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Así se convirtió Petita Palma en la matrona del folclor afroesmeraldeño
A sus 97 años, la artista, que recibió el doctorado Honoris Causa de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, quiere seguir cantando.
En Carondelet, San Lorenzo, un marzo 4 de 1927 nació Petita, hija de Gregorio Palma y Tomasa Piñeiros. Desde niña fue habitada por el acuoso sonido de la marimba y el brioso toque de los cununos. El trinar de la guitarra le envolvía en un hechizo y en la voz de la negra Tomasa, supo del secreto lenguaje de los ángeles.
Petita tomó su misión: preservar los sonidos de su raza. Los primeros abuelos arribaron hacia 1553, cuando 17 negros y 6 negras huyeron de un barco de esclavos que, en viaje a Lima, encalló en las arenas de Portete, Muisne. Cercanos al paisaje, levantaron sus casas, reinventaron la marimba, templaron los cununos.
Tras luchar por su libertad y pactar con los aborígenes, tomaron la selva. Habitaron palenques o quilombos y les llamaron cimarrones: guerreros negros que - según las crónicas del cura Miguel Cabello Balboa- luego crearon la República de los Zambos; un espacio al margen de la colonia española, liderado por el héroe negro Alonso Illescas.
Los cimarrones marcaron la historia en el planeta afro, determinaron el ADN del negro esmeraldeño, que se sacudió del canon violento y humillante de la esclavitud, del dolor y sangre que marcó el devenir de otros afros en América Latina.
La memoria, el orgullo, el legado
Niña aun Petita se inició en Borbón, fascinada con la marimba de la familia Mercado. A sus quince años radica en Esmeraldas, en su casona de El Potosí. Viaja años, conociendo el bunde, bambuco, arrullos, alabaos, andareles, agua larga, chigualos, torbellino, currulaos; entre otros que, más tarde, recreará en vibrantes coreografías.
Vibran sus aportes, entre otros: 'Bambuco', 'El revueltico', 'Marimba y sangre en el cañaveral', de la muerte a un capataz abusador. 'La guasangó', letra y danza de Petita -debuta de actriz- con música de su hijo, Alberto, guitarrista y ebanista. Una obra apoteósica, de poderosa percusión creada para la película 'Sueños de la mitad del mundo'.
Petita es fuente de una memoria viva. Recreó su tradición oral: la tunda, el riviel. El vestuario lo hacía a mano, con la costurera. Abordó puesta en escena con bailes de vestido blanco absoluto en oscuridad total: siluetas danzando. El verde y el blanco, sus colores predilectos. En 'Bambuco' subraya la elegancia de los esbeltos bailarines.
En los 70 es gestora cultural en la Universidad Luis Vargas Torres y en 30 años crea un centro de documentación. Con el Consejo Provincial fortalece su escuela y ballet y da un paso clave: se institucionaliza. Recorrió el continente con sus alumnos y multiplicó el legado: Jackson Arroyo, Larry Preciado, Limber Valencia, entre otros.
A coraje y épica remite el arte de Petita. Esa vida, íntegra y fructífera, fue reconocida por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Sede Esmeraldas: el pasado viernes 7, le entregó su Doctorado Honoris Causa.
Diego Jiménez, pro rector, habló de la resistencia desde la alegría, criticó la cultura narco. “Nos aleja de lo valioso, nos acerca a lo que nos destruye”. Señaló la extrema carencia en salud y educación: dos de diez chicos acceden a la universidad; pero los campus de San Lorenzo y Quinindé recibirán 200 becarios locales.
La ceremonia, por los 43 años de la PUCE en Esmeraldas, contó con el rector Fernando Ponce; Alex Jaramillo, secretario general y Pablo Beltrán, presidente del Consejo de Educación Superior. Con ellos, orgullosos familiares, hijos, nietos, alumnos, seguidores y artistas que la celebraron cantando.
“Yo no canto por cantar, ni porque me da la gana. Canto porque me nace de aquí, del fondo de mi alma…”, recitó Petita, en su breve y celebrada intervención. Compareció en contenido llanto. Cuando cantó, acompañada por su hijo Alberto, ya no pudo con sus lágrimas.
La comunidad de músicos celebró su flamante doctorado: viene de la academia, coinciden en el justo y altísimo reconocimiento.
Julio Bueno, compositor: "Formidable. Primera vez que se reconoce, a este nivel, un trabajo sobre patrimonio cultural: es una mujer, es madre, matrona, memoria. La admiro, la celebro".
Pablo Valarezo, percusionista: "A su casi siglo de vida se reconoce una impresionante trayectoria, un trabajo perseverante en el ámbito de la investigación y como creadora y compositora, de la mano de Alberto, su hijo y director musical".
Larry Preciado, marimbero: "Nos llena de esperanza, es un reconocimiento de la academia: la valoración de lo ancestral en nuestra pionera. Fue mi maestra: lo hago propio, pensé que nunca llegaría este momento, me alegró el alma".
Compositor
Damiano Proaño, compositor pop: "Nada más justo: sus temas y coreografías rescatan y enriquecen esta seña de identidad de una cultura ancestral. Sus maderas, sus cueros, esa voz: es el mar, la selva, la humedad. Un honor que reconoce a un orgullo patrio".
Black Mama, hiphoper, Dj: "Superimportante, academizar: por primera vez dejar de folclorizar; entender que se trata de resistencia, que vamos 200 años luchando por ser nosotros: nos dicen afros; somos afro-esmeraldeños. ¡Los abuelos están lúcidos!"
Alberto Castillo Palma, guitarrista: "En la calle nos felicitan: ya era hora, nos dicen. En la ceremonia, cuando le entregaron el diploma y al tocar su tema “No soy así” me vino una marejada de imágenes: todo ha sido muy duro. Toqué, feliz; pero lloré".
Tras la ceremonia visito a Petita en su fuerte sonoro de El Potosí. Son 35 años de cariño, ella ronda el siglo. Oramos, me bendijo. No declina -y me compromete- en publicar sus memorias, un consolidado histórico de su vida.
Le cuento que de la crónica saltó a las novelas: Atacames Tonic, No more tears y El pasado no perdona; como el mítico y poderoso personaje de La Diosa, que canta entre dioses y “baja” a los del cielo a tomar cerveza entre mortales.
Ahí mejor se ríe, me hace señas de que estoy loco. Y mejor me asomo al río Esmeraldas: como el tiempo, lo miro en su traje café, pasar y pasar.
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