Exclusivo
Actualidad

En ocasiones, adolescentes le piden a Cristóbal Zambrano que les enseñe a pescar.Freddy Rodriguez / EXTRA

Los hijos del 'Salado' y su amor a la pesca

En el puente de la Isla Trinitaria, en Guayaquil, jornaleros comparten su faena con quienes no tienen para llenar la 'panza'. Además, enseñan a pescar

Jaime Murillo parece haber sido ‘parido’ por el estero Salado. Sabe todo sobre las aguas quietas y un tanto turbias de este brazo de mar. Lo bueno y lo malo. Conoce lo que da, pero también lo que quita. Aquí aprendió a nadar y a pescar. Es su vida.

El puente que conecta la Isla Trinitaria con el suburbio de Guayaquil, ubicado en la vía Perimetral, al suroeste de la urbe, le recuerda a su niñez y adolescencia, cuando habitaba en esa zona porteña. Ahora este lugar representa para él un rincón natural para relajarse y meditar.

Jaime tiene 45 años y por las mañanas o las tardes se acomoda al filo del lado oeste de la estructura para capturar peces. Lo hace desde hace cuatro años por el simple gusto de atrapar las especies como cuando era joven. También aprovecha para salir de su rutina.

Jaime Murillo realiza la actividad para desestresarse de la rutina diaria. Suele estar unas cuatro horas en el puente.Freddy Rodriguez / EXTRA

‘Camellaba’ como guardia de seguridad hasta el año pasado, cuando se jubiló. Ahora le dedica cuatro horas diarias a la pesca.

“Cuando vengo aquí me olvido de todo. Dejo a un lado los problemas”, dice Jaime mientras respira hondo con los ojos cerrados.

La brisa del Salado acaricia su rostro. A ratos, la corriente de aire es tan fuerte y escandalosa que anula el ruido de los autos, buses y camiones que circulan a espaldas de Jaime.

Lo que no pasa inadvertido es el remezón que los vehículos provocan al atravesar el viaducto. “De este lado la vibración se siente un poco menos que al frente”, indica.

TODO A LA ANTIGUA

Jaime utiliza una cuerda de nailon de 40 metros de largo para su pesca. En el extremo que va hacia el estero le amarra un gancho, al cual le incrusta un camarón. Esa es la carnada. Carga suficiente como para unas ocho rondas. Cada vez que pone uno nuevo le corta una parte de la cáscara con una tijera.

Prefiere hacerlo de esa forma porque se asemeja a la técnica que usaba de ‘pelado’. No le gustan las cañas de pescar. Cree que si las utiliza traiciona su pasado como habitante del suburbio.

Esto es algo sano. Por aquí pasan tantos jóvenes consumiendo drogas e intento enseñarles lo que hago, para que al menos agarren algo y se alimenten. También vienen parejas de extranjeros a pedirme unos pescaditos y les doy unos cuantos”, cuenta.

En el brazo de mar se capturan especies como bagres, corvinas y roncadores. PERIODISTA : MIGUEL PARRAGA FECHA : 29/01/2021 Agencia (ag-extra)Freddy Rodriguez / EXTRA

Cristóbal Zambrano, manabita de 27 años y que pesca al otro lado del puente, también es solidario durante sus faenas.

A él, en cambio, a veces se le acercan adolescentes para aprender cómo hace que los bagres, corvinas y roncadores piquen el anzuelo.

Los muchachos lo observan atentos y él les responde cualquier duda. Ellos lo ayudan a guardar los pescados. Los más diminutos van en un garrafón lleno con agua del mismo estero. Las especies más grandes se meten en un balde reciclado de mantequilla o de manteca.

Cristóbal llegó hace dos años a esta ciudad desde su natal Pedernales (Manabí). Vino a probar suerte y generalmente ‘cachuelea’ de albañil o de lo que le caiga.

Quienes pescan en la zona, además de en baldes, guardan sus capturas en bolsas plásticas amarradas a las barandas del puente.

No siempre tiene trabajo. Por eso cuando no se ha ganado suficiente billete va al puente para comer con lo que “nos regala el de arriba (Dios)”.

Heredó de su familia la afición por la pesca. En su cantón ese es uno de los oficios principales. Más bien le sorprende que en la Perla del Pacífico la actividad se desarrolle en menor medida desde los puentes que cruzan por esteros.

El ocaso de las tardes marca el final de su jornada. Cuando el sol se pinta de naranja, Cristóbal empieza a recoger su cuerda para marcharse.