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El testimonio de un guía: lo que pasa en las prisiones de Ecuador durante la Navidad
El celador de una de las cárceles más peligrosas del país ha tenido que convertirse en el soporte emocional de los reclusos durante estas fechas
El abrazo de sus hijos y el beso de su esposa son la fuerza que Ángel (nombre protegido) necesita para enfrentar una noche llena de emociones y tristeza. Este es un momento especialmente difícil para él, quien debe permanecer en vigilia en una de las cárceles más peligrosas del país: el Centro de Rehabilitación Social de Varones de Guayaquil, también conocido como la Penitenciaría del Litoral.
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Durante los 14 años que ha formado parte del sistema penitenciario, Ángel ha vivido situaciones que lo han marcado. Al menos en ocho ocasiones, le ha tocado pasar las fiestas de Navidad, específicamente el 24 y el 25 de diciembre, rodeado de personas privadas de libertad, pero lejos de su familia.
“Es un sacrificio que pesa sobre mi corazón, pero la promesa de un futuro mejor, impulsada por el amor de mi familia, es lo que me mantiene de pie en un entorno tan desolador. Cada Navidad que paso lejos de mi hogar, valoro aún más a mi familia y me doy cuenta de lo importante que es regresar sano y salvo para poder compartir con ellos”, expresa el agente penitenciario, originario de una provincia de la Costa.
Más de una vez ha sido testigo del sufrimiento de algunos internos, quienes se desmoronan emocionalmente, mientras que otros se vuelven cada vez más agresivos. Este contraste entre el deseo de estar con la familia y la dura realidad carcelaria intensifica la soledad y el dolor de las fiestas para muchos de ellos.
“En prisión no hay Navidad y nosotros nos sentimos como uno más de ellos”, cuenta.
Chocolate y un pan
“En la mañana, la empresa encargada de la alimentación les lleva un chocolate y un pan similar al de Pascua. Para el almuerzo, la comida es un poco diferente; les dan un platillo parecido a una cena. Ya en la noche, todo es tinieblas, no hay celebración y cada quien permanece en su celda. Es una realidad dura, pero es lo que viven quienes pagan por sus delitos”, revela el agente de 35 años.
Hace cuatro años, Ángel vivió una situación que marcó su vida, justo en estas fechas. Un privado de libertad, consumido por la ansiedad de estar lejos de sus familiares durante las fiestas, se abalanzó sobre él y trató de agredirlo, gritando que no era justo, que quería salir y que ya no aguantaba más el encierro.
“Tuve que controlarlo y hablarle con calma. Para él, era su primera Navidad en prisión. Tenía cinco hijos y no soportaba la idea de pasar esa fecha tan significativa alejado de su familia. La frustración y el dolor de no poder estar con los suyos lo habían llevado a ese punto de desesperación. Fue un momento difícil, no solo por la agresividad del interno, sino porque vi en él el sufrimiento que muchos llevan dentro, una carga emocional que no se ve, pero que está presente”, relata Ángel.
Ese episodio le dejó una lección invaluable sobre las tensiones emocionales que los internos enfrentan en estas fechas. A pesar de las dificultades de su propio trabajo, Ángel entendió lo difícil que es para aquellos que están privados de libertad no poder abrazar a sus seres queridos en Navidad.
“Cuando llegué a casa, me llené del amor de mis hijos y de mi esposa. Ese es mi mejor regalo”, asegura con la emoción reflejada en su rostro.