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La tradición de quemar años viejos se originó por una epidemia
Los primeros registros están en Guayaquil, cuando el cabildo pidió que se quemaran las ropas de los infectados de fiebre amarilla. La costumbre se extendió a varios países de Latinoamérica.
Desde la tarde de cada 31 de diciembre ya se puede ver a hombres con vestidos provocativos cerrando las calles y pidiendo dinero para el agonizante año viejo, representado por muñecos rellenos de papel, aserrín o paja.
Esta costumbre, que se extiende por todo el país, tiene orígenes ritualísticos e históricos.
El investigador Héctor Molina cuenta que esta tradición se remonta a 1843, en la época de una de las epidemias más fuertes de fiebre amarilla.
“El cabildo guayaquileño sugirió que se quemen las ropas de los infectados. Esto lo acompañaron con paja para que se queme más rápido”, explica.
Pero no se trataba de una decisión sanitaria, sino más bien de una especie de ritual para eliminar lo malo de la enfermedad. El fuego ha sido considerado por la mayoría de culturas como un elemento purificador y de combate al mal, agrega.
“Hay que tomar en cuenta la religión católica llegada con los españoles, en cuya Iglesia se quemaba gente en la época de la Inquisición”, anota Rina Artieda, también investigadora.
Pero ella ha encontrado otros datos. “Hay documentos en los que se relata que en el Tahuantinsuyo quemaban muñecos para destruir el alma de aquellos a los que representaban”.
Un hueco de historia
Para Molina, es lamentable que en siglos anteriores no se documentaran las cronologías, pues hay algunas lagunas.
En 1895 hay otro registro de quema de muñecos, también ligado a un brote de fiebre amarilla, pero para entonces ya no era ropa rellenada con paja, sino muñecos con forma humana. “Representaban a los muertos. Suponemos que durante esas décadas la tradición se fue afianzando”.
En 1897 el naturalista italiano Enrico Festa, en su obra ‘Diario de viaje en el Darién y el Ecuador’, menciona un ritual en Guayaquil en el que hombres vestidos de mujeres iban por la ciudad con la representación de un muerto. “Era una procesión fúnebre. Las viudas pedían dinero para el trago de los acompañantes”, detalla Molina.
En otros países
Ya en el siglo XX la costumbre avanza hacia ciudades como Quito y Loja. Pero no se quedó ahí, pues traspasó hacia el norte de Perú y el sur de Colombia.
Poco a poco fue trascendiendo hacia regiones de Venezuela, Chile, Panamá, Honduras, Nicaragua, El Salvador, México, Cuba y hasta Argentina, según el experto.
En 1940 se integró la sátira en los mandatos de Velasco Ibarra y aunque en Guayaquil la tradición ha evolucionado hasta los monigotes gigantes, en Quito y la mayoría de la Sierra se mantiene un poco más la esencia.