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Efraín Cepeda es el taita carambola
El artesano se destaca en el billar y la poesía. Ha recorrido barrios como La Tola, San Marcos y Cotocollao. Allí lo aprecian y lo han homenajeado.
Efraín Cepeda es un cofre de tesoros. A sus 93 años camina erguido y elegante envuelto en un traje negro y corbata color grana.
Sube y baja las gradas de su vivienda, ubicada en Cotocollao, en el norte de Quito, sin asomo de cansancio.
En el último piso, una mesa de billar corona la sala. “Juego todos los días. En 1944 empecé con la fábrica de las mesas de billar y hasta fui campeón provincial (1967-1978)”, explica Cepeda, mientras realiza todo tipo de trucos con el taco.
El guarandeño tenía 8 años cuando llegó a Quito. El matrimonio de sus padres había terminado y viajó a la capital en busca de su papá. Durante casi una hora tocó la puerta de una casa, en la que supuestamente lo encontraría, pero nadie abrió.
Al verlo, una familia lo llevó a un convento en Guápulo, pero no lo trataron bien, así que se fugó. Caminó por horas hasta llegar a un potrero (donde ahora se sitúa el Hospital Baca Ortiz). Allí terminaban los rieles del tren y luego continuó su recorrido hasta Santo Domingo.
“Vi como dormían los cargadores en la puerta de la iglesia y me acosté a su lado”, narra el también poeta. De aquellas memorias ha escrito varios versos que hoy copan la páginas de sus libros.
Un día caminaba por las calles del Centro Histórico y se topó con una carpintería. “Les pedí que me regalaran los pedacitos de madera que estaban en el suelo para hacerme un camioncito. Los encargados le enseñaron a usar el torno para formar las llantas. El resultado fue hermoso.
La pieza era tan perfecta que un niño de la zona se prendó del autito y le ofreció una buena cantidad de dinero para comprárselo. “Hice diez más y con ese dinero fui a donde un sastre y me compré mi primer traje. Desde ese día me visto muy elegante”.
El billar
Tiempo después, Cepeda encontró a unos familiares y empezó a estudiar en una escuela de La Tola. Sus primeras poesías y piropos fueron escritos en ese barrio tan icónico de la capital, donde vivió su infancia y adolescencia.
De forma empírica, junto a una prima, aprendió a elaborar mesas de billar y a tornear las bolas en marfil. Cuando hizo su primera mesa viajó a Riobamba para comerciarla en una feria. “No se vendió por casi un mes. La alquilaba y cobraba por cada mesa (partida) hasta que alguien me la compró”.
Su figura en el billar es tan destacada que fue fundador de la Asociación de Billar de Pichincha. Era tal su destreza que, con taco en mano, se paseó por Perú, Brasil y hasta por la ‘Yoni’.
El piropo a Libertad Lamarque
Cepeda pasó por La Tola y San Marcos hasta llegar a Cotocollao, donde ha permanecido las últimas dos décadas.
Muchos lo conocen y sienten aprecio por Cepeda que hasta fue declarado Patrimonio Intangible de La Tola. Además, fue fundador del Club de Poesía La Delicia (Cotocollao).
Manuel Vallejos conoce al artesano por más de 27 años. Llegó al barrio a ayudarlo con la construcción de su inmueble y hoy le colabora en la fábrica de billares. “Es muy buena persona, muy trabajadora y escribe lindos poemas”, menciona.
Es tal su talento, que Cepeda, considerado el rey del piropo, pudo compartirle sus versos a la artista Libertad Lamarque. Esto debido a que su taller estaba justo debajo de la Radio Gran Colombia.
“Libertad Lamarque en Quito, enero del cuarenta y ocho, canta en la radio del Mocho, la Gran Colombia de Quito. Yo le dije un piropito, me agradeció con un beso: hermoso, dulzón, travieso; me dijo su edad confidente. Tengo cuarenta ¿y tú? veinte, fue mi fugaz embeleso”.
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Esposa e hija
Hace diez años, Cepeda perdió a su esposa y hace año y medio a su hija Katita. Ella era la única de sus 9 hijos que se dedicaba a la poesía.
El pintor
El poeta fue presidente de la Federación de Artesanos de Pichincha. Durante su gestión entregó un carné al pintor Oswaldo Guayasamín.