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Vecinos de La Comuna se sienten incompletos
Para los familiares de los fallecidos en la cancha es difícil regresar al lugar. No han logrado asimilar que sus parientes no volverán.
A Jaela Chamorro aún le duele volver a la canchita de La Comuna. Abraza a su pecho una hoja blanca que lleva dibujado un rompecabezas incompleto. “Falta algo” se lee sobre el pedazo de papel. “Mi padre murió. Su cuerpo fue el primero que encontraron”, narra.
Aunque César Chamorro amaba jugar vóley, la tarde del 31 de enero, fecha del aluvión, solo veía la inauguración del torneo desde las gradas. Eran poco más de la 18:00 cuando una ‘marea’ de lodo lo arrastró. “No le dio tiempo de subirse al carro”, lamenta la menor de sus tres hijas.
Salía en su taxi antes del alba y regresaba al anochecer. “Aún lo espero. A veces siento como si el portón se abriera y él subiera por las escaleras”, relata.
La tarde de la tragedia, que dejó a ese barrio del occidente de Quito cubierto de fango y desesperación, Jaela estaba en casa. En cuanto supo del aluvión trató de contactarse con su padre. El celular timbraba, pero no había respuesta. “Hasta ese momento no sabíamos la magnitud de lo ocurrido”.
Y, aunque la joven y su novio sortearon obstáculos para llegar hasta la zona cero, fue imposible ubicar al Pastusito, como llamaban al hombre nacido en el Carchi.
“Mi enamorado se metió en la cancha, pero no lo encontró. Cuando un señor salió del lodo, lo tomé del brazo y le pregunté: ¿César Chamorro estaba aquí? Él asintió con la cabeza”.
El panorama era desalentador para Jaela, pero guardaba la esperanza de que su papito siguiera con vida. De pronto tuvo un presentimiento. Algo la llamaba hasta la calle Diego de Armendáriz, a unas tres o cuatro cuadras de la canchita de ‘El Dorado’. Ahí lo encontraron enterrado entre el lodo y escombros. “Le lavaron la carita y pudimos reconocerlo. Siento que él nos hizo coincidir en ese lugar con mis hermanas para que nos pudiéramos despedir”, menciona.
El cadáver del padre estaba casi completo. Unos dientes y partes del rostro se habían desprendido durante el aluvión, pero sus miembros estaban intactos.
Hoy, casi veinte días después del desastre, Jaela tiene miedo de salir de casa. Su madre Esperanza Palma se engancha a su brazo y la acompaña hasta el espacio deportivo para que la chica le deje un arreglo de flores. “Sé que somos su legado y seguiremos honrando su memoria en La Comuna, pero es difícil”, describe.
El ñaño que se fue
A pocos metros de la familia Chamorro, las ñañas de Genaro Valenzuela prenden una vela blanca y levantan un altar para recordarlo. Lo cuidaron tanto durante los días más oscuros de la pandemia para que no se infectara de coronavirus, que se sienten devastadas con su trágica muerte. “Casi no salía”, coinciden.
Esa tarde, Genaro tenía pico y placa, pero su hija le dio un ‘aventón’ hasta la cancha para que disfrutara del campeonato. No pasaron ni cinco minutos desde que el hombre se había bajado del auto, cuando la ‘ola’ de lodo se lo llevó.
Le decían Papacito y cuando sus familiares escucharon de los vecinos el rumor de que estaba vivo, sintieron paz, pero no era de su Papacito de quien hablaban.
“A otro vecino le han sabido decir igual. Mi hermano murió y lo encontramos al día siguiente. Nadie me creía que era él, pero lo reconocí. Éramos 12 hermanos, quedamos solo cinco”, lamenta Alicia.
Una tumba que aún no han visitado
El cuerpo de César Chamorro fue sepultado en el pabellón número 15 del Cementerio de El Batán, en el norte de Quito. A su familia, aún le duele visitar su tumba.
Una misa de réquiem para honrarlos
Después de 15 días de la tragedia, en el sitio se hizo una misa para recordar a las más de 28 víctimas que perecieron por el aluvión.