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El 'delito' que le cambió la vida a René
Lo involucraron en una banda delictiva, pero fue sobreseído. Era parte de la Armada, que le dio de baja a pesar de ser inocente. Pide justicia
El 28 de agosto de 1998 le cambió la vida a René Crespo y él no estaba ni enterado. Su ‘delito’: ser inocente. Ese día, a las oficinas de la Policía Nacional, ingresó un parte en el que aparecía su nombre completo, René Nicanor Crespo Campoverde, en una lista de 18 supuestos integrantes de una banda delictiva de Guayaquil.
Ocho días después, el 5 de septiembre de 1998, cuando René se alistaba para ir a su trabajo y con su uniforme de camuflaje en la mochila, fue interceptado por un grupo de policías que se lo llevaron detenido para investigaciones.
Le extrañó, pero accedió sin problemas a acompañar a los agentes, porque estaba convencido de que era un error. No volvió a ver la calle sino hasta cinco meses después, cuando salió del calabozo donde lo encarcelaron.
Lo que René, que ahora tiene 52 años, también ignoraba y que descubrió mientras estuvo detenido injustamente -según consta en el auto de sobreseimiento de su caso en la Función Judicial-, fue que un policía con el que tuvo un altercado meses atrás habría incluido su nombre en esa lista a modo de “venganza”. El pleito empezó tras un choque de vehículos que ambos tuvieron en las calles Leonidas Plaza y Venezuela, sur porteño.
Es lo que dice René, quien presentó pruebas suficientes para comprobar que jamás perteneció a una banda delictiva o cometió algún ilícito. Ni siquiera había visto a los otros 17 hombres con quienes se lo asociaba. Sin embargo, corroborar las causas para que el uniformado lo involucrara en algo tan grave es imposible actualmente. El agente que habría elaborado ese parte fue baleado por la propia policía en una persecución en agosto de 1999, pues estuvo involucrado en el asalto a una hacienda de la parroquia Progreso, provincia del Guayas.
“Dios sabe por qué hace las cosas. El que me acusó injustamente era quien de verdad andaba en cosas malas”, recuerda René, sentado en la sala de su casa, 23 años después del hecho que cambió todos sus planes y sueños de vida.
A pesar de que comprobó que todo era mentira, y de que él estaba prestando sus servicios en Manta durante el tiempo en el que la supuesta banda cometió los delitos en Guayaquil, fue separado de la Armada por ‘mala conducta’ y le dieron la baja militar. No solo eso, todo este hecho manchó su nombre y durante un tiempo le fue imposible conseguir empleo.
“La Armada actuó a la ligera. Si se estaba dando un juicio, ellos tenían que haber esperado a que el juez dé una sentencia ejecutoriada y ahí sí decir, ‘sí, este señor es delincuente”, dice ensimismado. Han pasado más de dos décadas y su futuro tomó otro rumbo distinto al que soñó cuando se enlistó en la Armada y se graduó de grumete en el 89.
El año del calvario
Su rostro está sereno hasta que nombra a su familia. Se descompone y sus ojos brillan humedecidos por la pena. La voz de René tiembla cuando recuerda su rostro junto a un titular de prensa: “Marino dirige banda de pillos”. Fue una portada del 9 de septiembre de 1998, luego de su detención. No sabe quién lo hizo, pero alguien se encargó de pegarla en la puerta de la entrada de la casa de su mamá. La cárcel no le dolió tanto como la tristeza de su madre y las palabras impregnadas de vergüenza de una tía: “ese no es mi sobrino, yo no lo conozco, porque ha dañado la imagen de mi familia”. Se sintió destrozado. Que sus parientes lo llamaran “delincuente” lastimaba más que lo hicieran en un informe policial.
Quien jamás se separó un segundo de él fue Ángela Castro, su esposa. Ella cumplió a la perfección aquella promesa frente al altar de estar juntos en las buenas y las malas. Ella estuvo en las peores.
