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Petita despidió para siempre a su hija Paola el 13 de diciembre de 2002.Adrián Peñaherrera

La cruz de Petita Albarracín ya no pesa tanto

La mamá de Paola Guzmán ha vuelto a sonreír luego de darle justicia a su hija. Fue abusada sexualmente por el vicerrector de su colegio y se suicidó

La risa de Petita Albarracín era una deuda que la vida le había negado desde hacía 18 años. Su alegría suena, al otro lado del teléfono, como una gran bocanada de quien ha corrido una larga carrera sin descanso y por fin se detiene a tomar aire

-¿Sabe que muchas mujeres y niñas la verán de ahora en adelante como una heroína? Petita, de 63 años, ríe tímida, a través del celular por donde da esta entrevista, y aunque no se describe así, después de mucho tiempo tiene el superpoder de estar contenta.

Ella consiguió que, por primera vez, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) condenara al Estado ecuatoriano por el abuso sexual que padeció su hija Paola Guzmán Albarracín y que la llevó a suicidarse en 2002. Tarde, pero la justicia llegó.

Este fallo es histórico, porque también es la primera vez que la Corte IDH decide sobre un caso de violencia sexual contra niñas y adolescentes en el ámbito educativo. La institución sentenció al país por no haber protegido a la niña, que “vio lesionados sus derechos a la vida, a la integridad personal, a la vida privada y a la educación”.

El Estado deberá entregar una reparación económica a la familia de Paola, limpiar el nombre de la víctima, que fue considerada como “provocadora” en el proceso judicial, y dar una perspectiva de género al sistema educativo.

Con el fallo, se establecerán estándares para proteger a los y las menores de edad contra el abuso, no solo en Ecuador, sino en toda la región.

La muerte de Paola del Rosario Guzmán, ocurrida el 13 de diciembre de 2002 cuando ella tenía 16 años, también se llevó parte de la vida de Petita. En ese entonces tenía 45, era madre soltera y trabajaba como comerciante para mantener su hogar y la crianza de sus dos hijas: Paola, de 16, y Denisse, de 6. Junto a ella también vivía su mamá, Esperanza del Rosario, y en cuyo honor bautizó a Paola.

Era un hermoso y feliz hogar de cuatro mujeres. A Petita la voz se le aviva cuando habla de aquellos tiempos. Unidad, respeto, amor, constancia, humildad. Así describe a su hogar antes de que la muerte y el dolor tocaran a su puerta. Tenían una vida sencilla, pero feliz.

Jamás sospechó que, desde que Paola tenía 14 años, era abusada sexualmente por el vicerrector de su colegio, Bolívar Espín. A esa institución, Petita le había confiado el cuidado y la seguridad de su niña, pero en cambio fue abusada, quedó embarazada de él -según sus compañeras de clases-, y obligada a abortar. Esto la llevó al suicidio.

Su abuelita también murió sin saber la verdad

Diciembre de 2002. Petita se estremece solo con pronunciar esa fecha. No solo padeció de la pérdida de Paola, sino que 11 días después, la muerte también se llevó a su mamá Esperanza.

La abuelita de Paola sufría de cáncer y la tragedia familiar se juntó ese mes. Antes del suicidio, la adulta mayor había tenido una recaída y para no agravar su salud, le dijeron que Paola se había ido de viaje a la playa. “Ella (Paola) era la engreída de mi mami. Yo le puse del Rosario por ella. Antes de morir, preguntaba mucho por su nieta, porque quería verla. Nosotros no quisimos decirle nada. Se murió sin saber lo que pasó”, cuenta Petita. Su mami se fue el 24 de diciembre.

Pocas personas conocen de su propio calvario. Petita era también una víctima del dolor. La muerte le quitó a sus dos Rosarios y el hogar de cuatro mujeres, donde a veces faltaba el dinero, pero sobraba la fortaleza y el amor, se había desmoronado en menos de dos semanas.

Petita Albarracín, madre de Paola, contó una vez más la historia de su hija. Esta vez ante la Corte IDH.Cortesía

Desde ese entonces quedaron ella, su hija Denisse y una sed de justicia que no tendría descanso hasta después de 18 años. Petita reconoce que muchas noches la pena la ahogaba en llanto y sentía que no tendría fuerzas, pero el amor por su hija y su propia madre, además del apoyo incondicional de su hermana Celia, la hicieron levantarse.

