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'Figureteo' criminal
Organizaciones narcodelictivas graban hechos violentos con el afán de generar terror en sus adversarios.
Desde una celda un reo empieza a grabar con su teléfono celular. Las imágenes no son claras, apenas se ven las piernas de otras personas privadas de libertad mientras caminan hacia uno de los patios. El vídeo parece irrelevante, hasta que llega al segundo 10. En ese instante, queda en evidencia el cometimiento de un crimen.
El interno que registra la escena levanta su dispositivo y capta de frente el asesinato a puñaladas de Darwin Eddy Corozo Camacho, alias Negro Jessy. Era la mañana del 7 de mayo de 2019 y bastó poco tiempo para que las imágenes se tornaran virales en redes sociales.
El hecho se suscitó en el Centro de Rehabilitación Social de Latacunga, considerado uno de los más seguros del país. Sin embargo, a pesar de la rigurosidad de los controles, el vídeo deja en claro que el autor de la filmación sabía lo que pasaría frente a su pabellón. También conocía el alias del asesino, pues así lo narra durante la grabación: Cachete.
Más tarde, en otros vídeos, supuestos integrantes de la agrupación narcocriminal Los Choneros le atribuyeron el delito a su organización, porque el fallecido era un presunto líder de la banda con la que mantienen rivalidad: Los Lagartos.
Para ‘Pedro’, un exintegrante de uno de estos grupos, las grabaciones de este y otros hechos violentos son premeditadas. “Quieren que vean los vídeos para infundir temor, miedo a su rival y elevar su popularidad. No les afecta que sus nombres, alias o sus caras salgan en los vídeos, porque eso los hace sentir grandes”, sostiene.
Con él coincide Daniel Pontón, quien se dedica al análisis de este tipo de problemáticas y además es decano de la Escuela de Seguridad y Defensa, del Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN), en Quito.
“El modus operandi del crimen organizado es esta ambivalencia entre el ocultamiento y la visibilización. Ocultamiento para pasar desapercibidos. Visualización porque, al hacerlo, adquieren respeto. Buscan el amedrentamiento”, explica.
Además, detalla que a diferencia de las antiguas mafias, cuyo objetivo era no ser vinculadas con los crímenes que cometían, las organizaciones locales anhelan lo contrario. Pontón lo define como “la economía de los efectos, a través de la violencia”.
“Este tipo de economía no necesariamente muestra al que es más trabajador, sino al que es más violento y obtiene resultados, porque lo que importa es el efecto que generan”, menciona Pontón.
El experto señala que a eso hay que sumarle algo que se ha normalizado en Latinoamérica: la narcocultura.
“En cierta forma, los valores del narco y del crimen organizado tienden a ser una categoría aceptada en los estratos populares, bajo el ideario de que son una especie de justicieros sociales o también bajo la lógica de que pueden llenar las expectativas de vida de una manera legítima, aunque por la vía ilegal, con el peligro de que la ley los atrape”, argumenta.
Y esta especie de ‘promoción’ llega a adolescentes y a jóvenes a través de los vídeos que circulan en redes sociales, en los que un determinado bando presume de su poder, como lo han hecho Los Choneros desde la muerte de Negro Jessy.
Doce días después de ese crimen, miembros de su agrupación hicieron circular imágenes del amotinamiento que acabó con la vida de seis presuntos rivales, en una cárcel de Guayaquil, entre ellos Ricardo Iván Mantilla Ceballos, hermano del líder principal de Los Lagartos, Geovanny Francisco, alias Gorras.
Luego, el 11 de junio del mismo año, grabaron mientras jugaban en una cancha con la cabeza de William Humberto Poveda Salazar, el Cubano, otro ‘capo’ de Los Lagartos. El mensaje era claro: harían lo posible para acabar con sus rivales.
Los Choneros también empezaron a viralizar canciones escritas en alusión a sus líderes, en género urbano. Eso y el saber que se trata de una poderosa organización, ha llevado a que ciertos adolescentes y jóvenes decidan seguir sus pasos.
“Es un factor de riesgo enorme. Esta gente prefiere vivir un tiempo corto con excesos a vivir una posible vida de precariedad”, comenta el especialista en seguridad.
Alimentan el ego
Segundo Romero, psicólogo forense y perito del Consejo de la Judicatura, precisa que el grabar hechos delictivos o hacer propaganda de los crímenes que se cometen, “se ha convertido en una práctica común”.