Las lágrimas de Ángela sí estallan desde el primer segundo en que rememora lo que fueron los últimos meses de 1998 y todo el 99. Hasta que lograra que su caso fuera sobreseído, no solo que no pudo conseguir trabajo, sino que tuvo que vender su casa para poder pagar los trámites legales que requería su proceso.
Eso hizo que la familia, que en ese entonces estaba formado por René, Ángela y sus tres hijas que en ese tiempo eran dos adolescentes y una bebé de un año, se mudara a casa a los papás del exmarino.
Las niñas, cuyo futuro estudiantil ya lo vislumbraba René en un colegio militar, tuvieron que cambiarse a centros educativos públicos. El dinero faltó tanto en su hogar que, durante varios meses, solo podían hacer una comida al día. Pero su esposa estuvo allí, porque conocía perfectamente al hombre que había elegido para compartir su vida y confiaba en que algún día se haría justicia.
Justo eso es lo único que pide René, 23 años después. Consiguió empleo en un laboratorio donde trabajó durante más de 17 años, hasta que esa empresa quebró. En ese tiempo no hubo una sola queja sobre su conducta, al igual que no hubo reclamos de mal comportamiento durante los 12 años que sirvió a la Armada.
René dejó pasar los años y no fue sino hasta 2019 que se animó a acudir a la institución para pedir que se revise su caso y su reinserción. Lo ampara, según su abogado Armando Zambrano, el artículo 88 de la Ley de Personal de las Fuerzas Armadas. Este explica que “si se dictare sentencia absolutoria o pena privativa de libertad de noventa días o menos, se dejará insubsistente la baja del militar y volverá al servicio activo, recuperando todos los derechos que le hayan correspondido”.
Sin embargo, el jurisconsulto explicó que el Consejo de Tripulantes de la Fuerza Naval no habría acogido la petición de reinserción porque “no tiene la competencia para reconsiderar resoluciones de consejos anteriores”. Además, añaden que el petitorio de René no se enmarca en el artículo 88, ya que él “no fue dado de baja por haber obtenido un auto de llamamiento a juicio”.
Según el texto, dicen que fue separado por “mala conducta”, pero no explican por qué y es lo que se cuestiona Zambrano. Este diario buscó la versión de la Armada, pero hasta el cierre de este reportaje, aún no llegaba. Anunciaron que esperarían a esta publicación para dar una respuesta.
Dos excompañeros de promoción de René, Manuel y Gustavo (nombres protegidos), usan las mismas palabras para describirlo: honrado, responsable, tranquilo. Ambos lo conocieron durante los 12 años de servicio y siempre estuvieron convencidos de que alguien como él no sería capaz de integrar una banda delictiva. “Es una persona honorable, honrada, con buenos valores personales. Formamos parte de los diferentes contingentes de trabajo y él siempre mostró respeto, lealtad y disciplina”, dice Manuel.
A Gustavo, quien es suboficial primero actualmente, aún le apena lo que pasó con René. “Fue un problema con un policía, que le hizo una mala jugada. Él siempre tuvo una conducta intachable”, asegura.
Para Billy Navarrete, director ejecutivo del Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos (CDH), lo que le pasó a René constituye un caso de violación a los Derechos Humanos. Se trataría, al menos, de la vulneración al derecho a la no discriminación y a la presunción de inocencia, además del daño al buen nombre.
“Mantener una penalidad una vez que se ha comprobado la inocencia de un acusado, constituye una violación de derechos humanos. Resulta similar a otros hechos registrados por el CDH”, aclara.
René está seguro de que muchos de sus derechos se vulneraron. Piensa en el pasado y todo lo que hubiera sido su vida si no hubiera existido todo este enredo por el que pasó. No se queja de su vida actual: conduce taxis, ha logrado construir una vivienda donde vive apretado, pero finalmente bajo un techo, y su familia está unida. Sin embargo, siente que no es lo que merecía.
Aunque lamenta que difícilmente se podrá resarcir el daño que -afirma- lo causaron, tiene su fe puesta en que la Armada lo reintegre a sus filas de donde, está seguro, no habría salido si no fuera por ese informe policial del 28 de agosto de 1998, que le cambió a vida para siempre.