Exclusivo
Actualidad
Una piscina de olas, y de necesidades, en el suburbio de Guayaquil
Alrededor del sitio donde los ‘pelados’ hacen largas filas con sus padres para darse un chapuzón, hay calles con ‘cráteres’ y el agua se rebosa de las alcantarillas. Algunos prefieren centros de estudios para niños y adolescentes, y mayor patrullaje.
En medio de una ‘marea’ gris resalta un oasis de color celeste y 1.200 metros cuadrados de extensión. Desde lo más alto del suburbio de Guayaquil, la piscina con olas artificiales aparece como un lunar de diversión para niños y adolescentes entre algunas calles con huecos, una troncal de la metrovía sin funcionar, falta de alcantarillado y la inseguridad que juega ‘al pepo’ en las esquinas.
“A nosotros no nos beneficia la piscina porque acá hay muchas más necesidades que cubrir”, menciona Manuel (prefirió omitir su apellido), vecino de callejón 42 entre la P y la Q.
Alrededor de la alberca gigante, ubicada en las calles 44 y Assad Bucaram e inaugurada el pasado 9 de octubre por la Alcaldía porteña, han empezado a brotar los problemas que aquejan a los moradores.
Mayra Morales, de 47 años y habitante de este sector, ya estaba cansada y no por el chapuzón, sino por la espera en la fila de entrada, que a las 14:00 del sábado llegaba a la esquina del recinto de diversión.
“Me tocó esperar más de media hora afuera porque llegué ahora en la tarde. La semana pasada vine con mi hijo en la mañana y no esperé tanto”, comentó Mayra, a quien le desagradó ver la ‘marea’ de usuarios -y no de la piscina- en el lugar.
Sebastián Segovia, de la Fundación Siglo XXI y quien está a cargo de la administración del centro de diversión, afirmó que la capacidad del lugar es de 1.000 personas y que la manera de verificar a las que ingresan o se retiran es, hasta el 22 de octubre, manual: con un contador que los guardias de seguridad presionan -y solo ellos ven- cuando alguien cruza una de las dos puertas (entrada o salida).
“Esperamos tener un contador que lo puedan ver afuera para los días del feriado”, indicó Segovia, quien incluyó que 22 personas, entre celadores privados, agentes metropolitanos y Policía Nacional, son los que dan ‘vuelta’ para resguardar la seguridad.
Sin embargo, esto no representa garantía para los visitantes, como lo manifestó Mayra. “Llegué hasta sin teléfono porque no se puede confiar ni haciendo la fila”, dijo.
Otros, como los vecinos de las esquinas colindantes a la piscina, la ven como un parche a una herida que ya hasta ha llegado a hemorragia.
“El barrio era desolado, pero nosotros lo veíamos tranquilo”, comentó Alexandra Guzmán, cuya vivienda se encuentra en la esquina paralela a la del complejo, al que el Municipio destinó más de 2 millones de dólares de inversión.
“Ese dinero pudo haber ido para otra cosa. A mí no me parece una buena obra, para nada”, manifestó Guzmán. Ella ve a esta obra tal y como el balneario Laguna de Cristal, en la ciudadela Coviem, en el sur porteño. “Esto va a ser solo una fiebre, así como pasó con la de la Coviem. Los primeros días va a estar superlleno, luego va a quedar botado”.
No es la única que opina así, pues su vecina Cira Hernández, con quien conversaba la tarde del domingo 23 de octubre en la esquina de la 40 y la J, cree que todos los esfuerzos pudieron haber ido ‘directito’ a un dispensario médico. “El dispensario de la Santiaguito (de Guayaquil) no abastece. Hace bastante falta por aquí”.
Mientras que el vicepresidente de la asociación barrial, Luis Quimís, dijo que un centro educativo también era necesario en el sector. “Muchos chicos de por aquí solo llegan hasta el bachillerato. Nosotros queremos que se haga, en el terreno junto a la piscina (existe un espacio vacío), una universidad o algo en donde puedan estudiar los jóvenes. Un tecnológico o técnico”, propuso el líder comunitario, quien aseguró que la idea de la piscina también nació de ellos, hace más de cuatro años.
Para Zoila, quien también ha disfrutado de la piscina, la creación de un instituto en el que se impartan carreras técnicas como enfermería sería más beneficioso para que “las muchachas recién dadas a luz” puedan educarse en algo y aportar un ‘dinerito’ a la familia.
algo que aprender”Luis Quimis, morador
Las otras ‘piscinas’
Para otros moradores, esta piscina es la ‘vivita’ representación de un oasis en el desierto. Aproximadamente a diez cuadras del espacio de diversión, las aguas se rebosan, literalmente.
En el callejón 42, entre la P y la Q, entre siete y ocho cuadras de distancia, los niños no necesitan de ‘charco’ de olas porque al pie de sus viviendas, en plena calle, se forma otra piscina.
“Siempre que llueve esta calle se inunda. Los pequeños no necesitan caminar hasta allá (la obra) porque aquí ya la tienen”, bromeó Carlos Tumbaco, un adulto mayor que vive de la carpintería y que reside en el sector hace más de 40 años.
Manuel afirmó que el servicio de alcantarillado llega solo hasta la calle P, pero que la Q es ‘hija de cura’ porque “ni bola le paran”.
“Esta caja se rebosa a cada rato. Nosotros tenemos que destaparla y sacar las cosas porque aquí se llama a la empresa (Interagua) y no vienen”, aseguró. Y Carlos, su ‘pana’, lo confirmó. “Yo tuve que ponerme a sacar la basura de allí y en cuestión de minutos se rebosa otra vez”, señaló el ebanista.
Ellos reclamaron también porque en 2019, cuando la actual administración del Cabildo buscaba ganar las elecciones, llegaron a prometerles que toda esa zona gozaría del servicio de alcantarillado y que, además, les entregarían un título de propiedad, ya que la zona en la que se asientan, a dos bloques del estero Salado, es considerada área protegida.
“La gente que está aquí a la vuelta (en la calle 43) huyó de la violencia de Socio Vivienda y ahora están en una covacha. ¿Por qué no se los ayuda así sea con esas casitas de caña? Es una buena opción para invertir el dinero”, señaló Manuel.
‘Cráteres’ y accidentes
Pero la zona de Carlos y Manuel no es el punto negro en medio del lienzo blanco. En la calle 26, desde la J hasta la P, la vía tiene ‘cráteres’ que hasta los peatones ‘suben y bajan’ cuando caminan por allí.
Óscar Aldaz, quien siempre transita por el lugar, no soporta los baches, ya que su motocicleta termina averiada por las calles en mal estado. “Esto tiene más de un año y nada que arreglan”.
En este sector, los siniestros de tránsito no faltan, pues los vehículos, entre livianos y pesados, evitan los ‘huecazos’ moviéndose de un carril a otro.
“Hace unos cuatro días fue el último accidente. Allí todavía están los vidrios de los carros que se chocaron por eso mismo”, contó Julia Rodríguez.
Carlos, Manuel, Julia y Ana, sin conocerse, tienen algo en común: todos piensan que hay necesidades “un poco más urgentes” que resolver que un chapuzón que distrae a los niños, pero que no borra las carencias del suburbio.