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Quito duplica los centros de erradicación de trabajo infantil en la pandemia
La ONG internacional World Vision señalaba en un reciente informe que 420.000 menores trabajaron en 2020
12 de junio, 2021
Antes de acudir al Centro de Erradicación de Trabajo Infantil de San Roque, en el centro de Quito, Marta (nombre ficticio), de 13 años, solía vender fruta en la calle para ayudar a su familia, situación que la pandemia ha exacerbado por el aumento de la pobreza y el cierre de los colegios en el país.
"Yo sabía salir a vender con mi mamá aguacates, y con mi hermana mango", indica con timidez esta pequeña ecuatoriana, que junto a sus cuatro hermanos acude cada día de 8.30 a 12.00 a este lugar seguro donde puede completar sus tareas escolares y jugar con amigos.
En el centro celebran este sábado el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, instituido por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), con un pastel de chocolate donado por uno de los proveedores, que entrega refrigerios reforzados para los menores.
Pese a lo pomposo de la jornada mundial, para Marta el combate al trabajo infantil no son más que meras siglas. Lo que le gusta de acudir a este oasis de paz es que "puedes aprender, porque a veces en la escuela no nos enseñaban muy bien".
Acompañada de varios chicos de su edad juega en una cancha de fútbol incrustada en una altura de la edificación, desde la que se divisa una imponente vista del casco colonial quiteño.
REALIDAD ACUCIANTE EN ECUADOR
El centro reabrió en diciembre para dar respuesta a la acuciante situación de los menores de la calle, tanto nacionales como los que se encuentran en situación de movilidad, en su mayoría venezolanos, labor a la que se han sumado nuevos albergues dado el impacto de la pandemia.
La ONG internacional World Vision señalaba en un reciente informe que 420.000 menores trabajaron en 2020, año que registró un aumento de los indicadores de trabajo infantil y adolescente: el 5,69% menores de 5 a 14 años, y el 19,78% de 15 a 17 años.
"Este año casi hemos duplicado el número de centros, actualmente tenemos nueve en todo el Distrito Metropolitano", explica a Efe Elba Gámez, jefa de la unidad de servicios del Patronato municipal San José, encargada de proyectos para erradicar el trabajo infantil.
La idea de centros como el de San Roque es poder generar una corresponsabilidad con los progenitores, apunta la responsable.
Con aulas y salas bien acondicionadas, las instalaciones atienden a un centenar de niños -antes de la pandemia eran 200-, con edades entre los 5 y 15 años, y en dos turnos diarios, a fin de dar cabida al mayor número posible y poder mantener medidas de bioseguridad.
"La pandemia ha agudizado la crisis económica y se evidencia un incremento de la pobreza y por tanto mayor presencia de niños, niñas y adolescentes en calle, ya sea vendiendo artículos o acompañando a sus padres", menciona Gámez quien reconoce que existe una delgada línea entre esas dos modalidades.
También da cuenta de un "incremento preocupante" de las condiciones adversas en las que los educadores de calle encuentran a los niños: Sin acceso a alimentación, en alto riesgo por condiciones climáticas y contaminación, a lo que se suma su exposición en las calles de ocho a doce horas al día.
Los riesgos sociales no son menores, pues se ven expuestos a violencia, secuestros, maltrato o explotación laboral, entre otros.
CENTROS CONTRA EL ABANDONO ESCOLAR
La covid-19 y el hecho de que la presencialidad escolar haya sido hasta ahora una quimera en Ecuador, ha incrementado el riesgo de abandono escolar.
Por ello, estos centros han reforzado las labores educativas para que los menores puedan completar portafolios académicos y los educadores ayudan a los niños a subir las tareas a las plataformas virtuales.
La responsable del Patronato apunta que la falta de recursos económicos y tecnológicos de las familias, "llevaba a que los niños desertaran del sistema escolar".
Cubierto con una mascarilla de Mickey Mouse, Adrián (nombre ficticio), de 11 años, comenta a Efe que sin el centro no podría hacer los deberes, pero tampoco "jugar al fútbol con muchos amigos".
Cuando termina el turno sale de esta suerte de "campamento" para encontrarse con su madre que vende en la Plaza Grande, situada a más de un kilómetro de distancia.
La psicóloga de la institución, Irene Bonilla, indica que la gran mayoría de los niños procede de familias con multiproblemas: alcoholismo, adicciones, microtráfico, delincuencia y por supuesto la pobreza, maltrato y violencia intrafamiliar.
Esto se manifiestan con una mayor agresividad, falta de apetito, llanto fácil o trastornos en el control de esfínteres, acota.
