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Enigmas: La insólita historia del médico forense que era atormentado por almas en la antigua morgue de Guayaquil
Carlos Herrera reveló que varios espíritus deambulaban por la edificación. Lo asustaron algunas veces, al punto que salía corriendo del lugar
Carlos Herrera cayó ‘muerto’ del cansancio sobre una hamaca tras realizar una autopsia y se quedó dormido. Era de madrugada y estaba solo en el frío cuarto para descansar de la demolida morgue de tránsito de Guayaquil (en 2020), ubicada en el cerro Santa Ana, hasta que sintió un empujón en su espalda que lo llevó al piso.
El médico forense, de 53 años, se sentó en una silla y encendió un pequeño televisor para distraerse, pero luego de unos 5 minutos sintió un viento helado y que alguien lo abrazó con fuerza por la espalda. No pudo levantarse. Sucedió en febrero de 1999.
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“Eso era un espectro. Me abrazó con fuerza y sentía que me quedaba sin aire. También sentí su respiración en mis oídos, era fuerte y rápida, como si estuviera agitado. Cuando logré soltarme me viré y no vi a nadie. Salí corriendo y me quedé afuera hasta que amaneciera”, rememoró.
Carlos reveló que a sus 11 años, en 1981, empezó a trabajar en la antigua morgue limpiando los cadáveres, donde fue víctima de varios hechos paranormales.
En 2005, mientras estaba solo realizando una autopsia al cuerpo de un niño, tocaron uno de sus hombros y apagaron y encendieron las luces de la sala. “Dejen trabajar, por favor. Termino y me voy, no quiero molestarlos”, gritó el forense.
“En la morgue los fantasmas molestaban a cada rato. Había uno con la apariencia de un niño. Su pelo era chorrudo y brilloso y vestía un terno azul marino. Él siempre se asomaba por las puertas y cuando alguien lo veía corría. Pero también había espectros malos, por suerte nunca me atacó ninguno de esos. Los compañeros a veces se despertaban con moretones y golpes”, acotó.
EN LA PUERTA DE SU CASA
Estos eventos paranormales no hicieron preocupar a Carlos. Sin embargo, en 2011, el temor lo abordó porque un supuesto fantasma lo siguió hasta su domicilio, ubicado en el cerro Santa Ana.
“Luego de hacer una autopsia me fui caminando a mi casa. Después de unos minutos que entré a mi hogar, alguien tocó la puerta. Uno de mis hijos, el más pequeño, atendió a la persona que me estaba buscando. Mi hijo me dijo que vestía con un traje blanco que brillaba bastante. Cuando salí, lo vi y enseguida desapareció, se esfumó”.
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