Exclusivo
Crónica
El calzón 'toldo' no se ha extinguido en la Bahía de Guayaquil
Vendedoras y dueñas de locales de lencería abren su ‘interior’ y cuentan la diversidad de clientes que tienen y las prendas que ellos prefieren, que van desde hilos hasta 'matapasiones'.
En la Bahía, el casco comercial de Guayaquil, uno encuentra de todo, pero no solo en productos, también en historias.
En esta ocasión, EXTRA conversó con vendedoras y propietarias de locales que comercializan lencería femenina y masculina.
Un paso obligado es ir a las calles Olmedo y Chile (centro de la urbe), donde hay un pequeño pasillo en el que se exhiben sostenes, tentadoras y calzones de todo tipo: hilos, tangas, bikinis y medio ‘camuflados’ están los de abuelita, los ‘toldos’ o también llamados ‘matapasiones’ .
Aunque le parezca mentira, todas estas prendas tienen su comprador y a este ‘mall’ popular van de todas las edades y clases sociales a comprar su ropa interior.
El pagador, el ‘sugar daddy’
El más deseado de los clientes es el ‘sugar daddy’ (papi dulce). Ellos pueden gastar en una sola compra de 30 hasta 100 dólares. Es según el ‘pato’.
“Nosotras vendemos los brasieres en 5 o 6 dólares, pero ellos pagan hasta más, unas 8 'latas'. Por ejemplo, acá trabajaba una chica y un cliente, de unos 70 años, venía a comprarle a ella. Le pagaba más de lo que costaba la prenda y le dejaba propina; unos 5, 10 o hasta 15 dólares. Le traía jugos, empanadas. Decía que la lencería era para la ‘hija’ de una señora que trabajaba con él y que le gustaba 'ayudarla' de esta forma. Nunca reconoció que era para su pareja. A la vendedora no le importaba para quién era el producto, solo quería que se dé la compra y su propina. La última vez que vino a comprar fue en el feriado del 24 de Mayo. Tiene más de una década comprando nuestra lencería”, relata Vanessa Loor, propietaria.
Los ‘doble vida’
Entre los clientes que acuden al sitio en el que hallan ropa 3 B (buena, bonita y barata), están aquellos que tienen a su enamorada o 'ñora' y al mismo tiempo vacilan con su amante.
“En febrero pasado, un abuelito vino y gastó $ 30 en una compra: 25 para la amante y 5 para la esposa. Tenía más de 80 años. A su señora le llevó tres calzones tipo toldo y a su ‘querida’ le compró hilos y una tentadora. Me pidió que le ponga su compra en dos fundas separadas, no quería tener problemas con ellas”, revela la comerciante Mayra Bustamante, quien manifiesta que días después el hombre regresó por otra tentadora, pues a su ‘amiguita’ le gustó el regalo.
Gloria Cauja, quien empezó ‘tirando piso’ en la Bahía hace 40 años, también dice que tiene clientes bandidos que matan dos pájaros de un tiro en una sola compra.
“Me dicen: ‘Deme una talla de bikini 38 y otra 36. Deme una docena, media para una y media para la otra, pero en fundas separadas’”, explica la vendedora, quien a punta de calzones y sostenes ha sacado adelante a sus ocho hijos. Y el menor también está en el negocio de la lencería.
Clientes mayorcitas
Son pocas, pero las mujeres maduritas también se pegan su ‘vueltazo’ por la Bahía.
“Hace dos semanas vino una viejita a comprar tangas. Tenía todo su cabello blanco y su piel bien arrugada, fijo tenía más de 70 años. Por la rebaja que le hicimos casi besa a mi jefe”, cuenta entre risas Mónica Hube.
Bustamante recuerda una conversación que tuvo con una clienta de la tercera edad, quien se llevó una tentadora.
- Véndame algo bien sexy.
- No me diga, amiga.
- Es que te cuento, me salió un pretendiente.
- Le voy a mostrar una tentadora que le va a encantar a usted y a su pareja.
“Siquiera pasaba los 80 años, pero estaba bien parada la señora, iba con tacones y un vestido arriba de la rodilla. ¿Cómo me di cuenta de que era adulta mayor? Porque tengo abuelita de 90 años y era como ella, su cara y pecho bien arrugaditos y con cabello blanco”.
Las ‘embutidos’ y más
Asimismo están las clientas ‘entro porque entro’. “Una le muestra su talla real, pero siendo ‘large’ quieren entrar en una ‘small’ como sea. Insisten tanto que se las llevan y uno las vende”, indica Loor.
Bustamante revela que dentro de sus compradores también están los transexuales, gais y sexoservidoras. “Ellos hablan sin pudor, te dicen las cosas de una y está bien, porque no se van con rodeos. Varios de ellos me piden lencería erótica. ‘Hoy en la noche tengo que hacer un baile y quiero estar regia y elegante’ me dicen. Y les damos lo que buscan. Quedan felices y traen más clientes”, precisa Bustamante.
Y no pueden faltar las parejas que van a comprar juntas. “Ellas se matan preguntándoles: ‘¿Te gusta el color, el estilo?’. Ellos les responden: ‘Me da igual si yo te lo voy a quitar’. A algunas chicas les da coraje y cuando no les paran bola, discuten, pelean y no compran nada. Sin embargo, hay otros que son melosos y amorosos. Ellas se prueban encima de la ropa la lencería y ellos se sonrojan”, concluye Loor, reconociendo que de todo da la mata.
Modelos para todos los gustos y necesidades
Están los que vienen con ‘aire acondicionado’, es decir calzones tipo hilo con abertura en la parte de abajo, de manera que la vulva queda al ‘aire libre’. “Esa prenda es para alguien que está preparada para el ‘cuerpeo’ espontáneo, en cualquier lugar y a cualquier hora. Yo no me lo pondría nunca. Para usar eso, mejor no me pongo nada. Y encima dos por cinco dólares, noooo”, dice Ana Espinoza carcajeándose.
Pedro Rodríguez confiesa que él le compra los de ‘abuelita’ a su pareja, que es joven pero muy conservadora. “Estos los usa cuando aparece Andrés, el que llega cada mes, la menstruación”, aclara Pedro, quien añade que estos le ajustan más y ella se siente segura y cómoda.
Otra opción muy buscada son las prendas con rellenos, tanto en sostenes como en calzones. Hay de diversos precios, pero los brasieres pueden ir desde 5 a 6 dólares por unidad. Y la calzonaria con ‘nalga postiza’, de 10 a 12 ‘latas’. Lo chévere es que se puede regatear.