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Padre Roberto Rodríguez, el sacerdote que no se deja de los choros
La iglesia San Alejo tiene un ‘águila’ al frente. El padrecito lo ve todo mientras ofrece las misas y frena a raya a los ‘choros’.
“Hay personas que son mansas, no mensas”, dice un dicho, y el padre Roberto Rodríguez es el vivo ejemplo de que el sacerdocio no le quita lo ‘avispado’.
La parroquia San Alejo, en la que el clérigo ha servido por dos años, está ubicada en la Bahía, una zona ‘lámpara’ del centro de Guayaquil en la que todos andan ‘mosca’ por el ‘bolsiqueo’ y el arranchón. A la iglesia, el lugar de ‘refugio’ de los devotos del Santo de la Justicia, también le ha tocado ser víctima del delito.
Ana y Belén, recurrentes devotas de la iglesia San Alejo, ‘dan fe’ de aquello. “Decidieron bloquear la entrada lateral (que colinda con el parque Juan Montalvo) porque entraron a robar. Hace años, no recuerdo cuántos, quisieron llevarse la Santa Custodia (recipiente para la hostia)”, rememora una de las mujeres.
Pero el padre Rodríguez asegura que él no les ‘aguanta paro’ a los malandros que desean ‘patearse’ los objetos sagrados. Y esto también lo pone en práctica cuando ve que mientras los devotos rezan, algún ‘manolarga’ quiere llevárseles el teléfono o arrancharles algo de los bolsos y carteras.
“Yo le digo: ‘A ver, me dejas las cosas donde las encontraste’. Es que soy de Sauces 5 y no me van a ver la cara”, comenta. “Ellos ya me conocen. Saben que yo me bajo de la misa y es: ‘Te sales o te sales’”.
Sin embargo, el sacerdote no ha podido evitar que de las afueras de la iglesia San Alejo se hayan llevado el tacho de basura. Pero él ya tiene visto quién es el que se ‘patea’ el accesorio: un adulto mayor que es conocido por los robos ‘al andar’ en la zona.
De todas formas, el padre Rodríguez abre las puertas del templo todo el tiempo y a todos, porque a nadie le puede negar la entrada a la casa de Dios.