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En el barrio Armero, los niños podían bajar a jugar en la quebrada.Angelo chamba

Quito: ¡Las quebradas no son el cuco!

Son desfogues naturales tanto para ríos como para agua lluvia, pero la modernización ha dejado de lado su importancia. Además se han convertido en botaderos de basura, muertos y refugio de pillos.

Las quebradas son vistas como espacios de muerte, de oscuridad. Basureros gigantes para el mueble viejo, las llantas, los escombros, los muertos. De todo, menos como una característica geográfica de Quito rica en fauna, flora y ritualidad.

EXTRA recorrió algunas de las hondonadas, de las 180 en total, que a pesar de que el aluvión del 31 de enero dejó temor en los quiteños, son parte esencial de la ciudad y además “estuvieron antes que nosotros”.

Donde se generó la riada de lodo, piedras y palos de 20.000 metro cúbicos fue la de El Tejado, ubicada en las faldas del volcán Pichincha, en el noroccidente. Allí existe, desde los años 90, una estructura de captación que une a la quebrada con el sistema de alcantarillado.

No es la única, muy cerca están la de Armero y Ascázubi. Para llegar allí hay que un kilómetro por un camino sinuoso. Un barrio de 600 habitantes convive con ambas hondonadas. Está justo en la mitad.

Allí hubo susto el mismo día del aluvión, pues el río creció y bajó con árboles que quedaron cerca de las casas. “Incluso sentimos un temblor e imaginamos lo peor”, cuenta Laura Castro, vecina del barrio Armero.

SITIO DE ENCUENTRO

Los habitantes de este sector recuerdan que hace unos 18 años esto no pasaba, pues eran ellos mismos quienes se ocupaban de mantener ‘papelito’ la quebrada y el bosque que lo circunda. “Dos veces al año hacíamos minga para limpiar y que no nos falte agua”, comenta Ana Toapanta, también moradora.

No fue sino hasta que el Cabildo dotó de agua potable al barrio para que ellos se “desconectaran” de su quebrada. “Quizá por comodidad, como ya tuvimos agua ya no hubo la necesidad de subir a la montaña”, dice Ana.

Recuerdan que había ojos de agua cristalina aptas para el consumo humano, que sembraban papas, cebollas, pero de eso no queda nada, pues el agua que baja por la hondonada ya huele mal y de cristalina no tiene nada.

Por donde pasa ahora el Teleférico, los comuneros se sentaban a descansar de la minga y compartían alimentos. “Hacíamos mesa comunitaria”, recuerda Ruperto Granda, presidente del barrio.

De ello casi no queda nada, pues dejaron esas labores para la Empresa de Agua Potable y Alcantarillado, pero dicen “que no es suficiente”.

En la quebrada Carretas, ubicada en Carapungo, en el norte, ahora también le tienen temor, pues el talud ha puesto en peligro a 92 casas. “Antes recogíamos eucalipto para el año viejo, no eran ni 10 metros de profundidad”, cuenta Estefanía Pabón, representante del colectivo Luchando por las Quebradas.

Estefanía Pabón mira a través del socavón que se formó en el patio de su casa por las erosión.Angelo chamba

Ahora ella se asoma a su patio y debe retroceder por el vértigo. Uno de los muros ya colapsó y la casa entera está en riesgo de caerse al menos 38 metros. “Las quebradas son el botadero a cielo abierto de Quito”, reclama.

Dice que por allí no circulaba agua natural, pero que las aguas servidas de fábricas y conjuntos residenciales lograron hacer un caudal de agua pestilente y de todos los colores por los químicos.

Para Martín Bustamante, magíster en estudios socioambientales, esta visión de las quebradas se debe también a su particularidad. "Son accidentes geográficos 'violentos' es decir profundos, propios de esta zona".

FUNCIONALIDAD

El principal problema para que sucedan estas cosas está en la idiosincracia de los habitantes. “Son esos lugares no deseados de la ciudad, como un accidente impuesto con el que no queremos vivir”, explica.

La acumulación de escombros es evidente en estas hondonadas.Angelo chamba

Además se la relaciona con la inseguridad y es el lugar donde también ronda la muerte, pues hasta se encuentran cadáveres humanos y animales. “La crónica roja tiene como escenario muy común las quebradas”, agrega.

Esto se suma a la modernización de la ciudad, proceso que empezó en el siglo XIX y se extendió al XX, en el que se rellenaron varias hondonadas, la mayoría de forma antitécnica, sin estudios previos y con basura.

Fueron embauladas, es decir que tomaron los cauces de los ríos y lo entubaron para que se unieran al sistema de alcantarillado

 Según Juan Esteban Espinosa, subgerente de Saneamiento de la Empresa Metropolitana de Agua Potable. “Quito ha crecido en medio de quebradas, en lugar de irse a los lados se han hecho embaulamientos. Esto es histórico.

En total existen 135 quebradas que tienen estructuras de captación para gestionar el flujo de agua (de ríos o de lluvia), son la unión de la quebrada natural con el alcantarillado. Según Bustamante esta conexión es la que podría estar fallando para que sucedan desgracias como las de La Gasca y La Comuna. “Fueron concebidas para una posible erupción del volcán, pero hay otros factores”, insiste.

ES POSIBLE UNA RECUPERACIÓN

Espinosa dice que este año sí se realizará un análisis de algunas de estas captaciones para determinar si necesitarán un rediseño, ya que algunas al ser antiguas no corresponderían con el número de habitantes actual. Lo que no se tiene previsto es construir nuevas, puesto que lo más aconsejable es no embaular las quebradas.

“Existe una ordenanza que determina que todos los cauces naturales son protegidos. Al hacerlo se interrumpe el ecosistema”, explica.

Lo ideal sería habitar la ciudad alrededor de estos accidentes geográficos con la distancia necesaria. “Pasa también que los ciudadanos, por ganar un poco de terreno, hacen sus muros en el filo”, dice Bustamante.

Dentro de la cuenca de los ríos incluso existen sembríos, afectando al ecosistema.Angelo chamba

Según el experto, estos accidentes geográficos deben ser respetados porque son los desfogues naturales de las montañas, sobre todo porque el relieve de Quito “es especialmente irregular”.

“No es salvar una mariposita o un pajarito, es todo un ecosistema que alberga muchas especies de flora y fauna”, agrega.

Según Espinosa, es necesario trabajar en la idiosincracia de los quiteños, pues cuando hay proyectos de recuperación. Sin embargo, una de las primeras barreras que tienen las entidades es que los vecinos “se niegan a perder” algunos metros de terreno. “Puede parecer un perjuicio, pero es una ganancia a nivel social”, insiste.