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Crónica
Enfermeras de Solca, 'vuelan' a servir a sus chicos de pediatría
Estos ángeles intentan no involucrarse con sus pacientes, pero los sienten como si fueran sus hijos y los acompañan en su recuperación o, en algunos casos, hasta su último adiós. El cáncer les ha provocado pesadillas, pero no las doblega
Una noche el ‘fantasma’ del cáncer invadió la siesta de Helen Pionce y la despertó con una pesadilla: soñó que su hijo padecía esta enfermedad. También que ella era paciente y debía ser sometida a quimioterapias. “Fue desesperante, me desperté llorando”, rememora la jefa de enfermería del hospital de la Sociedad de Lucha Contra el Cáncer del Ecuador (Solca), matriz Guayaquil.
Ella lleva 26 años laborando en el área de pediatría de esta casa de salud y, al igual que sus compañeras, le ha sido imposible no involucrarse con los casos de niños que batallan contra esta patología, aunque admite que fracasa en el intento.
A las también conocidas como ‘licenciadas’, les pegan duro los fallecimientos de estos pacientes. “He asistido a velorios, pero también he visto a bebés con cáncer que hoy son hombres profesionales, que nos han venido a visitar con sus hijos”, cuenta satisfecha.
Es el proceso más fuerte por el cual las enfermeras deben atravesar. Son ellas las que asumen un rol que va más allá del cuidado de un niño con leucemia. Son psicólogas, hermanas, madres y hasta padres, aseguran. En muchas ocasiones les ha tocado ‘hacer de tripas corazón’ para poder cumplir con esa fuerza inspiradora llamada vocación.
A diario no solo tienen que enfrentarse con el cáncer, también deben lidiar con diversas emociones: las suyas, las de sus pacientes y las de sus familiares. La tristeza, la ira y el miedo se filtran por las amplias habitaciones de este hospital.
Trabajan 12 horas al día, pero el año pasado, en pleno pico de la pandemia, laboraron 24. Es más, hubo casos en los cuales los padres de sus pacientes se contagiaron del virus y estos debieron pasar por el respectivo aislamiento, y fueron ellas las que cubrieron esa ausencia, a través de turnos rotativos. Les tocó multiplicarse, pero lo hicieron para que sus pacientes no permanezcan solos. Vivieron un cansancio corporal, pero no vocacional, indica Pionce.
“Fuerte, no insensible”
“Cuando entré a trabajar, no soportaba que un niño se me muriera. Si fallecían, me encerraba a llorar en una bodega, no resistía; pero con el tiempo una se hace fuerte, no insensible. Nos toca llenarnos de fortaleza, ya que hay más niños por atender. Dios nos ayuda a seguir”, sostiene Pionce.
La líder de las ‘licen’ le recalca a su personal la importancia de ser empática. “Uno de los niños puede ser mi hijo. Hay que sentir ese dolor como nuestro; sin sensibilidad es imposible trabajar aquí”.
Es consciente de que no les pueden devolver la salud, sin embargo procuran que sus pacientes salgan bien anímicamente de Solca.
El llanto de un niño no la desespera, sino que la conmueve. Y les dice a sus compañeras que lo dejen desahogarse, que está en su proceso de adaptación. La criatura “no entiende por qué no está corriendo”, indica.
Pionce siempre ha estado ‘al pie del cañón’. Solo la COVID-19 ha frenado su servicio: el año pasado cuando su hijo se infectó del virus y este año, en enero pasado, cuando ella se contagió y estuvo a punto de ser intubada. Su diabetes e hipertensión complicaron el cuadro, pero sabe que las oraciones de su personal, de los pacientes y sus familiares fueron escuchadas. Y regresó recargada de amor y compromiso.
“Mis pacientes me necesitaban más que mis hijos sanos”
Los 25 años de trabajo en el área de pediatría le ha costado a Sonia Rodríguez los reclamos de sus hijos. No pudo estar en el juramento de bandera de uno de ellos. Tampoco estuvo en las premiaciones o presentaciones de teatro de su hija. Y se ha perdido varios cumpleaños.
