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Buena Vida
Alberto Astudillo, el periodista deportivo que ama desmedidamente a los animales
A los siete años recogió su primer perro de la calle. Hoy, tiene cuatro y son los mimados de casa. Como regalo siempre pide balanceado para sus canes
Desde niño el periodista Alberto Astudillo supo que los animales eran como miembros de la familia. Fueron tantas las lecciones de respeto a la vida que recibió de su abuela, que para nadie fue una sorpresa el día en que llegó a casa llevando entre sus brazos a un perro abandonado.
Lo que sí causó asombro en ese pequeño, de siete años, fue descubrir que aquel animalito al que él y todos sus ‘panas’ del fútbol, habían bautizado como ‘Tobi’, era en realidad una hembra.
El barrio Chimbacalle, en el sur de Quito, fue el escenario de su primer rescate. Una tarde cuando se juntó con sus amigos para un partido en la canchita, descubrió que ‘Henry’, otro can de la zona, había sido atropellado. ‘Tobi ’ había perdido a su amigo. “No podía dejarlo ahí solo. Cuando llegué, mi familia me dijo que debía esterilízalo. Así descubrimos que el ‘Tobi’ era en realidad, la ‘Tobi’ y estaba preñada. Tuvo una sola camada que repartí entre los mismos amigos del fútbol. Eran otros tiempos y nadie se negó a aceptar un cachorro”, rememora el comunicador de Teleamazonas.
Han pasado muchos años desde ese día, pero el amor que Alberto siente por los animales sigue intacto.
En su hogar, ubicado en Lumbisí, en el oriente de Quito, tiene cuatro mascotas. Todas rescatadas de un doloroso pasado. ‘Manolo’ es el que menos tiempo lleva en el hogar. Apenas un año. “Llegó como pasante. Le íbamos a buscar una familia, pero se quedó”, narra Astudillo. Los 'pasantes' son los rescatados a los que acoge como refugio temporal hasta que sean adoptados.
‘Lola’, en cambio, es lo más parecido a una schnauzer. La conoció en una clínica veterinaria de Cumbayá, cuando llevaba a otro animalito para que lo atendieran. ‘Lola’ había sido abandonada por sus dueños después de que la llevaran a poner sus vacunas. “En el lugar me dijeron que si su familia no regresaba la pondrían a dormir”, explica. Después del debido reclamo y de cuestionar los criterios para sacrificar a un perro sano, Alberto se hizo cargo de ‘Lola’.
La responsabilidad ante todo
‘Abuela’ es la más viejita de sus mimados. Cuando llegó a la vida del periodista deportivo, él imaginó que estaba pasada de peso. Pero no era así, tenía retención de líquidos. “Cuando quería sacarla a pasear, ella no lo deseaba. Tenía tanto miedo que se metió debajo del carro. Ahí uno entiende que el trauma de la violencia que vivió fue súper fuerte”. Hoy, después de años, forma parte de la familia de Astudillo y es la primera en salir a los dos paseos diarios que reciben.
Con ‘Leo’ la historia de amor llegó del lado de su esposa, Elizabeth. Había sido atropellado en Guayaquil y luego traído a Quito para ser adoptado. Sin embargo, la falta de una cirugía causó que sus patas no sanaran adecuadamente y hoy, usa silla de ruedas.
Él es el único que no duerme con Alberto. Tiene su propia habitación -un comedor de diario con chimenea- en el que el comunicador le armó un corral para que estuviera cómodo. “No puede controlar esfínteres y en la noche usa pañal”, explica.
‘Lola’ pasa la noche entre Alberto y su esposa. ‘Abuela’ duerme con la hija de la pareja y ‘Manolo’ sortea ambas camas hasta llegar a la del hijo de Astudillo, que ya no vive en casa. “Lo hace sobre todo cuando huele a los tres gatos de los vecinos que se meten a dormir ahí”, precisa el presentador de televisión.
En el hogar del comunicador hay lugar para todos, incluso para una zarigüeya que lo visita periódicamente desde una quebrada cercana. “Bueno yo creo que es la misma. La veo paseando por el jardín, no le tengo miedo ni ella a mí. Solo le digo a mi familia: vean, ahí está la ‘Pepa’ porque le gusta comer el balanceado de los perros”, señala.
Pese a que Alberto sufre de aracnofobia, respeta la vida hasta de la más minúscula araña que se atraviesa por su camino. “Cuando encuentro alguna le hablo: salga negrita, salga de aquí”, bromea.
El mueble de las golosinas
Las cuatro mascotas tienen suerte de haber llegado a su vida. La familia las mima como si se tratara de niños pequeños. Dos veces al día, cada uno de los perros recibe su plato de comida y una o dos veces por semana, el balanceado viene acompañado de atún o hígado para fortalecer su organismo o simplemente que “coman rico”.
En la cocina del rescatista existe un mueble en el que se guardan las galletas, premios y juguetes de los peludos. “No tienen una golosina favorita. Hemos probado de todo y todo les gusta”, destaca el comunicador feliz de haberles cambiado la vida.
Sabe que la tarea de rescate animal implica tiempo y recursos y, a medida de sus posibilidades, no duda en tender una mano a cualquier peludo que lo necesite.
Su compromiso es tal que muchas veces anima eventos y pide como pago donaciones para los perros abandonados. Incluso como regalo de cumpleaños acepta “libras de comida para perros”.
La peor historia
Aunque Alberto sabe que no puede salvar a toda la fauna urbana en situación de abandono, han habido casos que lo han marcado. “No soy veterinario y, a veces, no he podido llegar a tiempo, se han muerto en el carro de camino a la veterinaria”, dice.
Pese a que esos casos lo han llenado de impotencia, la historia que aún le causa escalofríos ocurrió hace unos años. Iba con su familia por la vía Intervalles (oriente) cuando vio a una niña ahogando un perro. “Cuando metí las manos para sacarlo, ya era muy tarde. Esa nena no tenia más de siete años y me dijo que su abuela le había pedido que le diera un baño. Esa era la forma en la que se deshacían de los animales no deseados... Se me iban las lágrimas en el auto. Yo aún me pregunto cómo se puede enseñar a un niño que no le importe nada la vida”, cuenta.