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Crónica

A través de su profesión, enfermero, quiere resarcir el daño social de su vida pasada.Christian Vinueza / EXTRA

En Guayaquil: Expillo cambia su mala vida por Dios, su familia y los estudios

Hace ocho años, Abel dejó el mundo de las drogas y los delitos, los cuales lo llevaron a varios encarcelamientos. Hoy es enfermero y estudia Derecho.

No le teme al pasado, si no al presente. Le huye a la discriminación, por eso no revela su rostro y cambia su nombre.

Abel, de 37 años, dio su primera ‘pitadita’ de marihuana a los 13. Y se fue de largo... Un compañero del curso le dio a probar. “Estábamos por el estadio Barcelona, ‘jalé’ hasta la mitad del cigarro y lo boté, él se enojó, me quiso pegar, lo cogió y se lo acabó”, rememora.

La segunda vez que consumió fue en el colegio César Borja Lavayen. “Empecé con uno por semana y terminé fumando a diario, dos o tres veces por día”. Estaba ‘enganchadote’.

Abel afirma que el que se quiere dañar lo hace. “Dicen que se descarrilan porque papá golpeaba a mamá o porque tuvo una familia disfuncional. Mi niñez fue buena, crecí en un hogar con valores, incluso era futbolista”, cuenta.

De ‘drogo’ a ‘choro’

Jugó en la sub-16 de Emelec y en la sub-18 de Barcelona, en este último equipo conoció a John, un colombiano, cuya hermana ‘vaciló’ con él. Abel tenía 16, ella 23.

“Él robaba y yo lo veía con dinero y armas. Me gustaba que tuviera plata, por eso me junté con él. Fumábamos marihuana y maduro con queso (marihuana con polvo), también ‘jalaba’ cocaína”.

Luego empezó a ‘chorear’ con su pana. Sacó buen billete y se independizó, se fue a vivir por el parque Centenario, centro porteño.

En su vida de pillo, Abel siempre andaba armado.Pixabay

Asaltábamos a chulqueros colombianos. Eso fue en el 2000. John conocía la movida, sabía dónde paraban, cuánto más o menos llevaban; eran amigos de su papá. Él los encañonaba, yo les quitaba el arma, la plata y los celulares”.

Pasaba el tiempo y su adicción creció. “Eran tres, cinco días sin comer y dormir, solo tomaba agua, trago y fumaba, paraba cuando mi cuerpo no podía más y me quedaba ‘ruco’”.

Nuevos ‘colegas’

La ñaña de John intenta recluirlo en un centro de rehabilitación. “Un día drogado, me tumbaron la puerta, quise reaccionar, pero la pistola estaba sin balas, ella la había descargado, entre cinco me cogieron y llevaron al sitio. Estuve dos días; me escapé con 15 internos, amarramos al personal y nos llevamos todo. Ella y su hermano desaparecieron, pensaban que yo podía hacerles algo”.

Como se quedó sin ‘pata’ para sus ‘vueltas’, se fue a su barrio, en los alrededores del estadio Capwell (sur) y armó su grupo. En 2001, asaltaron una joyería del centro.

Cinco detenciones (2001, 2004, 2007, 2009 y 2011), todas por robo, fue el saldo de su vida delictiva. Solo tuvo dos sentencias. “En mis entradas y salidas de la cárcel perdí unos siete años de mi vida. Robé de todo, locales comerciales, joyería, transeúntes, busetas; fui escalador, estruchador, sacapintas, aplicaba el ‘bujiazo’ a los carros, pero nunca asalté bancos ni blindados”.

El enfermero desperdició siete años de su vida en sus cinco detenciones.Pixabay

El mandadero de la ‘Peni’

La primera vez que lo apresaron ‘cayó’ con dos boxeadores. “Yo también peleaba e hicimos un grupo. En 2004 volví, pero ya era conocido por los pillos. Si en la calle me empolillaba (drogaba), en la cárcel me hacía pedazos”, asegura.

Tras las rejas consiguió ‘camello’. “En el pabellón estaba el jefe, caporal y secretario, ese era yo. Me encargaba de cobrar las guardias, pero más daba la droga, alcohol, empeños, extorsiones, venta de celdas; manejaba todo el dinero, pero no era mío”.

En una libreta registraba ingresos y egresos. “Juan Piguave dio 250 ‘latas’, pero se pagó 50 al guía y se compró una balanza”, dice el ‘contador’.

El pago por su trabajo era 100 ‘latas’ semanales, más una porción de polvo. “Igual ganaba más dinero, pues me movía en toda la ‘Peni’. Andaba por los techos ‘buseteando’. Me decían: ‘Necesito que me compres tal cosa’, iba a otros pabellones y se los traía. Era el mandadero”.

Reconoce que en un día bueno sacaba 30 dólares y en uno malo 5 u 8. Cuando fue mafiosillo se hacía 200 a la semana, mandaba dinero de la cárcel a la calle. También fue caletero, ellos guardan las drogas y armas.

“En las requisas salía ‘soplado’ donde los ‘manes pepa’, los que tenían la ‘tuca’ (bastante), me ponía polvo, pistola y fono por aquí por acá y de una boca abajo en la zona de los hermanitos. Los ‘poli’ revisaban todo, pero nunca a los PPL, uno por uno. Rezaba para que no me descubrieran, sino me quedaba más tiempo en ‘cana’”.

