Exclusivo
Actualidad

Alexandra Gualoto aprendió a pintar fachadas de edificios en Quito sostenida por cuerdas. Es la única mujer que se dedica a esta labor. RENÉ FRAGA

La pintora Alexandra Gualoto es la dama de las alturas de Quito

Alexandra Gualoto aprendió a pintar fachadas de edificios en Quito sostenida por cuerdas. Es la única mujer que se dedica a esta labor. En una ocasión, la cuerda que sostenía a la joven se aflojó e hizo que cayera como un ascensor sin frenos. Sin embargo, esta se templó nuevamente y evitó una muerte segura.

Dios mío, te pido que me protejas. Papito, tú que estás en el cielo, cuídame. Hagan que vuelva a ver a mis hijos”, es el ruego de Alexandra Gualoto. Su rezo no lo dice en una iglesia, sino en la terraza del piso 17 de un edificio del sector González Suárez, norte de Quito, antes de ‘lanzarse’.

No es un suicidio, pero su trabajo ‘coquetea’ diariamente con la muerte. Alexandra, madre de dos niños de 2 y 11 años, es maestra pintora de fachadas en altura. “Significa que usamos cuerdas y nos colgamos para hacer nuestra labor”, describe a EXTRA antes de demostrar su habilidad.

El mundo de la albañilería la sedujo cuando su padrastro la llevaba a las construcciones en las que él trabajaba. Ella apenas tenía 10 años. “A esa edad era bastante duro pasar materiales, doblar las varillas, cargar los bloques”, cuenta mientras sus compañeros definen qué muro de la edificación van a preparar primero.

La temperatura bordea los 14 grados, pero en aquella terraza el viento golpea con más fuerza. Alexandra no se inmuta ni con el frío ni el miedo que da el acercarse a la cornisa. Y prosigue.

“A los 14 años me gustó más la pintura de casas. Y un tío me dijo que lo acompañara para enseñarme”, explica. Ella dice que no es cuestión de coger una brocha o un rodillo y pintar a la maldita sea. Se requiere de una técnica, de paciencia y destreza. Es un arte, aunque no muy bien valorado.

El machismo

Ella es la única mujer en el equipo en el que labora que hace esa tarea.RENÉ FRAGA

Ocho años le tomó irse perfeccionando en esta labor de albañilería a la que se conoce como pintura en piso o de interiores. Hasta que vio a otros compañeros que pintaban en la altura y les dijo que también le enseñaran.

“Se me burlaban. Me decían que por ser mujer debía estar en mi casa o que aprendiera a cocinar. Pero cuando alguien me dice que no puedo, me empeño más para demostrarles lo contrario”, asegura apretando su puño derecho.

Insistió tanto hasta que un amigo accedió a guiarle. Lo que hacía era pintar en casas no tan altas y solamente descendiendo. “Era como un entrenamiento hasta coger experiencia”, detalla mientras se acomoda el equipo que la sostendrá en su labor.

Con el tiempo fue ganando la confianza de su jefe y ha recorrido el país pintando edificios de hasta 24 pisos, en grupo conformado solo por hombres, siendo ella la única mujer. “Cuando la gente me mira, sobre todo en la Costa, se sorprende. Me felicitan, me regalan un vaso de agua o me dicen que siga adelante”, detalla.

"Es una chica que quiere salir adelante. Me ha ayudado en muchas obras en gran parte del país”.Carlos Guerra

A punto de morir

Los elementos de seguridad deben estar bien ajustados antes de 'lanzarse'.RENÉ FRAGA

Alexandra cuenta que en este trabajo se usa equipo parecido al de los escaladores. Ella, por ejemplo, sabe la importancia que tiene el arnés como elemento de seguridad. Lo mismo con las cuerdas, pero siempre es posible que algo pueda fallar.

“Hace un año debía haber muerto”, cuente con seriedad. En ese entonces, ella y sus compañeros fueron a un edificio de ocho pisos para pintarlo justo por la González Suárez.

La chica, delgada y cabello negro, estaba con el rodillo en mano y ‘flotando’ en el aire cuando sintió que la cuerda principal se le aflojó. Se sostuvo con sus manos en el filo de una ventana y un compañero la veía sin poder hacer nada.

“Le dije: compa, no sea malito, cuide a mis hijos porque ya no aguanto”, cuenta con sus ojos ‘vidriosos’ por el llanto que contiene para seguir hablando. En ese momento vino un silencio fugaz y Alexandra se dejó caer a los brazos de la muerte.

Toda su vida pasó en segundos, asegura. Si la caída desde el séptimo piso de aquel edificio se consumaba, nunca más habría alistado a sus hijitos para llevarlos a la escuela en Chillogallo, sur de Quito, como cada mañana antes de salir a trabajar. Ya no hubiera continuado estudiando el bachillerato acelerado que actualmente cursa para llegar a la universidad y así convertirse en arquitecta.

Si la caída se hubiera completado, su madre ya no habría tenido quién la ayude para pagar el arriendo, comprar la comida ni toda la colaboración que Alex presta porque ella es el único sostén de su hogar conformado de cuatro personas.

Pero un milagro hizo que eso no pasara. “No sé qué sucedió, pero justo cuando me iba a ‘estampar’ contra el piso, la cuerda se templó y me salvé. Rocé el suelo con mis pies”, detalla.

La única herida que le quedó fue en el labio porque una cuerda la había cortado durante el ‘latigazo’ que le cimbró hasta la columna. Se secó las lágrimas por el pánico y siguió trabajando.

La joven ha trabajado en edificios de hasta 24 pisos de altura.RENÉ FRAGA

El descenso

Alexandra se alista para ‘lanzarse’ a pintar la fachada que da justo a la avenida González Suárez. El arnés rodea su tórax y se pierde en medio de sus piernas para formar una suerte de chaleco. Revisa la polea que le permitirá bajar mientras va sellando el muro para luego pintarlo y también los mosquetones que son una suerte de grilletes que le da mayor seguridad.

“¿Dónde está mi silla?”, pregunta a sus compañeros que le pasan una tabla en la que se sentará durante el primer descenso. Son al menos ocho al día para dejar ‘papelito’ a una pared.

Alexandra cierra nuevamente los ojos y para sí misma dice el rezo. Se trepa al filo del cerramiento de aquella terraza desde donde se mira a la gente diminuta y a los autos como si fueran juguetes.

Mueve sus piernas hacia el vacío y las apoya en la pared y desciende como lo hacen los equipos tácticos de la policía.

Sentada en el aire, como si estuviera en un columpio, empieza a sellar el muro con un rodillo que lo mueve con destreza. La mezcla le salpica el rostro y su jefe Carlos Guerra le dice que tenga cuidado.

“La chica es berraca. La conozco desde que era niña y nunca había visto a una mujer que quiera salir adelante tanto como ella”, narra mirando a su pupila que ha llevado a gran parte de los contratos que Guerra ha conseguido.

Cada mañana, Alexandra alista a sus hijos y los lleva a la escuela, en Chillogallo, sur de Quito.RENÉ FRAGA

Alexandra se balancea para alcanzar las cuarteaduras. Lanza la mezcla como cuando los curas arrojan el agua bendita. Baja lentamente y su silueta empieza a hacerse más pequeña. “Esto lo hago por mis hijos y porque una mujer puede valerse por sí misma”, dice al llegar al piso para luego subir nuevamente a las alturas, donde son sus dominios.

8 veces aproximadamente se desciende para completar la jornada laboral. 

Dato: El padrastro de Alexandra fue asesinado en una riña, en el sur de Quito. Ella dice que él fue su inspiración.