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El resurgir de las reinas drag
La pandemia las condenaba al encierro, pero buscaron la manera de no dejar morir el arte.
Alexander Cisneros abre la puerta. “¡Pasen!”, espeta. Luego cruza un garaje flanqueado de plantas. Entra a Seredcu. Sube las escaleras. Atraviesa un pasillo angosto. Y llega a un salón: cortinas blancas, sillas amontonadas, chimenea, parqué, paredes cafés, techo café… a un costado, en una mesa de madera, Alexander –1,76 metros, cabello oscuro, barbilla definida– regará 26 brochas, un estuche de Anastasia Beverly Hills –quizás la imitación–, bases de color piel y sombras y escarchas, escuchará ‘I Will Survive’, de Gloria Gaynor, y se convertirá en Kataleya, una drag nacida de una orquídea con pétalos amplios y un pistilo bajo la falda.
Martes, 16:27. Vestido con una camisa y un pantalón estrechos, Alexander se acomoda en una silla y en otra pone su maleta de mano, de esas que la gente lleva en el avión cuando viaja. “¡Ahora sí!”. Dice que en Seredcu, centro comunitario situado en el norte quiteño, recibe un taller desde agosto. Que la pandemia ha sido dura para Warmillas de Albardán, grupo de teatro drag del que forma parte. Que los shows en vivo se extinguieron. Que cancelaron la ‘Dragada por la Diversidad’ en el Teatro México. Que suspendieron ‘Queen of Queens’ en el Teatro Variedades. Que se confinaron las artistas y también su arte… ¡otra vez!
Hacía la década de los 90, en el país había una ley que penaba a los homosexuales. Y el drag, ligado entonces con la homosexualidad, estaba condenado al encierro. Al silencio. No fue sino hasta noviembre de 1997 –un año después del nacimiento de Alexander, en 1996– cuando una parte del artículo 516 del viejo Código Penal, que sentenciaba a los LGBTI a permanecer hasta ocho años de prisión por su orientación sexual, fue eliminada. Una luz para los derechos humanos en Ecuador y también para este arte: el comienzo del fin del confinamiento.
De vuelta al salón, mientras Alexander se posee de Kataleya, llega Pablo Gallegos –delgado, alto, cabello oscuro–, quien lleva años sumergido en el mundo drag y su personaje más reconocido es Kruz Veneno. Se suma a la entrevista y recuerda que en aquella época había shows ‘underground’. Fiestas privadas con transformistas que imitaban a las grandes cantantes de entonces como Madonna, Cher, Rocío Durcal. Que si tenían miedo de salir, no lo niega. Por eso Kruz, que recibió durante un año y medio un taller drag con Abelardo Araya y Patricio Brabomalo, se mostró por primera vez en la discoteca 161, en 1998, un año después de la despenalización.
— “Desde entonces hemos reclamado espacios a golpes”, suelta con ironía. Es su esencia.
Que esta pandemia, la del coronavirus, haya confinado nuevamente el drag no resulta del todo negativo. Pablo dice que fue como “una oportunidad creativa”. Sí, dejaron los camerinos y debieron prepararse en sus habitaciones. No hubo presentaciones en vivo. Pero nacieron proyectos para “no dejar morir el arte”. Y aunque estaba prohibido salir, en la tecnología encontraron la forma para no quedarse en el ‘clóset’, sino mostrarse por Facebook a su público. Entre las últimas publicaciones de Warmillas, grupo al que también pertenece Kruz, exponen un proyecto llamado ‘Drags en cuarentena’: de fondo suena la canción ‘¿Sabes de qué tengo ganas?’, de Olga Guillot. Y en sus casas, las drag queens bailan, lloran, barren…
Warmillas
Ha pasado una hora desde que Alexander empezó a maquillarse. Se mira en el espejo. Bromea. Gesticula. Escucha ‘No renunciaré’, de Lolita. Sus cejas se han borrado. Su piel, forrada con una capa –o dos– de base, luce perfecta. No hay granos. No hay arrugas. Kataleya va saliendo. Su voz. Su sentido del humor. Y Alexander va renunciando a ser Alexander.
Entonces, llega Bella Montreal, otra drag que también es parte del taller que dirige Pablo. Su rostro ya está maquillado: sus cejas, sus pestañas, sus labios. Suelta algún chiste picante. Se ríe. Se acomoda en un sillón del salón y rompe el hielo con el equipo periodístico diciendo que ella es cantante. Poco después, aparece por el pasillo angosto Asmodea Cazadorx, una persona queer (no binario: ni hombre ni mujer). Se sienta en otra mesa y empieza su transformación. Es la última.
Al tiempo, Kataleya, que no Alexander, cuenta que desde los 16 años ya hacía parodias. Siempre vinculada al teatro. A los 20, un profesor la tentó a hacer drag. Y así fue. Trabajó con Daniel Moreno –Sarahí Bassó–, un ícono de este arte. Hizo concursos como el Drag Idol Ecuador y el Drag Idol Super Star, en el que por cierto quedó en tercer lugar. Quiso crear un proyecto llamado Carishinas Drag Girls, pero nunca despegó. Luego junto a otra drag reconocida –Lilith– levantaron Híbridas Plataforma Drag, que duró solo dos años porque hubo “conflictos internos”.
Pronto se unió con Kruz Veneno y crearon, en junio de 2019, Warmillas de Albardán. La primera palabra proviene del quichua y significa ‘mujercitas’, pero es un término utilizado peyorativamente para referirse a los homosexuales. La segunda hace referencia al bufón.
Con este grupo han trabajado en obras de identidad ecuatoriana, costumbres, leyendas. En la pandemia han realizado concursos virtuales. No se quedaron con los brazos cruzados y con el maquillaje guardado. Y el salón en el que ahora se alistan ha sido su ‘fuente’ de preparación.
Cuando son las 19:00, Kataleya entonces parece ya una orquídea. Muy colorida. Tiene unas pestañas que parecen cerrar sus párpados. Usa un traje morado y filos dorados. Bella Montreal está envuelta en rosas artificiales. Y Asmodea, mucho más sencilla, usa un vestido café y un cintillo que destaca su cabello ondulado. De repente suena por un parlante ‘Bandido’, de Azúcar Morena, y Kataleya da vueltas, baila, gesticula, sonríe, sobre unos tacones de 15 centímetros. También lo hacen las demás. Pablo Gallegos las mira y suelta enérgico: ¡respira!, ¡respira!, ¡respira!
Ensayan. Sudan. Ensayan. Respiran. Y lo logran… porque después de la pandemia, las reinas drag deben salir. Y lo harán en una gala en el Teatro Victoria, en Quito, el próximo 26 de septiembre. Será como su resurgir.