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Varias parejas llegan al mirador de La Forestal, en el sur de Quito, para toquetearse y pasarla ‘fogoso’. Otros suelen pegarse las ‘bielas’.Ángelo Chamba

Quito: Así son las noches en los miradores favoritos de los amantes

La neblina es la coartada perfecta en los balcones turísticos de la avenida Simón Bolívar. Descubra lo que encontramos durante un recorrido. 

Un hombre se sienta sobre una barandilla de cemento. Ella se acerca. Lo besa. Se acarician. Se alejan, pero enseguida él se abalanza sobre la mujer y le muerde sus pechos. Nuevamente se entrelazan. Se hacen uno. Y, de pronto, se convierten en una sola silueta -lujuriosa, candente- que se pierde en la espesa neblina de uno de los miradores de la avenida Simón Bolívar, en el sur de Quito

Son las 22:00 de un jueves cualquiera. Me alisto para hacer un recorrido por los ‘puntos calientes’ de Quito. ¡Esperen! No se trata de las zonas peligrosas, sino de los espacios que las parejitas, a veces amantes, aprovechan para hacer de las suyas. Es la ‘ruta de los rapiditos’, un secreto no tan secreto entre aquellos que disfrutan de la adrenalina de tener relaciones sexuales en lugares públicos.

Pero antes hago una parada en uno de los locales que aún están abiertos de Quitumbe, una parroquia que -normalmente- sin toque de queda está llena de vida. Un hombre sin dientes que nunca deja de sonreír prepara hamburguesas y perros calientes. “Ya mismo cierro, aquí todo está muerto”, dice mientras sirve la comida. Tres bocados y, ahora sí, estoy preparado para ‘cazar’ a los fogosos.

Salgo por el puente de Guajaló hacia la Simón Bolívar. Recuerdo, entonces, lo que me contó una amiga. Una noche-madrugada, ella y su novio estaban tan ‘prendidos’ que buscaban por allí un lugar donde desfogar el deseo sexual. Se detuvieron en uno de los miradores y… ya saben lo siguiente. Pero, ¿por qué allí? Dijo que ese es el lugar propicio: hay mucha niebla, los carros pasan a altas velocidades. Y prácticamente, nadie molesta, a menos de que llegue la policía.

Llegó al primer mirador, de sur a norte. Son las 23:00, una hora antes del toque de queda. Un grupo de jóvenes beben y escuchan la música que sale de un parlante enorme, de esos que se suelen contratar para los bautizos. No bailan. Se incomodan con mi presencia, pero -después- les da igual. También hay carros parqueados y sus ocupantes, hasta ahora, conversan. Quién sabe qué pasará luego. O quién sabe qué estarán haciendo sus manos. Mejor no me acerco.

La avenida Simón Bolívar por las noches suele tener menos carga vehicular que por el día.Ángelo Chamba

Entonces, a unos 50 metros del bullicio, una pareja aprovecha para toquetearse. Morderse. Pareciera que es lo habitual, pues ninguno de los que están allí se inmutan. Es más. Pareciera que respetan su espacio -el espacio público-. Se acerca la medianoche y la neblina se hace más espesa: la coartada perfecta para perderse entre el deseo. El frío, casi 9 grados centígrados, no importa. Hace calor.

Avanzo por la avenida Simón Bolívar. Ya casi es hora de que todos estén guardados en sus casas. Pero no. Un grupo de motociclistas bravucones -más de 50- aprovechan que no hay muchos carros para hacer piruetas. Paran las motos en una llanta. Hacen rugir los tubos de escape. Los fotografío y montan una persecución hacia mí que termina en pocos segundos.

En el camino, hay carros parqueados con luces intermitentes. ¿Qué harán sus ocupantes a la medianoche en medio de la nada? Pues… Tal vez, solo tal vez, están descansando después de tanto conducir. ¡Guiño, guiño! También hay un hostal a la orilla de la vía que más bien parece un motel barato con luces de neón. Pero quizás es innecesario cuando hay miradores. Quizás no.

En Quitumbe hay algunos ‘agachaditos’ donde se puede comer antes de los ‘toqueteos’.Ángelo Chamba

Así llego a otra terraza. Un carro se aleja. Es el último. Ya no queda nadie. Empieza el toque de queda y es como si la medida ‘bajara la calentura’ de las parejas. También la inseguridad atemoriza a aquellos que antes mal ocupaban estos espacios. Poco después, veo cómo cinco o seis camionetas de la Policía recorren la Simón Bolívar.

De regreso al norte de Quito, paso por el tradicional mirador de Guápulo, donde solo hay un grupo de borrachos. La calle detrás de la iglesia, donde los enamorados también aprovechan para tocarse, está vacía. ¿Es miedo? ¿Respetan el toque de queda? Seguramente sí.

Así termina la ‘ruta de los rapiditos’. Por ahora, fría.

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