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Quito: los huérfanos del aluvión
Son 14 menores de edad que perdieron a sus padres en un desastre que cumplió ya seis meses. Aún esperan que los ofrecimientos se cumplan.
Pasaron ya seis meses desde que 20.000 metros cúbicos de lodo, piedras y agua arrasaran con los barrios de La Comuna y La Gasca, en el centro norte de la capital.
La tarde de ese 31 de enero se registraron 29 vecinos fallecidos, decenas de heridos y damnificados. Y en medio de todo ese dolor están los huérfanos. Niños entre 5 y 18 años que perdieron a su padre, a su madre o ambos y que deben enfrentar la vida desde la ausencia.
Maikel es uno de ellos. Tiene 12 años y perdió a su progenitor, Juan Vicente Tingo. Acompaña a su madre, Gladys Aconda, a un plantón en el Municipio de Quito para exigir que les cumplan con los ofrecimientos. El más importante: un fondo solidario para que los chicos puedan seguir estudiando.
Él permanece callado mientras los adultos hablan con los funcionarios municipales. Toma el brazo de Gladys para que se apoye. También la abraza de rato en rato. Es el menor de cinco hermanos y terminó su octavo año de básica entre la tristeza y las ganas de no dejarse derrotar. “Mi papá siempre me decía que debo ser fuerte y que debo tener los pies sobre la tierra”, relata con voz tímida.
Cuenta que lo piensa todo el tiempo y que a veces hasta se le olvida que ya no está y tiene ganas de contarle algo que le pasó en el colegio. “Siempre veo sus fotos, me llevaba bien con él”, agrega el muchacho.
Los primeros tres meses fueron los más dolorosos, dice Maikel. De ahí en adelante se dedicó a sostener a su madre. “He intentado que los días sean lo más normales posible”.
FAMILIAS INCOMPLETAS
Lorena Cortez mira con tristeza a sus dos pequeños de 8 y 9 años, Sebas y Santi, mientras juegan canicas en la sala de su casa.
Ella es una más de las viudas que dejó el aluvión y que ahora carga sobre sus hombros la responsabilidad completa de su hogar con cuatro hijos. “Estuvimos juntos desde que tenía 16 años. Ahora tengo 39”, relata.
Ella, además, es una sobreviviente, pues estaba junto a su esposo, Walter Hipólito Ruiz, cuando el río de lodo se llevó la cancha de volley de La Comuna. Jugar y ver los partidos eran su forma de compartir con los amigos y distraerse de las obligaciones del trabajo.
Lorena agradece no haber llevado a sus hijos esa tarde porque “la desgracia habría sido peor”. Ahora intenta no derrumbarse para que sus hijos sufran lo menos posible.
En esta casa los cumpleaños, el Día de la Madre o del Padre ya no se celebran como antes. Falta Walter, quien ponía la alegría.
Lorena tiene una especie de altar en su sala con las fotos del “amor de su vida” y de los momentos que compartieron en familia. En la sala hay unos globos pegados a la pared. Hace unos días intentaron celebrar algo. Nada es igual.
Ahora todo es cuesta arriba, pues a la pérdida de la cabeza del hogar se suma la falta de dinero. Walter o Polito, como le decían de cariño, mantenía a su familia con su oficio de carpintero. “Luego de la pandemia ya le empezó a ir bien de nuevo. Podíamos pagar el arriendo y los gastos sin problemas. Ahora vivo endeudada”, lamenta.
Hace un par de meses la familia debió mudarse a una casa de menos presupuesto. Lorena tiene experiencia en limpieza de casas, pero casi no puede trabajar porque quedó con afectaciones en la columna. Necesita una resonancia magnética que cuesta aproximadamente 300 dólares.
“También me duele ver que no puedo darles a mis hijos lo que necesitan. Ellos se enojan y me dicen que su papá sí les daba”, comenta entre lágrimas.
Por eso se unió al reclamo de las demás familias de niños huérfanos. Ella ruega al Cabildo por un trabajo, por la posibilidad de hacerse los exámenes necesarios y por el fondo de solidaridad para asegurar el estudio de los más pequeños. “Una de mis hijas mayores está en un instituto. Las mensualidades se me están acumulando”, relata.
PROMESAS INCUMPLIDAS
En la reunión convocada en la puerta del Municipio también está presente Janet Cañaveral, tía de Wendy, quien perdió a sus padres, Pedro Bayas y Mariela Cañaveral.
“Mis sobrinos se quedaron con mis papás y ellos son de la tercera edad. No pueden venir a protestar”, dice.
A pesar de la pérdida que sufrió, la pequeña de nueve años, la menor de tres hermanos, es quien inyecta fuerza a la familia. “No le gusta que lloremos, ella nos enseña a ser fuertes”, comenta.
La menor aún está en tratamiento psicológico particular, gracias a una profesional que se ofreció a ello. Según Janet, el tratamiento ofrecido por el Cabildo duró solo unas cuantas semanas.
Ha llegado la ayuda de la empresa privada y de entidades como la Cruz Roja Ecuatoriana con víveres y elementos básicos. Pero ella exige la posibilidad de que Wendy pueda terminar sus estudios. Su hermana y cuñado también estaban en la cancha de volley porque se mantenían con la venta de comida en el sitio donde fueron sepultados por el lodo.
Tampoco ha faltado la gente que se ha aprovechado de la desgracia ajena. Rosa Barbosa, madre de Rosy Mary Soto, también víctima del aluvión, tuvo que enviar oficios a entidades públicas y privadas para que no entregaran ayuda a la ex pareja de Rosy. Él se hizo pasar por el padre de los dos menores que quedaron en la orfandad y se lo llevó todo.
“Ahora yo soy abuela, madre, padre, todo para ellos”, dice.
Rosa, de nacionalidad venezolana, también aspira a que sus nietos accedan al fondo solidario y puedan estudiar. Aunque por ahora los envió a Venezuela porque no puede estar pendiente de ellos y trabajar. “Mientras están allá puedo costear con lo poco que gano”, expresa.
Para los 14 menores que crecerán sin sus padres lo única esperanza es estudiar. “No nos podrán devolver a nuestros familiares eso lo sabemos”, dice Janet.
Los que quedan no darán marcha atrás para que se cumplan los ofrecimientos. No descartan hacer más plantones o tomarse el Municipio para que sueños como el de Maikel de ser médico o policía para ayudar a los demás se cumplan. “Mi papá quería que sea mejor que él”, finaliza.
¿Qué pasa con el fondo?
Fernando Sánchez, secretario de Inclusión Social, comenta a EXTRA que este fondo no “depende de voluntades personales”, sino que hay un procedimiento a seguir.
El funcionario explicó que se conformó un directorio para este cometido conformado por la vicealcaldesa Brith Vaca, las secretarías de Inclusión, Salud y Educación, así como un representante del alcalde, Santiago Guarderas.
El primer informe se elaboró en marzo, desde entonces este directorio ha tenido dos reuniones en las que surgieron observaciones al documento. Esta semana estaba prevista una cuarta reunión, en la que Sánchez esperaba que “haya humo blanco”.
De ser así, el informe pasaría al pleno del Concejo Metropolitano para que los 21 ediles lo aprueben o no.
El fondo comprende un sueldo básico para cada menor hasta los 18 años o hasta los 21 si continúa sus estudios tal como lo dicta el Código de la Niñez.