recadito.
En esa época no había Whatsapp. Así que, entre risas y chacotadas, dobló el papelito y extendió el brazo hacia el otro pupitre, como olvidándose de la clase.
-Usted, señorita, ¿por qué no nos comparte lo que dice ese mensajito?, la sorprendió el maestro. Con la sangre en los pies, la vergüenza en la garganta y el papelito aún en la mano, respiró profundo.
Tenerlo tan cerca era casi un sueño. -No puedo, dijo en un susurro, con la voz casi quebrada. El hombre abrió sus ojos, que parecían dos soles, y esta vez la obligó. -Léalo. -No, desafió ella. -Señorita, no le estoy pidiendo de favor…, recordó al borde de un derrame cerebral.
Y tomó el papel. La estudiante bajó la mirada, rogando que no lo lea en voz alta. No lo hizo. "Es hermoso. Míralo. Tan caballero, con ese traje perfecto, ese olor, esos labios… Amo al profe".
Dobló el recadito y lo puso encima del pupitre. -Muchas gracias…, atajó el maestro tras el incómodo momento, mientras soltaba una sonrisa entrecortada que la terminó de enamorar.
En esa época no había Whatsapp. Así que, entre risas y chacotadas, dobló el papelito y extendió el brazo hacia el otro pupitre, como olvidándose de la clase.
-Usted, señorita, ¿por qué no nos comparte lo que dice ese mensajito?, la sorprendió el maestro. Con la sangre en los pies, la vergüenza en la garganta y el papelito aún en la mano, respiró profundo.
Tenerlo tan cerca era casi un sueño. -No puedo, dijo en un susurro, con la voz casi quebrada. El hombre abrió sus ojos, que parecían dos soles, y esta vez la obligó. -Léalo. -No, desafió ella. -Señorita, no le estoy pidiendo de favor…, recordó al borde de un derrame cerebral.
Y tomó el papel. La estudiante bajó la mirada, rogando que no lo lea en voz alta. No lo hizo. "Es hermoso. Míralo. Tan caballero, con ese traje perfecto, ese olor, esos labios… Amo al profe".
Dobló el recadito y lo puso encima del pupitre. -Muchas gracias…, atajó el maestro tras el incómodo momento, mientras soltaba una sonrisa entrecortada que la terminó de enamorar.