La labor del personal del centro es que los niños conozcan una forma de relacionamiento saludable y evitar que estén en la calle.
"Brindarles un lugar seguro, que conozcan el afecto que es tan importante para el ser humano, además del alimento", defiende.
En definitiva, permitirles a los niños que sean niños, e impedir que realicen "actividades que ponen en riesgo su desarrollo y su vida", concluye Gámez.
En el centro celebran este sábado el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, instituido por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), con un pastel de chocolate donado por uno de los proveedores, que entrega refrigerios reforzados para los menores.
Pese a lo pomposo de la jornada mundial, para Marta el combate al trabajo infantil no son más que meras siglas. Lo que le gusta de acudir a este oasis de paz es que "puedes aprender, porque a veces en la escuela no nos enseñaban muy bien".
Acompañada de varios chicos de su edad juega en una cancha de fútbol incrustada en una altura de la edificación, desde la que se divisa una imponente vista del casco colonial quiteño.
REALIDAD ACUCIANTE EN ECUADOR
El centro reabrió en diciembre para dar respuesta a la acuciante situación de los menores de la calle, tanto nacionales como los que se encuentran en situación de movilidad, en su mayoría venezolanos, labor a la que se han sumado nuevos albergues dado el impacto de la pandemia.
La ONG internacional World Vision señalaba en un reciente informe que 420.000 menores trabajaron en 2020, año que registró un aumento de los indicadores de trabajo infantil y adolescente: el 5,69% menores de 5 a 14 años, y el 19,78% de 15 a 17 años.
"Este año casi hemos duplicado el número de centros, actualmente tenemos nueve en todo el Distrito Metropolitano", explica a Efe Elba Gámez, jefa de la unidad de servicios del Patronato municipal San José, encargada de proyectos para erradicar el trabajo infantil.
La idea de centros como el de San Roque es poder generar una corresponsabilidad con los progenitores, apunta la responsable.
Con aulas y salas bien acondicionadas, las instalaciones atienden a un centenar de niños -antes de la pandemia eran 200-, con edades entre los 5 y 15 años, y en dos turnos diarios, a fin de dar cabida al mayor número posible y poder mantener medidas de bioseguridad.
"La pandemia ha agudizado la crisis económica y se evidencia un incremento de la pobreza y por tanto mayor presencia de niños, niñas y adolescentes en calle, ya sea vendiendo artículos o acompañando a sus padres", menciona Gámez quien reconoce que existe una delgada línea entre esas dos modalidades.
También da cuenta de un "incremento preocupante" de las condiciones adversas en las que los educadores de calle encuentran a los niños: Sin acceso a alimentación, en alto riesgo por condiciones climáticas y contaminación, a lo que se suma su exposición en las calles de ocho a doce horas al día.
Los riesgos sociales no son menores, pues se ven expuestos a violencia, secuestros, maltrato o explotación laboral, entre otros.
CENTROS CONTRA EL ABANDONO ESCOLAR
La covid-19 y el hecho de que la presencialidad escolar haya sido hasta ahora una quimera en Ecuador, ha incrementado el riesgo de abandono escolar.
Por ello, estos centros han reforzado las labores educativas para que los menores puedan completar portafolios académicos y los educadores ayudan a los niños a subir las tareas a las plataformas virtuales.
La responsable del Patronato apunta que la falta de recursos económicos y tecnológicos de las familias, "llevaba a que los niños desertaran del sistema escolar".
Cubierto con una mascarilla de Mickey Mouse, Adrián (nombre ficticio), de 11 años, comenta a Efe que sin el centro no podría hacer los deberes, pero tampoco "jugar al fútbol con muchos amigos".
Cuando termina el turno sale de esta suerte de "campamento" para encontrarse con su madre que vende en la Plaza Grande, situada a más de un kilómetro de distancia.
La psicóloga de la institución, Irene Bonilla, indica que la gran mayoría de los niños procede de familias con multiproblemas: alcoholismo, adicciones, microtráfico, delincuencia y por supuesto la pobreza, maltrato y violencia intrafamiliar.
Esto se manifiestan con una mayor agresividad, falta de apetito, llanto fácil o trastornos en el control de esfínteres, acota.
La labor del personal del centro es que los niños conozcan una forma de relacionamiento saludable y evitar que estén en la calle.
"Brindarles un lugar seguro, que conozcan el afecto que es tan importante para el ser humano, además del alimento", defiende.
En definitiva, permitirles a los niños que sean niños, e impedir que realicen "actividades que ponen en riesgo su desarrollo y su vida", concluye Gámez.