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Drama
El payaso Bolillo tiene depresión y necesita ayuda
Por su diabetes podrían cortarle su pie izquierdo. Su esposa es hipertensa y requiere de una cirugía por una hernia umbilical. Ambos no trabajan, solo quieren medicina y comida.
“Payaso, soy un triste payaso...”, la canción del mexicano Javier Solís parece ser el himno de Jesús Pilco, más conocido como Bolillo, quien por más de 30 años animó fiestas infantiles y eventos en diversos cantones de provincias como Santa Elena, Guayas, Manabí, Pichincha y hasta en Galápagos.
Hoy esa alegría se ha esfumado, se ha transformado en depresión. ¿El motivo? No poder ser el sustento para su pareja, Maritza Moreno, con quien lleva 26 años de convivencia.
La diabetes que padece desde hace un lustro ha complicado su estado de salud, es más, hace un mes le cortaron una parte del talón izquierdo y actualmente tiene dos úlceras en el mismo pie. La posibilidad de que se lo amputen es alta.
Eso lo desanima más, pues su deseo de volver a vestir aquel traje colorido de payaso, usar su maquillaje de fantasía y llevar la comida a su hogar, se aleja.
Hace dos años no trabaja en lo que le apasiona y no le quedó de otra que pedir caridad en las calles de la península de Santa Elena, pero ahora ni eso puede, pues tiene que desplazarse en una silla de ruedas y Maritza no puede empujarlo, porque también está enferma, es hipertensa y tiene una hernia umbilical que le causa dolores.
Una inyección alivia su malestar, pero no cuentan con el dinero para ese medicamento ni para su fármaco de su hipertensión. Tampoco para la insulina de Bolillo y las medicinas que podrían salvar su pie.
¡Gracias, ‘veci’!
“Estamos pasando peripecias, pero gracias a Dios comemos por la gente del barrio que es muy generosa y unida. Una vecina nos viene a dejar un arroz, otra nos da pan, pero a veces no hay, es cero Polito, cero”, dice un tanto resignado Bolillo.
A Maritza le gustaría trabajar, pero no puede, su prioridad es cuidar a su pareja.
“No lo puedo dejar solo porque de la nada llora, en ocasiones pasa acostado en la cama, todo el día, viendo al techo. Es que hasta el televisor viejito que teníamos se dañó y su raspahielo (celular), también, eso lo distraía”, cuenta la mujer de 54 años.
“Sé coser y hacer lencería, me encantaría tener mi taller, pero no cuento con la materia prima: telas, hilos y elásticos. Aquí, por el barrio, vienen personas a quienes se les dañó el pantalón, se los arreglo y me gano un dolarito, pero no es todos los días”, señala Maritza.
Se aguanta el dolor
Pese a sus dolores, ella lo baña, lo levanta y acuesta de la cama. Una operación acabaría con su dolencia, pero hasta eso lo piensa… “¿Quién lo cuidaría?, aunque algunos vecinos se han ofrecido, no quiero dejarlo. Me quedo con él, así pasemos hambre, pero siempre juntos”, dice la guayaquileña, quien confiesa que en varias oportunidades tiene que llorar en el baño o donde alguna vecina para que él no se dé cuenta y se desaliente más. Ella quiere verlo nuevamente sonreír.
Al escucharla, Bolillo también abre su corazón y revela que en más de una ocasión ha intentado quitarse la vida, pero no quiere dejar sola a Maritza, eso lo ha detenido.