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La soledad no pesa tanto
Los residentes internos del albergue San Juan de Dios contaron sus deseos de Navidad. Son 34 personas de las que no se conoce a su familia o los abandonaron. La mayoría, adultos mayores,
Están alejados del bullicio y el tráfico por las compras navideñas. Son 34 personas, la mayoría adultos mayores, que encontraron un hogar en el segundo piso del albergue San Juan de Dios, en el centro de Quito.
EXTRA los visitó para conocer qué esperan de una fecha en la que la mayoría festeja en familia.
Para ellos es diferente. Los 34 residentes permanentes tienen una historia en común: no tienen referencias familiares. Algunos han pasado décadas sin que nadie reclame por ellos o al menos los visite.
“La compañía es el mejor regalo que les pueden dar”, dice Renata Torres, una de las cuidadoras.
En cuanto alguien llega a visitarlos, sus rostros se iluminan y muestran amplias sonrisas. Abren los brazos y se acercan efusivamente. “Son capaces de dar mucho amor”, cuenta Renata.
En el taller de costura está Rebeca, dice que tiene 50 años, pero en el albergue calculan que tiene más. “Ella fue empleada doméstica en otra ciudad y cuando vieron que estaba mayor la abandonaron en Quito”, relata la cuidadora.
Rebeca vive dos años en el lugar y aunque explica que tiene dos hermanos, nadie ha podido dar con ellos. “Mis papás ya no existen, pero tengo un hermano y una hermana”, recalca.
– ¿Cuál es su deseo para Navidad?
– Quiero ropita y una radio para escuchar música.
Cuidadora
También extraña a su familia, pero con el tiempo se ha integrado al núcleo formado con voluntarios, cuidadores y terapeutas. “Somos sus mamás o sus papás”, menciona Renata.
Algunos, además, tienen discapacidades físicas o intelectuales, por lo que su único lenguaje es el tacto. Margarita Acuña no escucha y, por lo tanto, no responde preguntas, aunque al ver una cámara posa para las fotos. Ella ha vivido 33 de sus 85 años en el San Juan de Dios.
“Un hermano de la orden (que rige el albergue) le dio su apellido para que tenga acceso a salud”, explica Elizabeth Moreno, directora del sitio.
Eso ha pasado con muchos de los residentes. “Lo más doloroso es que hemos intentado reinserciones familiares, pero no pueden con los cuidados que necesitan”, agrega.
Residente
“Estoy mejor aquí”
El albergue ha logrado conformar una familia, que organiza bailes y festejos, pues es primordial compensar el abandono. “La soledad puede ser lo más duro para ellos”, dice Renata.
Pero no todos se sienten así. Dídimo Zúñiga tiene una enfermedad degenerativa que de a poco le resta movilidad. Llegó a Quito desde el Valle del Cauca, en Colombia, y ahora está agradecido por su “nueva casa”.
Tiene 39 años y no tiene familia en el país. “Estoy mejor aquí. Lo único que quiero de Navidad es salud e inteligencia para terminar el colegio”, insiste.