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Cuyabeno, un paraíso amazónico
Este fue el segundo lugar del país al que llegó la COVID-19, por lo que la actividad turística cayó de golpe. Hoy ostenta el sello de Global Safe Travels.
Son las seis de la tarde y en la laguna de la Reserva de Producción de Fauna Cuyabeno parece que el cielo se funde con el horizonte. Las embarcaciones apagan sus motores para dejar que los sonidos de la selva se manifiesten.
Todo se torna naranja y el sol parece hundirse en el agua quieta. Iluminándolo todo.
Allí, a 317 kilómetros de Quito, en la provincia de Sucumbíos, el ambiente acuático es el mayor atractivo de esta reserva, que en enero pasado recibió el reconocimiento como destino seguro con el sello Global Safe Travels, otorgado por el Consejo Mundial de Viajes.
Luego de un año y medio de ausencia de turistas, los pobladores buscan reactivar este sector, que cayó a cero debido a la pandemia por el COVID-19. En las comunidades y establecimientos exigen medidas de bioseguridad para evitar la propagación del virus.
Los nativos de las cinco nacionalidades indígenas que habitan este territorio –Siona, Secoya, Cofán, Kichwa y Shuar– están vacunados. Además, se han encomendado a las bondades de las plantas endémicas de la selva.
Los pájaros revolotean por las copas de los árboles donde también se mueven algunos monos ardilla. De rama en rama.
Así, en medio de un bosque inundado existen especies acuáticas que caracterizan al Cuyabeno. Los guías aconsejan prestar atención, pues de la nada pueden aparecer los delfines rosados. “Hay que tener suerte”, dice uno de ellos mientras hace maniobras con la canoa.
Vivencial
Este cantón, de 8.200 habitantes, se sostiene en su mayoría del turismo, pues los pobladores han hecho inversiones para equipar sus hoteles o lodges en medio de las 14 lagunas del Cuyabeno.
Según Jaime David Rodríguez, director de Cultura, Turismo y Deportes, el 90 % de los visitantes antes de la pandemia eran extranjeros. “Este fue el segundo lugar del país en contagiarse. Se suspendió todo de un día para otro”, dice.
Esos sitios turísticos se cerraron de un portazo. Así como las comunidades que ya habían desarrollado un sistema sostenible de turismo.
Es el caso de Tarabeayá, habitada por la nacionalidad Siona, que, con unos 70 habitantes busca reactivarse.
Ellos ofrecen a los viajeros una experiencia cercana de la vida en la selva amazónica. Con platos como el maito –pescado al vapor envuelto en una hoja de plátano– y cacao recién cosechado, los lugareños ofrecen un festín exótico.
“Somos las mujeres las encargadas de preparar la comida. Los hombres cazan y pescan”, comenta Rosa Piana, quien sirve los alimentos vestida con falda y blusa verde.
Pero aquí es indispensable lavarse las manos con agua y jabón como parte de las medidas de bioseguridad. Para ello se colocó un botellón de agua y jabón para los visitantes.
Desde este año, también se retomó la confección de artesanías: collares y pulseras de semillas. Así como utensilios de madera. “Los niños aprenden desde muy pequeños con sus mamás”, cuenta Rosa.
Antiguamente la cuenca del río Aguarico estaba habitada por los ‘encabellados’. Los cronistas españoles llamaron así a estas personas que usaban largas cabelleras muy adornadas.
Los sionas y los secoyas que hoy viven dentro de esta reserva descienden de los antiguos encabellados.
Ellos han conservado la vestimenta original, aunque su interacción con la población mestiza también les ha significado tener algunas características más occidentales.
Que vengan los nacionales
Jaime David Rodríguez comenta que las lagunas del Cuyabeno son conocidas a nivel internacional, lo que no sucede con los turistas nacionales. “Incluso en países asiáticos saben qué es el Cuyabeno, pero en Quito o Guayaquil la gente no sabe”.
Por ello, la estrategia es darse a conocer a nivel nacional, pero también a través de la alianza pública - privada. “Hubo la necesidad de unir esfuerzos porque muchos de los pobladores se quedaron sin oportunidades laborales”, agrega.
La situación fue preocupante, pues hasta el 2019 la reserva recibía a 19.000 visitantes por año, cifra que cayó a cero con la cuarentena. Este año el flujo de turistas ha tomado cierto impulso, aunque apenas llegan a los 300 visitantes por mes, según el cabildo de ese cantón.
Bolívar Tapuy, vicepresidente de la comunidad de Tarabeayá, comenta que una de las necesidades urgentes de ese sitio es la reactivación de la economía a través del turismo. “Estamos listos para atender a los visitantes”, expresa enérgicamente.
Rosa agrega que a pesar de que la tierra les ha dotado de alimento, su forma de vida es el turismo, pues muchos de los jóvenes salen a estudiar a Lago Agrio. “La mayoría para aprender sobre hotelería y luego vuelven para trabajar en la comunidad”, relata.
La experiencia que ofrece esta reserva se mezcla entre la cultura, la gastronomía y la naturaleza. El río y lagunas del Cuyabeno tienen aguas negras que nacen en la misma selva y su color es oscuro por la presencia de sustancias provenientes de la descomposición del material vegetal que cae en sus aguas.
Allí, un poco antes de que muera la tarde, dos delfines deciden juguetear frente a las canoas de los visitantes que se dan modos para captarlos en vídeo. El espectáculo dura un par de minutos, pero la travesía –tres horas por vía fluvial– ha valido la pena.
El cielo sobre el río Cuyabeno está despejado y es posible ver la luna llena erigirse sobre el bosque selvático. No hay luces de postes ni edificios. Tampoco ruido de bocinas, solo un concierto de pájaros que hacen sentir que por ahora no se necesita nada más.