En el año 2001 recibió su primer balazo, fue en la pierna izquierda.cortesía

La ‘huesuda’ lo rondaba

En 2001 recibió su primer balazo. Le robó a un marino retirado y este supo dónde ‘paraba’, en las calles Santa Elena y General Gómez (centro), y le mandó a ‘dar vire’.

“Estaba fumando con un amigo, vinieron dos tipos y uno de ellos se me acercó mucho con una pistola y alcancé a bajarle el arma, pero el disparo me cayó en la pierna izquierda, mi pana lo 'quebró'. Si me disparaba de lejos, estaría muerto’.

En 2004, en un enfrentamiento policial, fue herido en la misma pierna y la bala lastimó su nervio ciático. Los doctores le decían que quedaría lisiado, pero se fue a Manta, pues recordó que la arena servía en la recuperación de los futbolistas. “Enterraba la pierna en la arena caliente y en tres semanas caminé”.

En 2006, recibió otro balazo, esta vez en el abdomen, un chaleco antibalas le salvó la vida.

En prisión, cumpliendo su rol de caletero, fue delatado ante la policía, él no dijo dónde estaba la droga. “Me dieron patazos, me viraron la nariz, hincharon la cara, partieron la cabeza”.

El amor y el apoyo de su familia fue fundamental para su transformación.Pixabay

Terapia: Dios y su ‘family’

En su última detención, en 2011, probó la H. Inicialmente la usó como potenciador sexual, luego no dejó de consumirla para evitarse los síntomas de la abstinencia.

Dos años después salió de prisión. Estaba flaco y ‘enmonado’ (manifestación de la abstinencia). Pensaron que tenía VIH y me llevaron al hospital de Infectología. Le dije al doctor: “No tengo nada, lo que soy es hachero”.

En ese momento, su esposa y su madre lo internaron en un centro de rehabilitación. “Gracias a Dios caí en buen sitio, me enseñaron una nueva forma de vida, pues lo mío era el consumo, la delincuencia, dormir en la calle, entrar y salir de la cárcel, aún teniendo mujer e hijos”.

Revela que en dos ocasiones le pidió ayuda a Dios para dejar el vicio. “El Señor hizo su parte, hizo que mi familia siempre me ame, en especial mamá, quien me visitaba en la cárcel, a los demás les dije que no fueran, el PPL le hace ‘cerebro’ a tus parientes rápido. Ahora estoy haciendo lo que me toca, trabajar, estudiar y ayudar a adictos con mi testimonio”.

Expresa que en el centro nunca recibió malos tratos. “Se ataca al problema mental, qué te lleva a consumir”.

Para él, el adicto no es malo, solo que toma decisiones incorrectas. “Las cosas malas que aprendí: descargar un arma, armar un grifo, no las olvido, la diferencia es que ya no las hago”.

Actualmente cursa el segundo ciclo en la carrera de Derecho.Christian Vinueza / EXTRA

De clínica a juzgados

A los 17 años, a punto de graduarse, cayó preso; luego las drogas y delitos frenaron su carrera estudiantil, la cual él pagó, después de irse de casa.

“En el centro de desintoxicación, el dueño me preguntó si me había graduado, le dije que no y me ayudó a terminar el bachillerato. Me gradué a los 30, luego busqué el título de tercer nivel, hoy soy técnico en Enfermería, colaboro en una empresa de servicios médicos a domicilio, trabajo en una prestadora del IESS. Y estoy estudiando Derecho”.

Lo que más le enorgullece es tener su hogar, ‘sacarse la madre’ honradamente para mantener a sus hijos, quienes conocen sus antecedentes y no lo juzgan.

No teme represalias de su vieja vida, ni los señalamientos familiares, pero sí los sociales.

“La sociedad es castigadora, solo hay apertura de quienes padecieron lo mismo o tienen a un adicto en su familia, los demás no. Te condenan con frases como: “Ese man te va a robar”; no son nada empáticos, no puedo arriesgar lo poco que he logrado, porque tengo hijos”.

Por eso no muestra su rostro, porque las palabras de juicio pueden ser más potentes que las balas y no quiere que le roben el chance de darle un buen ejemplo a sus vástagos.

Inició con una droga que él consideró suave, la marihuana.Pixabay

'Once' con la 'mala junta'

“El drogodependiente atraviesa etapas: precontemplación, no me doy cuenta de que tengo un problema y vivo feliz consumiendo; también está la contemplación y allí comienzo a cuestionarme si está bien o no el consumo. Asimismo existe la preparación, en la cual hago pequeños cambios de mi vida; luego viene la acción, en la que ya hay un proceso terapéutico, me alejo de amistades, concreto mi proyecto de vida; y finaliza el mantenimiento, en el que hay una reinserción laboral, educativa y familiar. No es fácil y cada fase tiene su motivación”, explica Joel Cañarte, psicólogo clínico, experto en adicciones.

El entorno tiene mucho que ver con la drogodependencia, según Cañarte, pues en el caso de Abel, otros lo llevaron a tener conductas que no eran regulares en él. “Tiene que ver mucho con la gente que me rodea, por eso debo ir cambiando de ambiente para que la transformación sea favorable y duradero. 


"Veía a los ‘zanahorias’ del barrio y decía: “Mira a ese bobazo se va a estudiar”. Hoy, el que se educó tiene casa y carro; y el ‘sabido’ está en la calle, muerto, inválido o en la cárcel”.
Abel, enfermero