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En Guayaquil se bajan los 'kilitos de más' al aire libre
Edison Espín los mantiene ‘papelito’ con poca inversión. Él, hace ocho años, formó un club de nutrición que se transformó en entrenamiento
Suena el silbato y empieza la ‘tortura’. Los cuerpos de quince personas, empapados de sudor, se mueven con intensidad. Se ‘sacan la madre’ durante la sesión de cardio en un gimnasio al aire libre, ubicado en la explanada del estadio Monumental.
Es de noche y los alumnos están agotados, pero lo hace con placer, porque ‘sarna con gusto, no pica’ y ellos, según Edison Espín, el ‘profe’ del silbato, han cambiado su estilo de vida para bien.
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El espartano, como lo conocen en la comunidad runner de Guayaquil, tiene 49 años y hace 8 inició con lo que sería el espacio de entrenamiento más ‘amarillo’ de la ciudad, por su cercanía a la casa de Barcelona.
Todos los días, de lunes a viernes, Edison organiza tres horarios (05:00, 06:45 y 18:30) de capacitación física para personas que “nunca pensaron pisar una pista” y que, ahora, hacen hasta más de cinco repeticiones de todos los ejercicios que les propone.
Pista artesanal
Con la luna sobre sus cabezas, los pupilos de Edison iniciaron con el calentamiento que consistía en topes a unos pomos, zigzag con obstáculos, sentadillas, elevación de rodillas, spinner con llantas y pique en terreno elevado. “En esta pista dan unas cinco o seis vueltas. Con esto terminan bien sudados”, comentó el espartano, quien con sus propias manos elaboró todos los utensilios necesarios para las rutinas.
“Esto es artesanal. Lo hago con tubos, cemento y baldes plásticos”, detalló. Pero enfatizó que tiene conocimiento y por eso se atreve a realizarlo con sus manos. “Fui, por 12 años, instructor militar en la Armada y ya me jubilé. Esto es lo que siempre me ha gustado”.
Mientras sus alumnos dan las vueltas (eso sí, todos bien ‘encachinados’ con sus uniformes), él se mantiene a un costado, verificando que los ejercicios se realicen de manera correcta. No obstante, asegura que hace hasta 10 repeticiones de esa rutina.
“Inicié en 2015 porque pensé que si otros hacen por qué yo no. Empezamos como un club de nutrición, pero uno de los asistentes dijo: ‘profe, la alimentación no hace milagros. A esto le hace falta el ejercicio’ y vine al espacio que está en frente”.
El lugar que menciona son los bajos del puente peatonal del Monumental, del lado que está junto al estero Salado. Allí, según contó, entrenó hasta poco antes de que la pandemia iniciara y luego, porque llegó a acoger hasta a 60 deportistas, se mudó a la acera paralela, que le permitía tener mayor espacio.
“Actualmente vienen menos personas, sobre todo por la inseguridad. Los que llegan acuden desde la Martha de Roldós, el suburbio y hasta del centro”, detalló.
Y por los resultados que ha observado sabe que la asistencia no es en vano. “Todos han cambiado sus vidas. Una mujer de 50 años ahora es de las mejores corredoras de la ciudad. Si le hubieran dicho que iba a estar corriendo casi 30 kilómetros no lo hubiera creído”, confesó.
Además, dice que el 90% de los asistentes son mujeres y que todas le ponen todo el empeño para sudar como nunca, bajar unas libritas y sentirse sanas.
Por amor al fitness
“Si lo hiciera por dinero ya lo hubiera dejado botado hace rato. No gano mucho (cobra $1,50 por persona) en esto. Mi iniciativa fue hecha para brindarles una nueva forma de mantenerse activos”.
En aquel sitio, que por una hora es pura transpiración, todos ellos han encontrado su lugar seguro. “Eso es lo más importante, que se sientan bien”.
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