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Un ‘veci’ fan de la música rock que también le hace a la chicha
Vladimir Orbe no le teme a ‘pegarse’ un bailecito con las melodías de Ángel Guaraca y de Byron Caicedo. Incluso grabaría un disco con ellos.
Detrás de una melena, ropa oscura y seis tatuajes en brazos y piernas, se esconde algo más que un roquero. Es Vladimir Orbe, de 31 años.
No solo es músico, compositor, bajista, líder de una banda de metal y ciclista, también es chichero. Este ‘veci’ de la Loma de Puengasí, en el sur de Quito, revela a EXTRA que sus ídolos son Ángel Guaraca y Byron Caicedo, a más de escuchar a los estadounidenses Kiss y a la agrupación sueca de punk Disfear.
Es mediodía. Vladimir dice que para él la música chichera es libertad, distinción, diferenciación. Porque puede cantar y bailar algo que a otros resultaría vergonzoso.
Uno de sus anhelos es conocer a Ángel Guaraca, El indio cantor de América. El otro es grabar un disco con sus covers al estilo chicha-ska-punk. Al menos para cumplir este último dice que ya está armando el borrador musical.
“Si tuviera frente a mí a Guaraca lo primero que le diría es que hagamos un TikTok. Después le pediría que cantemos ‘Dónde estarás mi pequeña’ o ‘La ecuatorianita’, que son mis temas favoritos”, dice.
Le hace a todo
Sin embargo, hace un tiempo pudo ser el bajista de la orquesta Don Medardo y sus Players, pero rechazó la oferta.
Para él, la chicha es un género musical que debe ser celebrado a tope. Bailarlo con devoción, cantarlo con sentimiento y sentirlo con el corazón.
“Mucha gente piensa que los roqueros solo bailamos cuando estamos borrachos, pero yo lo hago sobrio. Disfruto bastante, y a diferencia de otros no me cohíbo de saltar a la pista y mover el esqueleto, pongan lo que pongan”.
Y así lo demostró. Mientras abría espacio en una pista de baile improvisada, Vladimir comenta que incluso ha bailado reguetón, al que respeta y no critica. Porque, como en todo género musical, siempre hay exponentes que degradan a la mujer y ya depende de cada uno si lo escuchan.
Al ritmo de “contra la pared, eh, eh…”, y apoyado en lo que llama “el pasito básico”, se pone en cuatro con dificultad y advierte que “aunque es una tabla”, ha perreado en más de una ocasión y hasta abajo.
“No suelo tener movimientos sensuales. Eso no es lo mío, pero tampoco me limito. Si me gusta el ritmo lo bailo como puedo. Lo importante es ser real y no mojigato”.
Para Vladimir la vida no ha sido tan ‘gozada’ como aparenta. También le ha dejado marcas imborrables, como la que lleva en su brazo derecho, en donde se tatuó una fecha y el nombre ‘Margarita’. “Es el día en que murió mi madre. Tuvo cáncer gástrico. Sufrió mucho, pero hace ocho meses está descansando”.
Se aflige y disimula el dolor. Recoge su cabello detrás de la oreja derecha e intenta cambiar de tema. Dice que para no deprimirse se aferró a las redes sociales, a la chicha y en especial a la bicicleta.
Entrenó durante meses y hace cuatro le rindió un tributo a Margarita. Pedaleó durante un día desde la Loma de Puengasí hasta el sur de Cotopaxi. Le entregó su sacrificio en señal de que sigue vivo aún después de su muerte.
Así llegó al primer refugio del volcán Cotopaxi y después avanzó al sur de la provincia, que era la meta. “Solo llevé galletas, barras energéticas y agua con panela. Salí de Quito a las 07:00 y después de 11 horas de recorrido llegué a Puengasí”.
Dice que la vida es como una novela y él es el personaje principal, que lucha por su felicidad que al menos, por ahora, se la da su amada chicha.