“Me dolía, pero sabía que mis pacientes me necesitaban más que mis hijos sanos”, menciona.
La ‘licen’ sostiene que los adultos manifiestan lo que sienten o lo que les duele, pero un niño no. Por eso tiene que estar ‘pilas’ y conocer al paciente para, por medio de sus gestos o comportamiento, saber lo que le ocurre o desea.
“Los más chiquititos no hablan, sino que lloran”, dice la enfermera, quien aplica la psicología para poder entenderlos y atenderlos. De igual manera trata de asistir a los padres con consejos, o solo presta sus oídos para que ellos se desahoguen.
Sonia también se ha sugestionado con el cáncer. “Un tiempo lo relacionaba con mis hijos. La mayoría de los niños que padecen de leucemia, por la falta de plaquetas presentan sangrados mínimos en sus ojitos. Si veía a mi hijo con algo en los ojos, un sangrado o conjuntivitis, me preguntaba si tendría algo malo”.
Recuerda el caso de un adolescente a quien le diagnosticaron cáncer de hueso. Le brotó una pelota en su rodilla, pasó por ‘quimio’ y se redujo el tumor, pero tuvieron que amputarle la pierna. Después el cáncer volvió a aparecer en la otra extremidad y el médico sugirió otra amputación. “La madre del chico se lo llevó del hospital a casa, en Machala. Si para uno fue doloroso y traumático, no me imagino para ellos”, expresa Sonia, quien siempre les aconseja a los familiares no abandonar los tratamientos.
“Sufrimos igual que ellos”
No ha tenido hijos en su vientre, pero sí en su corazón. Mercedes Sánchez lleva 10 años en el área de pediatría. Es de Manabí y tiene poca familia en Guayaquil. Por eso entiende a los padres de sus pacientes que vienen de otras provincias. “No tienen ni un pariente en la ciudad y buscan apoyo entre nosotras”.
Dice que por más que se esfuercen o estén pendientes de sus chicos, no pueden evitar que la muerte llegue. Eso, más que frustrarla, la entristece. “Nos toca convivir con ese dolor, que no podemos demostrar frente al familiar, pues si nos derrumbamos perdemos todos, y debemos sostenerlos emocionalmente”.
Recuerda a muchos de sus niños, como llama cariñosamente a los pacientes de Solca. Por ejemplo, a Daniela, de 7 años, a quien la leucemia le produjo ceguera. “Una día entré a su cuarto y le preguntó a su mami: ‘¿Llegó la ‘licen’ Sánchez? Porque me huele a ella’. Me pidió que me ponga a su lado para sentirme más cerca. Se me hizo el corazón chiquito. Me había ganado su cariño y ella está perdiendo su vida”.
Tampoco olvida a Lenín, otro amigo, porque así los llama. Él también padeció de leucemia. “Lo llevaron a España por el trasplante y no funcionó. Tenía 11 años y en el hospital siempre le preguntaba a su mami por mí. Yo lo frecuentaba fuera de Solca, él me llamaba y en la última etapa no salía de su cuarto. Un día fui a su casa y le llevé una película, fue la primera vez que abandonó su dormitorio. Estas vivencias te causan tristeza, pero alegría a la vez, pues en sus últimos momentos les llevas un poco de felicidad”.
Su mejor truco para que ellos obedezcan o tomen sus medicinas es hacerles la terapia de distracción, por lo general a través de juegos. Así los divierten y hacen que por un momento se olviden de lo que están viviendo. Esto les funciona, sobre todo en los más pequeños, con un guante que les ayuda a jugar. Ellos imaginan que es un globo.
La ‘licen’ no solo pone al servicio de los pacientes sus conocimientos en enfermería; también comparte con ellos su talento artístico, pues ellas les canta, baila, actúa, junto a sus otras compañeras. “Lo hacemos porque vemos la felicidad que causa en los niños. No es lo mismo que uno les lleve a un cantante o artista, que ver a la persona que te atiende y está con ellos día a día”, opina Mercedes, quien tiene mucho arte. Sobre todo el arte de amar.