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Comercio. Randin Suárez es venezolano, un ingeniero civil que camina en la bahía de Guayaquil vendiendo pantalones. Trabaja 10 horas diarias. Para llegar a Guayaquil caminó 30 días.Christian Vásconez. EXTRA

Las ventas son impulsadas por los venezolanos

Un 40 por ciento subieron las compras. Según los administradores de los locales de la bahía, el logro es por los profesionales migrantes que vocean los productos.

Caminó durante 30 días desde Caracas, Venezuela, hasta Guayaquil, Ecuador. Eso hace tres meses. Durante el mes del viaje experimentó el calor y el frío de la calle; el comer un pan y un café en la escasez, pero también un banquete entregado de manos bondadosas.

Ahora nadie detiene a Randin Suárez en su andar para buscar un mejor futuro. Cada día recorre la bahía de Guayaquil y vocea: ¡Pantalones, pantalones a cinco dólares!

Él es venezolano, es un ingeniero civil. Un profesional que se siente orgulloso de ganar dinero honradamente en un país extranjero.

Con el fin de conseguir empatía con quien lo entrevista, Randin indica: “¡Imagínese!, con el salario básico de Venezuela solo alcanza para comprar tres kilos de carne. La crisis económica me obligó a salir de mi país”.

Él es uno de los migrantes que impulsa las ventas en el centro de la ciudad. Al igual que otros de sus compatriotas labora más de 10 horas cada día. Camina por los corredores de la bahía, ello le abre las puertas a una nueva vida. Por lo menos para conseguir dinero para enviar a su familia en Venezuela.

El calor intenso de la ciudad no apaga su ánimo para vocear sus productos. En la tarea de este día ya lleva dos horas, faltan ocho más para que termine su jornada de trabajo.

La actitud es positiva, aunque todavía no le han comprado. Los clientes solo preguntan y él mantiene el tono de voz amable.

Hace una pausa en su trabajo para relatar que migró caminando, pero destaca que la travesía no la hizo solo; junto a él estuvieron otros 300 venezolanos. Los pies del grupo nunca desmayaron, todos llegaron a la meta. En octubre de este año a Ecuador ingresaron 97.598 venezolanos, según el Ministerio de Turismo.

Randin explica que el problema en Venezuela es doble: si se tiene dinero no hay suficiente productos para comprar y si no hay billete, no alcanza para adquirir los alimentos básicos. “Es decir, sufre el que tiene dinero y el que no, por la escasez. Se puede decir que en ello sí hay equidad”, sonríe.

La historia de Randin no es la única, a pocos pasos de él está Renexi Gutiérrez. Ella vocea: “¡Alpargatas, alpargatas a cinco dólares!”. Es licenciada en Administración de Empresas y está dispuesta a trabajar en cualquier oficio hasta que una compañía valore su conocimiento y experiencia.

Por el trabajo que hace en la bahía de Guayaquil recibe $ 10 diarios más el almuerzo. Para Renexi es una bendición que el 24 de diciembre vendiera 90 pares de los zapatos típicos.

Renexi sí tuvo el dinero para llegar a Ecuador en bus hace nueve meses, una opción que no tuvo William López, quien también es uno de los venezolanos que caminó para migrar de su país. Lleva cinco meses en el país.

En ese mismo andar por las calles de la bahía también está Luis Obregón, un empresario que decidió cerrar su tienda Teniten Vanega en Valencia, Venezuela, y migrar. En Guayaquil lleva a hombros una caja de calzones, valorada en $ 500. Tiene nueve meses en el país.

Todos ellos con su ánimo, sonrisa y decisión impulsan las ventas en la bahía de Guayaquil. Los comerciantes ecuatorianos en un sondeo hecho por Diario EXPRESO destacan que en diciembre, en relación con los otros meses del año, las compras subieron un 40 % en sus locales y consideran que los migrantes contratados para vocear la mercadería motivaron esa venta. “Ellos no ponen mala cara al cliente preguntón, enseñan la mercadería con amabilidad aunque no se les compre en ese momento, y es que ellos saben dar un buen servicio”, dice Pepita Castro, administradora de un local de la bahía.

Son profesionales que la crisis económica de Venezuela los tiene voceando productos en la calle. Ellos lo ven como una oportunidad para darse un baño de humanismo. En su país años atrás, cuando hacían las compras, no se daban el tiempo para mirar a los ojos al vendedor, para preguntar cómo está. Los ecuatorianos lo hacen y muchos les dan palabras de ánimo y ello provoca que su músculo de lucha se fortalezca.

Se sienten agradecidos con la ciudad, se preocupan por no dejar basura en las calles.

Estiman que algún día podrán ejercer su profesión. Uno hace una obra, ella estar al frente de una multinacional y él volver a ser un exitoso empresario. Cuando llegue ese día, planifican ser considerados con el personal que esté a su cargo. Ahora saben que todo oficio es bueno.

Es la primera vez que ellos pasan fuera de Venezuela un fin de año. Están sorprendidos con los monigotes que se queman en Ecuador. Ya se han organizado para pasar junto con otros compatriotas este 31 de diciembre y comer hayaca, pan de jamón y pasticho (lasaña), alimentos típicos venezolanos que se comen en esta época.

Antes de regresar a vocear sus productos, ellos manifiestan sus mejores deseos para el 2019.