Exclusivo
Actualidad
Darío y Justin, los barberos con flow de la Bahía de Guayaquil
Dos expertos en máquinas y tijeras se aventuraron a cortar cabello en una vereda del sector más movido de la ciudad. Darío y Justin
En medio del bullicio de la Bahía, el ‘corazón’ de Guayaquil, resalta el grito de Darío Rivera, un joven de 27 años con “haaarto flow’. Es un grito que, a primer ‘oído’, no llama la atención; pero, si se lo escucha con detenimiento, cualquiera se ve tentado a ir hasta donde él está. “¡Cortes a 2 dólares, cortes a 2 dólares! ¡Venga, varón! ¡Garantizado el talento!”, repite una y otra vez para convencer a los transeúntes de ser los próximos en su silla.
Él, con una camiseta celeste turquesa con un logo de los Rugrats, unas gafas cuyas lunas son del mismo color que el polo, un cinturón con una llamativa hebilla, pantalón negro y cabello platinado hacen juego con lo que sucede a su alrededor: corta cabello de forma ambulante.
(Te invitamos a leer: Cinco policías sospechosos de secuestro: se les encontró armas, granadas y más)
Y él no es el único dispuesto a darlo todo con la máquina y las tijeras. Justin Cruz, también de 27 años, es su hermano de la vida y su colega en el trabajo. Aunque el ‘piquete’ de Justin es otro, también le mete la sazón de lo urbano a su trabajo. Una bermuda de jean, una camiseta azul, un bolso cruzado sobre su hombro, una cadena plateada y uno de sus tatuajes, el ubicado en el lado izquierdo de su cuello, hacen que el hombre sobresalga.
Este tiene algo especial: expresa su mayor pasión. Es un poste de barbero (esos artefactos de líneas blancas, rojas y azules) y una tijera. La marca en su piel aún se logra ver a la perfección y se nota que está bien ‘hechecito’.
De pronto, un hombre, a quien conocen en el sector como Cartón, aparece. “A ver, hazme a mí, que ayer el barbero se quedó sin aceite y no me terminó mi corte”, dice José, el nombre de pila de Cartón, que llegó mientras EXTRA estuvo en el sitio. Darío y Justin empiezan a discutir por quién es el ‘escogido’ para hacerle el arte a José.
“¡Te doy 5 dólares y le ‘macheteas’ la cabeza!”, gritó un ‘pana’ de Cartón. A todos los hizo reír. Ambos guayaquileños saben que ese es el ambiente usual de la Bahía: risas, gritos, venta y bromas.
Aunque Justin es más experimentado que Darío, con siete años más en este ‘arte’, quedan en acuerdo de que este último sería quien haga el corte en general y que Justin, con 11 años en el ‘nego’, estaría encargado de hacerle un diseño ‘freestyle’, es decir, a lo que salga.
“Empecé en esto desde hace unos tres o cuatro años. Inicié solo viendo a los demás y por necesidad. Al que le vi fue a mi hermano (Justin) y parece que le aprendí bien porque somos los mejores del país”, dice Darío mientras levanta sus brazos como Popeye y le sonríe ‘felizote’ a la cámara de EXTRA.
El camino de él durante sus cuatro años de experiencia ha sido entre altos y bajos. “También he estado en otros lugares de Guayaquil en la calle. He hecho esto en Urdesa y otros sectores del norte. Aparte, me arriesgué y me fui a Quito a trabajar, allá era encargado de una barbería, pero me regresé a mi tierra por mi novia, no quería dejarla tanto tiempo”, comenta Darío y, por sus expresiones, parece ser el tema que toca las ‘fibras’ de su corazón.
Mientras cuenta todo esto, él continúa haciéndole a la tijera con Cartón. Primero, agarra la máquina y le define la parte baja del crecimiento de cabello. Lo deja ‘papelito’ y bien parejo. Luego, le marca los filos, la raya que llega casi a la nuca está rectita. “Aquí hay que ser preciso, este es un corte juvenil, esto le va a dar cierto toque de que tiene unos años menos”, expresa mientras ríe. “Para que vean, aquí hacemos de todo”, y sigue bromeando.
(Esto también te puede interesar: Mujer es sospechosa de matar a su propio hijo en un ritual religioso en Imbabura)
El proceso del ‘macheteo’ está en pie todavía y en ese momento empieza a trabajar Justin. Unas líneas a lo largo de su parte baja del costado izquierdo del cabello son las primeras en aparecer. Al principio, parecía que no tenía forma, luego esas rayas se hacen estrellas. Ni el ruido de lo que pasa en la Bahía, ni que su ‘ñaño’ trabaje al mismo tiempo que él le quitan la concentración que merece el diseño.
