Exclusivo
Actualidad

Julissa se tiene que poner un buzo en su cintura para tapar sus manchas.Álex Lima

Mujeres en indigencia: entre comer o comprar toallas sanitarias

Además de su adicción, la falta de higiene les ha significado dolor físico, emocional, estigma y vergüenza. Proyecto propone gratuidad en compresas

El chorro de sangre tibia se desliza lento por su entrepierna. Es la señal. Andrea Cortez se levanta de golpe de la vereda esquinera, en el sector Maldonado de Durán en Guayas, y busca a tres personas que le puedan regalar 10 centavos, para completar los 30 que le cuesta una toalla sanitaria en una tienda.

Es un suplicio, apunta la colombiana de sonrisa amplia y cabello ensortijado, tener que caminar cuando llega el primer día de la menstruación. Más para ella, que vive en la calle desde hace tres años, por conflictos familiares y el consumo de drogas.

A esto se suma que su período es irregular. Es decir, no sabe la fecha exacta en que menstruará hasta que una gran mancha rojiza ensucia las pocas prendas de vestir que tiene.

Conseguir esos 30 centavos, para una compresa que terminará empapada en dos horas, también es una tortura. “La gente no me quiere dar plata porque enseguida piensa que es para la droga. A mí me da vergüenza decir que es para una toalla. Y también es difícil porque esa plata uno la podría usar para comer”, cuenta con una sonrisa que no se borra, aunque hable de algo que para ellas es un tormento mensual.

Y eso, porque a pesar de vivir en la calle, reitera la joven de 28 años, le gusta estar limpia porque “si así nomás a nosotros (gente en condición de calle) nos miran feo, imagínese cómo me miran cuando se me mancha de sangre el pantalón”.

Hablar de su período no le avergüenza, pero pedir dinero para productos de limpieza la hace sentir mal porque en su mente se pelea la necesidad de comprar un pan para paliar el hambre, una funda de droga para calmar el síndrome de abstinencia o evitar ensuciarse.

Justo a alguien como Andrea conoció, en campaña, la asambleísta Johanna Moreira. Era una mujer joven, en condición de calle, cuya petición le llamó la atención. “No me dijo que le diera algo para comer, sino que me pidió para comprar un paquete de toallas sanitarias”, dijo la legisladora de la Izquierda Democrática que impulsa el Proyecto de Ley Orgánica de Salud e Higiene Menstrual.

Andrea procura siempre estar limpia, pero a veces reconoce que no tiene ningún lugar donde le presten el baño para asearse.Álex Lima

Así nació esta propuesta, explica Moreira, pero que no solo abarca la gratuidad en productos de higiene íntima, sino en todo lo que significa un cuerpo menstruante y este proceso. Va desde la gratuidad en todos los elementos de la gestión, hasta educación sobre el proceso para evitar estigma, discriminación y la deserción estudiantil por falta de gestión durante la menstruación.

“No me había puesto a pensar en que hay mujeres que tienen que elegir entre comer y comprar una toalla. Empiezo a investigar sobre el tema para ver qué cifras hay en el Ecuador al respecto. Ni siquiera se pone este tema sobre la mesa, que no nos enseñan sobre menstruación y todo lo que implica. No desde los privilegios, sino desde la empatía”, comenta.

A la asambleísta le asombra el debate formado en redes sociales y cómo personas que no menstrúan llegaron a comparar una toalla sanitaria con una afeitadora. No está en contra de las opiniones al respecto, porque ya ve como un logro que se empiece a hablar de la menstruación sin eufemismos como que es una “enfermedad” o una “regla”.

De hecho, cree que es un asunto de todos, hasta de hombres que no tienen el período porque muchos de ellos sustentan económicamente los hogares que tienen personas menstruantes y quienes deberían suplir y asumir los costos de estos productos.

Con ella coincide la ginecóloga Carmen Martínez, expresidenta de la Sociedad de Patología del Tracto Genital Inferior y Colposcopia, puesto a que detalla que la higiene en este ciclo es primordial para evitar complicaciones en la salud.

Explica que durante la menstruación se abre el cérvix y si no se usan los productos adecuados u objetos que no tengan las normas mínimas de higiene, las bacterias pueden ascender al útero, causando desde infecciones hasta esterilidad o problemas reproductivos.

Recuerda que hace años se usaban paños para recoger el flujo menstrual, pero sin una correcta esterilización de los mismos, no son recomendables y es un proceso tedioso. “Estos hay que lavarlos muy bien con jabones adecuados, pero no los recomiendo porque no todo el tiempo se puede limpiarlos bien. Es así como muchas mujeres adquieren la conocida vaginosis que es dolorosa e incómoda”, explica.

Es lo que le ocurre a Julissa Mendieta. Vive en la calle desde hace nueve meses a causa de su adicción a las drogas. Lidiar con su sangre menstrual es tan tormentoso como los ataques de abstinencia por la H (sustancia derivada de la heroína que es mezclada con compuestos tóxicos), que le tienen pegada la piel a los huesos.

Tiene 21 años, las calles del suburbio de Guayaquil son su ‘casa’ y tiene menstruación irregular. Tal como Andrea, la sangre que baja entre su entrepierna es la que le avisa cuándo debe empezar a pedir plata para toallas. Desde hace algunos meses tiene un dolor intenso en la zona abdominal, sobre todo cuando orina, y ella cree que se debe a que muchas veces tiene que usar trapos que encuentra por ahí para que su único calentador azul no se manche.

Tiene un buzo, que a más de protegerla del frío, lo usa para amarrárselo a la cintura cuando ya no puede evitar que su sangre se disperse. Para tapar lo que la avergüenza. Cuando alguien le da la mano, puede asearse y lavar su ropa, pero cuando no, debe aguantar su propia fetidez a fluidos secos, rancios.

A Andrea y Julissa les brillan los ojos cuando les hablan del proyecto de ley. Entre buscar algo para llevarse a la boca, pelear con su enfermedad, con el síndrome de abstinencia, con el rechazo que les implica su condición de calle, el poder evitar que su propia sangre las estigmatice es algo que les saca una sonrisa.