Fue su ñaña la que la llamó desde Nueva York, donde reside y desde donde siempre le ha dado su ayuda, luego de conocer la resolución de la Corte, a gritarle de felicidad por haber limpiado el nombre de su hija.

Espín en ese entones tenía 65 años. Era 51 años mayor que Paola y se acercó a ella con la falsa intención de ayudarla a pasar el año escolar, pues tenía problemas con algunas materias. Era una niña, una estudiante de la institución en la cual el hombre era una autoridad y se suponía que tenía que velar por su seguridad.

Aprovechando su situación de poder, logró engañarla y abusarla sexualmente, según consta en el proceso. Espín ejerció violencia sexual en contra de Paola por más de un año y a pesar de que el personal del colegio conocía lo que sucedía, nadie dijo nada porque la situación estaba normalizada, debido a los estereotipos de género que tenía la comunidad educativa y por lo que tendían a culpar injustamente a Paola, reveló la Corte.

En ese momento, Petita descubrió una realidad que estaba pasando en ese entonces y que continúa sucediendo actualmente: el abuso sexual dentro de las instituciones educativas. “Uno como madre manda a sus hijos confiados al colegio o a la escuela, porque se supone que allí los van a cuidar y no sabemos que los propios monstruos están allí”, lamenta Petita.

Bolívar Espín recibiría, en 2004, una orden de prisión; y en 2005, el pago de una indemnización de 25 mil dólares por la demanda de daño moral presentada por Petita. Sin embargo, se fugó y las acusaciones en su contra prescribieron.

Desde allí, Petita empezó a saborear la impunidad y la poca o nula acción estatal en casos de abuso sexual. También ratificó lo que sí conocían en su hogar: que la unión y la fortaleza de las mujeres pueden formar algo maravilloso.

Su familia es una prueba de ello y esta victoria también. La consiguió con el apoyo incansable de organizaciones que luchan por los derechos de las mujeres como el Centro de Derechos Reproductivos y el Centro Ecuatoriano para la Promoción y Acción de la Mujer Cepam-Guayaquil.

Seguimiento al Estado

Lita Martínez, directora del Cepam, comenta que con esta sentencia se cierra un ciclo para Petita y su hija Denisse, pero hay que darle seguimiento a que el Estado implemente lo que estipuló la Corte, entre ello, la reparación integral para ellas.

Lo único que ha sabido por parte del presidente de la República, Lenín Moreno; y de la ministra de Educación, Monserrat Creamer, es que retuitearon el comunicado de la Corte. Nadie se ha acercado, hasta ahora, a hablar con Petita o sus abogados.

“El Estado no se ha pronunciado. Nunca estuvo presente nadie, lo único que le pido es que el Estado ponga un pare a los acosos sexuales. No puede permitir que destruyan la vida de nuestras hijas y las nuestras”, exige Petita.

Ella sabe de lo que habla. La inacción estatal ha hecho que durante 18 años divida su tiempo en la búsqueda de justicia y también ser una mamá para Denisse, quien tenía seis años cuando murió su hermana. Esto las alejó de su derecho a la integridad personal y les causó afecciones emocionales que se sumaron a la de la pérdida de su pariente.

Sin embargo, parte de la felicidad que se diluyó en diciembre de 2002, ha regresado. Aunque jamás volverá a abrazar a Paola, siente que todo el dolor que le ha provocado esta batalla va a significar que menos niñas vuelvan a padecer el horror y el dolor que vivió la suya.

Es inevitable volver a diciembre de 2002. Quiere retomar parte de la vida que dejó allí, parte de esos sueños. Lo primero que hará, detalla ilusionada, es realizarse un chequeo médico. Ni siquiera eso había podido hacer con tranquilidad. Sueña con hacer planes junto a Denisse y sonreír, sonreír más.

“Yo no me veo como una heroína, pero me alegra dejar un precedente para evitar que las niñas y adolescentes vuelvan a ser abusadas y para que las madres luchen por sus hijas y no se callen si notan estas injusticias”.
​Petita Albarracín