Pero esos ‘dibujitos’, que son arte para ellos, han sido de otras estrellas también. “Me han pedido que haga la cara de Messi en las cabezas -cuenta-, pero lo más raro ha sido que una mujer me pidió que le dibuje algo en su parte íntima”, detalla ‘muriéndose’ de la vergüenza y de la risa sin saber si es que eso debía decirlo o no.
El corte estaba tomándole su tiempito. Ya iban 20 minutos y contaba cada segundo corriendo porque el cliente, que lo tenían con un mandil y sentado en un banquito de plástico, ya estaba empezando a desesperarse. “El trabajo es garantizado, no por gusto somos los mejores del Ecuador”, dicen al unísono y confiando que su arte es merecedor del piropo.
Los trazos con la navaja concluyen y Darío otra vez está manos a la obra solito en la cabeza de su ‘maniquí’. Pasa a marcarle la línea en la frente y le da el toque final: las patillas. Finaliza el corte y le limpia el cuello de todos los restos de cabello que caen. Estaba cubierto, pero el viento al estar en la intemperie también hace lo suyo.
Los artistas están contentos y saben que su ‘camello’ ha sido más que ‘bacán’. Le dan al cliente un espejo y se mira. Este llama a uno de ellos a un lado y le da un dólar por el corte. ¿Solo un dólar? “Ya pues, así pasa. Ya llegará el momento en el que nos paguen bien”, ríe Darío.
Sin embargo, ellos expresan su deseo más grande: tener un módulo ahí mismo en la Bahía para no estar deambulando de esquina en esquina y poder laborar de forma tranquila. “Nosotros solo queremos el empujoncito. Somos capaces de pagar el alquiler mes a mes porque sí tenemos clientes. Solo hoy ya hicimos unos 10 cortes en unas 6 horitas de trabajo y es el primer día que nos quedamos aquí”, comenta Justin.
“Gracias a papá Dios, hoy pudimos comer. No teníamos nada que llevarnos a la boca. Vivimos en un hotel frente al Mercado Central y pagamos a diario la estadía, pero en serio hoy no había para la comida. Le dije a mi ñaño que se tranquilizara, que algo bueno iba a pasar y, mírennos, aquí ya pudimos comer un bollito cada uno”, comenta.
Pero lo que lo impulsa a Justin a pensar que todo es gracias a Dios, son sus dos hijos. “Se llaman Kataleya y Justin. Tienen 4 y 10 años”, dice. Pero empieza su momento más débil y unas pocas lágrimas se ven en el filo de sus ojos, como que querían salir pero las retenía.
Él hace una declaración que la lanza y no hay marcha atrás. “La verdad es que yo consumo (...) y eso me perjudica. Hasta hace unos días estábamos en Quito con mi hermano y allá me alejé de eso, pero cuando vengo a mi ciudad recaigo. Estoy haciendo lo mejor que puedo para salir de este vicio, porque sé que me pongo mal y quiero ver a mis hijos”.
Justin está consciente de que quiere, con todo su corazón, ver a sus pequeños, pero no quiere ir con las manos vacías. “Estoy trabajando para hacer un dinerito y llevarles un regalo, ellos se lo merecen”, afirma.
Pero el ambiente tenso y nostálgico termina cuando recuerda a la mamá de sus hijos y dice que también la extraña. “Aprovecho para saludarla, espero que lea esto y sepa que la extraño”, dice con cierta picardía.
La lluvia empieza y el olor a humedad se hace notar. Ellos miran al cielo y saben que el día no ha terminado y que solo deben buscar una sombra en la estación de la Metrovía en la que se ubican.
“No nos vamos, porque de aquí tomamos un poquito de energía para las máquinas. Esperamos quedarnos hasta la noche, aquí dándole a lo que nosotros sabemos hacer mejor”, finaliza.
Los barberos, parte del subempleo
Darío y Javier son solo dos de los miles de ecuatorianos que forman parte del porcentaje de personas con empleo informal en Ecuador.
Según cifras difundidas por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC) en octubre de 2023, más del 54% de trabajadores a nivel nacional no contaban con un trabajo estable en el que recibían, al menos, el salario mínimo.
Este número, por otro lado, se encontraba en aumento con respecto a la cifra de 2022, que se ubicó en 2,3 más arriba.
Una de las consecuencias de laborar de esta manera las experimentaron Darío y Justin al mediodía del pasado viernes 16, cuando agentes de la Policía Metropolitana llegaron a retirarlos del sitio. “Nos fuimos a almorzar y luego regresamos. Hay que hacer dinero igual”, dijo Justin.
¿Quieres leer más contenido de calidad sin límites? ¡SUSCRÍBETE AQUÍ!