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La promesa de uno de los valientes guardias asesinados afuera de centro comercial
Esposa de uno de los celadores fallecidos revive aquel martes en que una llamada telefónica de su amado la alertó de los estallidos de violencia desatados en el país.
14:20 del martes 9 de enero.
- ¡Aló!, ¿mija, dónde estás, viste lo que está pasando en TC?
- Sí, Negrito, estoy viendo, estoy donde los viejos, en Vergeles.
- Mija, cuídate, por favor, que todo está peligroso, anda con cuidado.
- Lo sé, Negrito, todo está feo, cualquier cosa me quedo en la casa de los viejos.
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Fue parte de la conversación de poco más de un minuto que por teléfono mantuvo Shirley Tobar Cervantes con su cónyuge y padre de sus siete hijos, Joppre Darwin Erazo Calva.
Treinta minutos después, su celular volvió a sonar. Esta vez ya no era Joppre para preguntar por ella, sino su compañero de trabajo, quien había tomado el celular de su amigo para comunicarse con sus familiares.
“Nunca pensé que iba a recibir la peor de las noticias: ‘Señora, nos mataron a Erazo, me dijo. Le contesté: ‘No me diga eso, no me haga esa broma’, y me volvió a repetir ‘sí señora, los mataron a Erazo y a Pincay, les dieron un tiro en la cabeza’. Salí corriendo a buscar la manera de llegar al centro comercial donde trabajaba mi esposo, en ese momento la ciudad ya era un caos, rogaba que fuera una mala broma”, rememora.
Desde ese momento la vida de la familia Erazo Tobar se tornó una pesadilla. Los integrantes de organizaciones terroristas no solo atacaron un medio de comunicación estatal y secuestraron a sus colaboradores, también sembraron terror y muerte en la calles de Guayaquil.
Joppre Erazo, de 49 años, y su compañero de labores Ángel Geovanny Pincay Zambrano (48) son solo dos de las 14 personas que murieron tras la violencia desatada en Guayaquil. Uno de las víctimas fue un delincuente que en un enfrentamiento con uniformados resultó abatido (ver infografía).
- Y la respuesta fue “sí”
A cinco días de que se cumpla un mes del fatídico 9 de enero, los familiares de Joppre, el hombre que por 12 años cuidó las puertas del centro comercial Albán Borja, ubicado en el kilómetro 2 de la vía a Daule y de los vehículos que se estacionan en los exteriores de este mall aún no se resignan a que él ya no volverá, y que lamentablemente fue una de las víctimas de la ola de violencia que se desató principalmente en el Puerto Principal.
“A veces cierro mis ojos y parece que lo estoy viendo, fueron casi 26 años de unión, más de la mitad de mi vida la compartí con él, tuvimos siete hijos y soñábamos con envejecer juntos, con terminar de criar a nuestros muchachos y a nuestros nietos”, manifiesta Shirley, sentada en uno de los muebles de su humilde hogar ubicado en la cooperativa Voluntad de Dios, noroeste porteño.
La guayaquileña hace una pausa a su relato y toma entre sus manos un portarretrato con la foto de Joppre. Mientras lo mira fijamente, lágrimas ruedan por sus mejillas y mojan el vidrio del cuadro. Su hijita, de 3 años, no se aparta de su lado, permanece junto a ella mirando en un celular la foto de su padre. “¿Mamá, es papá?”, pregunta la niña. “Sí, mijita, es papá que está en el cielo con Dios, desde allá él nos cuida”, le responde con su voz entrecortada.
Enseguida llama a uno de sus hijos y le pide que le pase el anillo que su Negrito le entregó, en octubre de 2023, cuando le pidió matrimonio. “No me lo pongo porque es peligroso y salgo todos los días a realizar trámites concernientes a la muerte de mi esposo. Ese anillo lo guardo como un tesoro, mi esposo me lo compró con esfuerzo”, expresa.
Shirley seca sus lágrimas, respira profundamente, sienta a su hijita en sus piernas y evoca los anhelos que como pareja pensaban cumplir para este año.
“Teníamos un sueño de casarnos. La primera vez que me lo propuso le dije no, pero era porque estaba enojada; la segunda vez ya no me pude resistir, recuerdo que él se puso una camiseta que decía ‘quieres casarte conmigo’. No era muy creativo, pero ese día se pasó de ingenioso”, recuerda.
Por lo lejos de su lugar de labores, Joppre salía antes de las 08:00 de casa y volvía pasadas las 21:00. Eso hacía que casi no compartiera físicamente con su esposa e hijos. Sin embargo, los domingos en su hogar era de fiesta. Se levantaba muy temprano, ponía música y ayudaba a preparar los alimentos para sus seres queridos.
“Nos consentía, era un día especial, porque él estaba en casa y nos llenaba de amor y cariño. Extraño cada uno de sus detalles, me llamaba en la mañana, en la tarde, a cada momento estaba pendiente de mí. Trató de ser fuerte”, expresa.
La fortaleza de esta madre que ahora tiene que batallar no solo con el haber perdido al amor de su vida y quien era el sustento de su hogar, son sus hijos y la lucha para que se haga justicia, para que la muerte de su amado Negrito no solo sea parte de las estadísticas que dejó el estallido de violencia y la serie de actos terroristas desatados el 9 de enero en el país.
Una fuente policial reveló que, de acuerdo a las investigaciones y el cotejamiento balístico, los mismos delincuentes que asesinaron a los dos guardias de seguridad e hirieron a una señora en el centro comercial, fueron los responsables de los hechos suscitados en la avenida del Bombero, que ocasionó la muerte de otras dos personas y dejó a una estudiante herida.
“Al parecer, la intención de los terroristas, presuntamente Tiguerones, era tomarse la unidad judicial que queda en el centro comercial, los guardias trataron de impedirlo, en la huida iban disparando y por eso hay varias víctimas”, indicó el investigador.
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