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La inspiradora historia del coro Notas de Luz y su técnica musical
Los integrantes de este coro, jóvenes con discapacidad visual, también han desarrollado una variedad de habilidades fuera del escenario.
Entre sombras, los dedos de Josué Mieles se desplazan con facilidad sobre las teclas blancas y negras de un piano. Entre sombras, la melodiosa voz de Julissa Chipe llena hasta el rincón más lejano de una habitación de ensayos al interpretar ‘Guayaquil de mis amores’. A pesar de su discapacidad visual, ambos, junto a un grupo de jóvenes, y con los ojos cerrados, cual técnica de máxima concentración, enlazan impecablemente sus voces para erizar la piel con ese poema hecho canción.
Su música ‘ilumina’ las miradas de quienes asisten a sus presentaciones. De ello ha sido testigo Ian Moncayo, el director del grupo, quien decidió llamar a este coro Notas de Luz al ver el impacto de sus interpretaciones.
Moncayo es consciente de la dificultad que implica lograr que los 11 integrantes del coro se conecten en una interpretación, dado que no pueden ver las sutiles indicaciones gestuales que un director suele hacer con las manos. Por ello, ha desarrollado junto a ellos un lenguaje sonoro basado en variaciones de respiración: fuertes, leves, pausadas, entre otras.
“Con esto, los chicos pueden interpretar las guías. No sé si inventamos el agua tibia, probablemente alguien más ya dirige así, pero con este método logramos conectarnos”, explica Moncayo. Aun así, Ian realiza los gestos de dirección con las manos. “Con o sin visión, un coro debe ser impecable”, justifica.
El origen del proyecto
El coro, compuesto en su mayoría por jóvenes que apenas han alcanzado la mayoría de edad, nació hace más de 14 años en el Centro Municipal ‘Valientes’ de Guayaquil. Sin embargo, en la habitación insonorizada donde ensayan, no todo gira en torno a la música.
Ana Paula Ramírez, Gina Galora, Julissa Chipe, Marilú Vera, Mariuxi Lázaro, María de Lourdes Cano, Josué Mieles, Jimmy Montenegro, Samuel Pizarro, Oswaldo Quito y Moisés Galora conforman el coro. Desde su creación en 2008, alrededor de 40 chicos han pertenecido al grupo. Muchos de ellos comenzaron siendo apenas niños y han crecido junto con el coro.
Empezaron con una presentación dentro de una obra teatral, “pero el resultado fue tan bueno que, desde entonces, empezaron a vernos como un coro”, recuerda Moncayo. Con el paso de los años, el grupo se consolidó. En los últimos tiempos, el Cabildo ha apoyado al coro, invitándolos a conciertos remunerados.
“Ahora reciben una compensación justa por lo que hacen”, señala Moncayo, quien recuerda que antes era difícil reunir dinero para comprar instrumentos y participar en presentaciones internacionales.
¡Tienen todo el mérito!
En 2015, durante un concierto en México, los músicos, en su mayoría adolescentes, fueron vistos como “el coro mascota” debido a la condescendencia con la que los trataban. “El público los miraba y decía: ‘Mira, pobrecitos, qué lindos son’. Eso es condescendencia, y no es algo positivo para ninguna persona con discapacidad. Aunque nadie lo hace con mala intención, les quitan el mérito”, comenta Moncayo.
Al llegar, los recibieron con una ovación, pero al finalizar su actuación, el silencio se apoderó de la estancia; el público quedó boquiabierto. “Me imagino que esperaban un coro de niños de escuela, pero se encontraron con un coro que podía competir de igual a igual con los demás”.
Julissa Chipe, de 25 años, es considerada una de las voces más talentosas del coro. Durante una demostración para EXTRA, interpretó en solitario el pasillo ‘El alma en los labios’. No solo deleitó a los presentes con su voz, sino también con su dominio del piano, tocando con precisión. “Creo que he logrado tocar y cantar a la vez porque he estado involucrada en la música desde los tres años. Luego estudié en el conservatorio Sergei Rachmaninov. Aquí en ‘Valientes’, estoy aprendiendo percusión y violín”.
A pesar de su constante aprendizaje a lo largo de su vida, que incluye haber obtenido una licenciatura en Artes Musicales, lo que más disfruta del coro son sus compañeros. “Son personas muy buenas. Compartimos mucho y nos llevamos súper bien”, menciona.
Jimmy Montenegro, a quien Moncayo estima profundamente como su ahijado, nació con un tipo de cáncer ocular. “Hace 15 años, un doctor le dijo a su mamá que él se iba a morir, pero ella no se conformó con eso y buscó ayuda en todas partes. Fue una odisea. Llegó hasta Costa Rica, donde un doctor accedió a operarlo, pero a cambio de una suma exorbitante que no tenían. Pidió ayuda a todo el mundo hasta que, por suerte, nos conocimos. Hice mil llamadas hasta que logramos el apoyo de la Teletón. Jimmy sobrevivió y hoy es el más relajoso del grupo”, cuenta Moncayo.
“Todos enfrentamos batallas en la vida. Creo que ser una persona no vidente no es un impedimento para estudiar en lo absoluto”, afirma Samuel Pizarro, de 18 años, quien actualmente cursa Artes Musicales en una universidad de Guayaquil. Samuel menciona que su falta de visión le brinda la oportunidad de buscar nuevas maneras de hacer las cosas y mejorar continuamente. “Yo siempre resuelvo”, afirma entre risas.
A pesar de lo sorprendente que pueda parecer, Josué Mieles posee una memoria fotográfica. Recuerda todos los partidos de fútbol que ha escuchado e incluso disfruta narrándolos. Es su segunda pasión después de la música. Aunque también tiene un grado de discapacidad intelectual, toca diferentes instrumentos.
Oswaldo Quito también tiene discapacidad intelectual, pero eso no le impidió graduarse como abanderado de su colegio. En la música, se esfuerza por aprender y tocar todos los instrumentos que se propone. “Tiene un talento bestial para cualquier instrumento que le caiga en las manos ese ‘pelado’”, indica Moncayo.
Ian se considera un músico frustrado, ya que nunca alcanzó sus propias metas musicales. Sin embargo, a través de Notas de Luz siente que ha cumplido su misión de vida. “Uno cree que enseña, pero en realidad he terminado aprendiendo. Aunque suene romántico, a veces pienso que ellos pueden ver más que uno”, reflexiona Moncayo.