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Vivir "como personas", el anhelo de una pareja de costeños que hace malabares por sobrevivir
Mayra y Luis se protegen con cartones y plásticos en el norte de Quito. Su sueño es tener una casita para ellos y sus mascotas
Lobo, Maxi y Luna ladran en cuanto escuchan que alguien se acerca a su guarida. Luis, su dueño y quien los sujeta con collares, calma a los perros y poco después se dejan acariciar. Mayra, su pareja, de 46 años, va detrás. Todos residen en un terreno baldío cerca de la plaza Argentina, en el norte de Quito.
Los dos costeños se han acostumbrado a vivir allí a pesar del frío y el peligro que corren. “Como tengo el carácter fuerte, (los pillos) se van”, dice Mayra.
El terreno es como un gran jardín en donde se distribuye el dormitorio, la cocina, el baño y los sitios para caminar con los perros. Todo está hecho con plásticos y cartones.
En una mesa hay un recipiente con morocho remojado. Es el almuerzo del día, con algunas papas y verduras que la mujer guarda celosamente. La sopa también será para las mascotas, sus ‘amigos’ inseparables.
Luis, de 33 años, los recogió cuando eran cachorros. “Siempre he cuidado perros, aunque una vez me quitaron los que tenía porque andaba en la calle”, recuerda.
No los dejan solos. En la parcela hay zonas que son ocupadas por desconocidos que llegan solamente a hacer sus necesidades biológicas. Su instinto canino los lleva q hurgar cerca de esas suciedades.
“Ellos duermen en la cama –colchón delgado en el piso y cobijas– con nosotros, no estaría bien que vengan con esos gérmenes”, dice Luis.
La ‘habitación’, donde permanece la gata Lucero, su otra mascota, no tiene más de tres metros cuadrados. Y un pallet de madera funge como puerta. Así se protegen por las noches.
“Como ando con la menopausia ya no tengo frío, sino puros calores”, bromea Mayra.
CAMBIAR DE VIDA
Ambos consumían drogas y desde que se conocieron en la plaza Argentina, hacía un año y medio, decidieron apoyarse.
“Aquí nos cuidamos para estar sobrios, aunque sí hemos tenido problemas”, relata Mayra.
Quieren dejar de vivir entre la maleza, tener un espacio en el que no deban ocultarse para tomar un baño, donde no tengan que llevar agua de la gasolinera en canecas, ni tener que recoger agua de la lluvia. Quieren una casita.
Han hecho cuentas y dicen que podrían pagar 80 dólares mensuales para una vivienda donde les permitan estar con sus mascotas. “No nos reciben con tantos perros, y como son inquietos creen que les van a morder”, comenta Luis.
Él hace malabares con tres pelotas de tenis en los semáforos. Hay días en los que recoge hasta 20 dólares, otros en los que las ganancias no llegan ni a un dólar. Con ello compran comida para los animalitos, verduras y a veces, solo a veces, carne.
“¡Queremos vivir como personas!”, suplica Mayra.
Ella tiene seis hijos y once nietos en la Costa, pero no habla con ellos porque dice que se avergüenzan de ella. “Si sigo con Luis, en buena hora, sino estoy dispuesta a morir en un ancianato”, concluye.