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La historia de las auténticas espumillas de Conocoto, una 'cremosa' herencia de Quito
El origen de este fragante postre quiteño se remonta a los primeros años del siglo pasado. Tres emprendedoras 'baten' su propio sueño
La luz lateral de ese ventoso viernes resplandece los colores de la tarde. Un día más en Las Auténticas Espumillas de Conocoto, un emprendimiento familiar que cumplió sus primeros 20 añitos, en pleno centro de esta dinámica parroquia de Los Chillos.
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Tras el pequeño mostrador sonríen Amparo, Adela y Sofía: que se sienten empoderadas y dueñas de su propio desafío, corean. Un camino duro que no les ha quitado la gracia ni la fortaleza. Van bien: los números cuadran y crecen, de conito en conito.
“Es una tradición familiar; legado y mandato”, dice Sofía. El pionero fue Fredy Acuña, en una furgoneta en las calles Bolívar y Olmedo, junto a la vereda del local. Este, hace dos décadas, fue alquilado a Pedro Marcelo Proaño, un exzaguero de El Nacional.
Faltaban manos para atender
“Desde el inicio fue un éxito. Los autos, las personas, paraban a comprar y faltaban manos para atender”, recuerda Amparo. El lugar, preciso: jubilaron la vieja furgoneta Nissan, el dueño de casa tumbó paredes y creó un minilocal para atender a la alegre clientela.
“Primero pusimos un baño. Al inicio, se despachaba solo para llevar, pero la gente hacia fila y fuimos adaptando el localcito”, dice Sofía. “Perseveramos, nos animó la estratégica ubicación. Hoy esta tuneadito y el desfile de clientes nos sostiene y anima”, recita Adela.
Son la cuarta formación familiar al mando del postre, presente en la dieta quiteña desde los primeros años del siglo pasado: fresco (como un helado que no hace agua), es una crema servida en conitos con el fragante ADN de la guayaba, mora, maracuyá, frutillas.
En este bastión espumillero, ellas apelan a una receta casera, potenciada por el consejo de expertas reposteras. “Pasamos batiendo la pulpa de fruta, claras de huevo, azúcar y mucho amor”, cuenta Adela sobre el secreto del millón. “Esto, sin amor, no anda”, filosofa.
Dos de maracuyá y una de guayaba
Van llegando los golosos de turno. “Ellos piden y servimos la tradicional espumilla de guayaba y la de maracuyá. Podemos atender, sin demora, con dos máquinas”, precisa Sofía, administradora del dulce trío.
Al pasar de los años y ante los veranos ardientes de este cálido valle, las tres emprendedoras decidieron diversificar la atención y se embarcaron en la línea de los helados.
“Empezamos con los de crema. Vimos la gran salida que tenían y pasamos a los quesuditos”, indica Amparo. Así llamaron a estos helados súper cremosos y una textura que se despacha con suaves mordiscos.
Creatividad y ‘ñeque’
La creatividad y la lucha por números rentables les animaron a un helado novedoso. “El maracu-sal es también un producto bandera. Luego, para más oferta y precios pasamos a los de hielo, tradicionales en el hogar quiteño, de mora y leche”, explica Amparo.
Un paso certero provoca otro adicional, siempre relacionado con los gustos posicionados en el comensal propio y los visitantes de Quito, La Armenia, San Rafael, entre otros centros urbanos cercanos.
“Helados en copitas, el banana split y el choco-banana, que las madres ofrecen a sus niños para que se nutran de esta fruta. Además, barquillos, quesadillas, aplanchados: perfectos para acompañar un heladito”, comenta sonriendo Adela, atenta al trato con el cliente.
Batiéndose en cancha inclinada
El criterio de Nathaly Vinueza, CEO de Warmi & Mujer Segura, avala a las duras de la espumilla. “El informe Global Entrepreneurship Monitor 2023 indica que el 33,4 % de las ecuatorianas entre 18 y 64 años son emprendedoras; los hombres, un 31,8 %”.
Este protagonismo pasa por su mayor acceso a la educación superior e integración al mercado laboral. “Pero tienen dificultades para el financiamiento y sostenibilidad de sus proyectos. La carga extra de las tareas del hogar resta tiempo y energía en los negocios”.
Sin embargo, hay oportunidades. “La digitalización y plataformas de comercio electrónico abren puertas para que ellas amplíen mercados y optimicen recursos. Hay aliados claves: redes de apoyo y programas de formación”.
Los 70, doña Delia y Mama Miche
“En los 70, en los zaguanes de las casas coloniales se vendía chocolate con pan de Ambato y queso. Surgen huecas famosas: Mama Delia, con los menudos y fritadas de la Tola; los caldos de gallina de Mama Miche, en la Marín”, cranea el antropólogo Ataulfo Tobar.
El emprendimiento femenino pasa por asegurar el alimento de los hijos y sumar recursos propios. “Tras la elaboración de alimentos locales y regionales está la cultura, la memoria y la sabiduría de las mujeres emprendedoras; depositarias de los legados alimentarios, sabores y costumbres”, señala Tobar.
Estrellas pop y de la pelota
Las coloridas espumillas de estas chicas poderosas tienen clientes famosos: Hipatia Balseca, reconocida cantante pop y del pentagrama nacional, o su colega Amapola Naranjo.
Entre los cracks, Ulises de la Cruz, referente de la primera selección mundialista del Ecuador, y Jordy Alcívar, mediocampista manabita de gran pasado en Liga de Quito y actualmente en el León, de la Primera División de México.
“Una deferencia: son personajes muy solicitados en todo lado y nuestra espumilla es del gusto de los campeones”, se alegra Sofía.
Heladeros y espumilleros
El local abre de lunes a domingo a las ocho de la mañana y baja la lanford a las ocho de la noche. En el largo día, los niños alegran las laboriosas jornadas. Entre los consentidos, los pequeñitos de escuelas y familias. Algunos llegan con los dolaritos contados.
“A los ‘heladeros’ les regalamos espumilla, que untamos en su helado: piden esa golosina y se yapan una espumilla. Nos divertimos también. Los niños son unos terribles. Cuando vamos con la paleta, en lugar del helado, muestran la lengua”, se ríe Amparo.
“Trabajar con niños es un detalle. Y con niños que sonríen, que son felices con su conito, con el fruto de nuestras manos, una alegría”, reflexiona Sofía. Pero no todo es dulce. “Si se va la luz más de seis horas, todo se pierde”, se angustia.
Tres mujeres y un conito
La noche se descuelga, al local llegan los atrasados. Ellas se multiplican para, cada una en sus funciones, atender a los dulceros: una bate, otra sirve, ella cobra. Inspiran: hace veinte años emprendieron y ahí siguen, bate que bate hasta el suspiro.
Tres valientes mujeres de esa clase media que se faja cada día para no claudicar ante la inoperancia de un Estado que mezquina oportunidades.
Llega el abrigado abuelito de la mano del nieto consentido. La imagen del niño, sonriente, sacando la lengua para que le unten espumilla, es romántica y dulce; como esta historia de superación y carácter. ¡Shevara su espumisheeeeee! ¡Vecinito, llevará!
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