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¡Súplicas para que reine la paz en Ucrania!
Devotos consideran que los sucesos violentos se dan por falta de temor al Supremo. En los actos diarios imploran que el Señor cambie los corazones.
El temor ronda en las calles, pero dentro de los templos de oración la fe clama paz. Con esperanza, decenas de creyentes llegan a estos lugares de devoción en Guayaquil, Quito, Cuenca y el resto del país pidiendo por la salud, por sus familias, y en medio de sus clamores personales también ruegan para que cesen los hechos violentos que siembran el terror de todos.
Cientos de devotos expresan similar clamor en los oficios y jornadas cristianas que se transmiten, diariamente, por las plataformas digitales.
“Debemos estar más cerca de Dios tanto en los buenos como los malos momentos”, sostiene la devota Mercy Posligua, después de hacer su plegaria, de rodillas, ante la imagen de San Judas Tadeo, a quien feligreses le piden consuelo y socorro del cielo en sus necesidades, tribulaciones y sufrimientos.
La creyente, quien asegura acudir con regularidad a la iglesia para vivir su fe, expresa su confianza en que el Creador ayuda a superar las dificultades.
En la Catedral, frente al retrato de la santa Narcisa de Jesús, a quien constantemente le agradece, pues dice que por su intercesión él recibió el milagro de recuperar la visión cuando era pequeño, Marcelino Maldonado considera que los múltiples delitos son un irrespeto al Supremo.
“Vivimos en un tiempo en que se ha perdido el temor a Dios y por eso es que se suscitan todas estas cosas, la violencia. No hay respeto para nadie”, acota, y él es del criterio de que debe haber una alianza entre los ciudadanos con las autoridades “para tratar de combatirla”.
Otra devota que seguía un oficio religioso celebrado en el convento de San Francisco de Guayaquil, en el templo de Nuestra Señora de los Ángeles, también pedía por la paz para el mundo y para el país, “que se aleje la COVID-19, pero sobre todo que disponga del santo temor de Dios y que nos libre de la muerte violenta”.
Así, mientras cada día el dolor estremece en distintos sectores del país, desde donde se reportan ataques con muertes y robos a personas, orar y pedir al Señor por la paz es la opción que muchos encuentran. Es poner las cosas en manos de Dios.
Orar por la salud es una constante diaria en los templos, y también se lo hace con la esperanza de que el Supremo cambie el corazón de los violentos, coinciden los devotos.
Es preocupante la droga
En otro templo tradicional de la ciudad, en el Santuario de Cristo del Consuelo, tampoco faltan las plegarias. Adultos y jóvenes ingresan y claman por sus aflicciones y por seguridad ante la imagen del tradicional Jesús crucificado, al que miles de feligreses le profesan admiración.
“Estamos en una época bastante difícil, que el ser humano, consciente o inconscientemente, ha agravado la situación”, dice el padre Alfonso Reyes, vicario del Santuario.
Tras mencionar que a la par de otros efectos como daños ambientales y la migración que afectan al planeta, el religioso asevera que la pandemia nos ha hecho tomar conciencia de la fragilidad humana. “Un virus invisible nos pone al borde de la muerte”, resume.
Este representante de la tradicional parroquia destaca que de entre lo que nos rodea “es preocupante, en este momento, la ola de violencia y el consumo de droga”.
Con tristeza describe que ahora se ve a jóvenes consumiendo en pleno parque, como algo normal. “La droga es cosa seria”, enfatiza.
Para el religioso la adicción es como un “suicidio consciente”, porque los jóvenes ven que se están destrozando, “se están acabando y no la dejan”.
A criterio de monseñor Luis Cabrera, arzobispo de Guayaquil, ante los grandes problemas, lo primero que se debe ver es cuáles son sus causas para tratar de encontrarles una solución, ver qué pasa en las familias.
Como ejemplo detalla lo palpado en uno de los proyectos comunitarios que impulsa la entidad, donde vieron que un número de niños y jóvenes no seguía sus estudios.
Por ello, el representante de la iglesia considera que la falta de educación podría ser una de las causas que está derivando en esos hechos que ahora infunden temor en la población.
Los conflictos internos, las frustraciones, la falta de trabajo, entre otras razones, conllevarían a que en el camino de buscar formas de supervivencia, las personas cometan errores.
Por ello, según monseñor Cabrera, la iglesia impulsa la creación de pequeños emprendimientos en sectores populares para darle alguna herramienta a personas y motivarlas a salir adelante. “Pero es una gota en el mar de necesidades”, precisa.
Además, resalta que se debe armonizar valores, tener confianza, seguridad en nosotros mismos y “contar con la fuerza de Dios” que se descubre aún en estos sucesos penosos.
Mientras en las calles, en los barrios se transmite el temor ante los distintos delitos, en los diversos oficios, en los templos o por la vía digital se pide que la palabra de Dios nos vaya transformando para el bien, que Él sea nuestra fuerza y bendiga con paz a la ciudad, al país, al mundo.
Líderes de banda, dispuestos a diálogo
La Iglesia católica forma parte de la comisión pacificadora que intenta buscar la paz en las cárceles del Ecuador y según explicó el arzobispo de Guayaquil su representante ha manifestado que en los encuentros con los líderes de las organizaciones estos se han mostrado dispuestos a dialogar y llegar a acuerdos.
Los integrantes de la comisión deben tener, en un plazo de seis meses, el posible plan que permita alcanzar la paz entre los internos.
Después del desenfreno viene la ceniza
Termina el carnaval y empieza la cuenta para la celebración de la Semana Santa, la cual se la festejará del domingo 10 de abril (Domingo de Ramos) hasta el domingo 17 del mismo mes, Día de Resurrección.
Pero previo a ello, hoy, 2 de marzo, comienza la Cuaresma, un período de 40 días que culmina con la Semana Santa o también llamada Semana Mayor, tiempo en el que los católicos tienen su momento de reflexión, arrepentimiento y penitencia. El origen del ritual del Miércoles de Ceniza viene de una tradición hebrea, en la que los judíos cubrían de ceniza varias partes del cuerpo para acercarse más a Dios, a través del arrepentimiento. La ceniza significa mortalidad y fragilidad.