“En este año los medios de comunicación han documentado al menos seis casos. La pregunta es: ¿por qué los criminales quieren hacer eco de sus acciones? Es algo ilógico, porque sabemos que al grabarse se ponen en evidencia ante las autoridades, pero cometen actos como si fueran planeados”, se cuestiona Romero.
Para él, los grupos delincuenciales buscan captar la atención de una audiencia que está pendiente de saber cuál será su próximo paso en el mundo criminal. “Esto a ellos les da una oportunidad de subir el ego”, acota.
El psicólogo forense aduce que existe un “nuevo instinto social, que es el de grabar todo. Lo mismo ocurre en el ámbito delictivo. Si cometen un crimen, un asalto, se graban. Y no es para comprobar lo que hicieron, sino para asegurar su ego. Buscan el reconocimiento. Se vuelven, en sus mundos, unas celebridades”, reseña.
El perito arguye que gran parte de la población se encuentra expuesta a que estos criminales les ofrezcan una supuesta oportunidad en sus organizaciones y hay quienes caen en sus redes.
“Son personas que actúan de una forma atípica. Toman las cosas desde otro punto de vista, se creen los bacanes, los más chéveres, los que mandan, los que tienen el poder”, acentúa Romero.
Y con esas adhesiones las agrupaciones crecen y se permiten contar con un “ejército de protección, porque se verán enfrentados a la justicia”, añade Daniel Pontón.
Esa situación también imposibilita conocer con exactitud cuántas personas podrían conformar una de estas organizaciones criminales, a decir del comandante zonal 8 de la Policía, general Víctor Aráus Macías. “Una banda de este tipo es difícil de determinar el número de integrantes. Pero es preocupante que cada día existan personas que quieran hacer parte de estas organizaciones”, reitera.
Al oficial también sorprende que los delincuentes sean quienes busquen mostrarse al público, a pesar de que se convierten en blancos fáciles de detectar. “Nos llama mucho la atención que se promocionen a través de redes sociales, a pesar de que se los pueda identificar. Es una manera de rebeldía el promocionarse utilizando armas de fuego. Sin embargo, varias de estas acciones han llevado ya a detenciones importantes”, explica.
Reagrupación
El ‘caer’ en prisión no es algo a lo que teman estos grupos delictivos, pues lo verían como un oportunidad para reagruparse y crear una fuerza que les permita tomar el control de los reclusorios.
“Esa situación los enquista en una lógica que tiene que ver con una dinámica carcelaria. La vida carcelaria es lo contrario a lo que uno piensa, que es la solución del problema, pero en realidad viene a ser una especie de catapultador del crimen organizado, porque es ahí donde encuentra su fábrica, su escuela”, asegura Daniel Pontón.
De acuerdo a los análisis realizaos por el experto en seguridad, la mayor fuerza delictiva en el país, dentro y fuera de las cárceles, son Los Choneros. Y son ellos quienes hacen circular la mayoría de vídeos, sobre todo, con gritos de la pandilla Ñetas.
La segunda semana de agosto, después del asesinato de 11 presuntos miembros de Los Lagartos, en la popularmente conocida ‘Peni’, del Puerto Principal, un grupo de reos se grabó en la cárcel de Turi, en Cuenca, mientras quemaban un reptil de utilería con cuchillos clavados en su cabeza.
Mientras el vídeo avanzaba, los internos repetían que eran ‘cazalagartos’ y 100 % choneros.
No se han extinguido
Los Lagartos han perdido espacio y también a sus líderes principales, incluido el Gorras, quien falleció a casa del coronavirus el pasado 29 de junio, pero no han desaparecido. Para la Policía, esa agrupación ya tendría un líder y trabajan para identificarlo.
“La preocupación que tenemos es que eso que ocurrió en la Penitenciaría (enfrentamientos con muertes múltiples) se repita en las calles. Estamos haciendo todas las labores de inteligencia y las labores preventivas justamente para evitarlo, sobre todo porque podría haber víctimas colaterales y eso es una situación que nos preocupa”, concluye el general Aráus
Daniel Pontón aclara que el proceder de las organizaciones delictivas ecuatorianas tiene origen en México, donde existen carteles que han basado su poder en la violencia y en la grabación de videos con ejecuciones de sus enemigos.
En ese país, incluso, existen portales webs en los que se publican los crímenes cometidos por las diferentes agrupaciones.
El especialista explica que, a diferencia de Colombia, donde un líder narco cuenta con un ejército de sicarios bajo su poder, en México fueron los sicarios quienes tomaron el control de las grandes organizaciones. Y es el ejemplo que han buscado seguir ciertos grupos criminales ecuatorianos.