Su mirada perdida y actitud fría reflejan una inquietante indiferencia ante la vida y la muerte, rasgos poco comunes en alguien de apenas 16 años. En su barrio, este adolescente es conocido y temido. Es señalado por impactantes delitos, que incluyen secuestros, asesinatos y desmembramientos.

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Fue detenido el pasado 16 de octubre en un operativo de control en el sector Flor de Bastión, al noroeste de Guayaquil. Intentó esconderse en una vivienda, pero los policías encontraron allí doce armas blancas, incluidas tijeras, machetes y cuchillos.

El teniente coronel Omar Arequipa, jefe encargado del distrito Nueva Prosperina (el segundo sector con más muertes violentas en la Zona 8), explicó que el menor de edad mostró una conducta evasiva que alertó a los agentes.

Al registrar la casa donde se ocultaba, descubrieron no solo armas, sino también evidencias de que el lugar era utilizado para retener y extorsionar víctimas.

“Estos elementos indicarían que el muchacho formaba parte de una estructura organizada ligada a secuestros y posiblemente a asesinatos”, añadió el oficial Arequipa.

Desde el 1 de enero hasta el 25 de octubre de 2024, esta jurisdicción ha contabilizado 294 asesinatos. En 2023, fue la zona más violenta del país, con un total de 567 crímenes.

En la Unidad de Vigilancia Comunitaria (UVC) se verificó que el adolescente tiene en su cuerpo tatuajes asociados al grupo delictivo Fénix, una fracción de la temida organización criminal Los Tiguerones.

“Estos tatuajes son símbolos de lealtad a un líder conocido como Negro Willy (William Joffre Alcívar Bautista), quien fue recientemente detenido en España junto a su hermano. “La historia de este joven refleja el desmoronamiento del tejido social en algunas zonas de la ciudad. A sus 16 años, es el mayor de cinco hermanos, dejó sus estudios hace dos años y vive en un cuarto de 4x3 metros junto a su pareja, una menor de 15 años que espera un hijo”, reveló Arequipa.

A pesar de la gravedad de sus presuntos actos, el menor de edad no fue formalmente acusado en esta ocasión debido a la falta de denuncias. Sin embargo, el testimonio obtenido indica que la vivienda servía como centro de retención de víctimas de extorsión y como sitio de ejecuciones y desmembramientos.

Un oficial policial que participó en la aprehensión describió la calma perturbadora del menor de edad durante su detención: mirada vacía y actitud fría, consciente de que en cualquier momento podría ser asesinado, detalla.

“Para él, tener un hijo es la forma de perpetuarse en un entorno que le enseñó a ver la muerte como una posibilidad constante”, señaló el uniformado.

Al parecer, este adolescente ha normalizado la violencia extrema. “Su pareja ya está en el séptimo mes de embarazo, lo cual plantea la pregunta: ¿qué tipo de futuro le espera a ese hijo?”, expresó el oficial. Las organizaciones criminales, al detectar situaciones de vulnerabilidad, suelen “comprar” a estos jóvenes a través de dinero, techo o favores.

“Su frialdad ante su propia detención refleja una mentalidad de supervivencia, siempre en alerta y dispuesta a matar antes de ser asesinado. Este joven representa un peligro en el futuro. Es frío y calculador, sin remordimientos”, concluyó Arequipa.

Este tipo de historias se vuelve cada vez más comunes en barrios controlados por organizaciones como Los Tiguerones, Águilas, Chone Killers y Latin Kings, que captan a menores de edad aprovechándose de la falta de oportunidades y la desintegración social en estas zonas. 

Julieta Sagñay, psiquiatra y especialista en adicciones, comenta que estos casos suelen tener antecedentes de consumo de drogas, lo que potencia los rasgos violentos. “Estos jóvenes vienen de entornos descuidados; una combinación de factores genéticos, biológicos, ambientales y el uso de drogas los lleva a desarrollar personalidades con rasgos psicopáticos”, explica.

Sagñay añade que el desmembramiento se convirtió en una práctica común tras los primeros amotinamientos en las cárceles del país.

“Un paciente que estuvo preso me contó que se hacían llamar ‘los descuartizadores’ y que, para ellos, tener el corazón y los intestinos de alguien en las manos era casi un desafío. Hablaban de eso con una frialdad aterradora. Este adolescente podría ser un cruel ejemplo de esta realidad que cada vez capta a más menores de edad”, analiza la psiquiatra.

También señala que muchos de estos adolescentes y jóvenes manifiestan un deseo claro: “Quiero territorio, quiero poder, quiero control”, y que por eso son fácilmente captados por mafias que les prometen dinero y poder.

“Las posibilidades de recuperación son bajas, apenas el 1 %, casi siempre reinciden en el crimen. Estas conductas criminales se ven facilitadas por el consumo de drogas, que inhiben el sentimiento de culpa, miedo o vergüenza”, advierte Sagñay.