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Comerciantes de mercados en Quito no quieren más paros
Aseguran que aguantan gas y que no pueden trasladarse a sus domicilios. Además, los alimentos se les pudren.
Los ‘caseritos’ del Mercado de Santa Clara, en el centro norte de Quito piensan abastecerse de lo que más puedan ante la posibilidad de una jornada de paralizaciones.
Leonidas Iza, dirigente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) anunció que habrá movilizaciones para el miércoles 8 de febrero por la crisis económica e institucional que atraviesa el Ecuador.
Ante esto, Lourdes Tibán, cliente frecuente del centro de abastos, ahorra hasta el último centavo para, el martes 7 de febrero, madrugar y comprar lo que le alcance para sobrevivir durante los días de paro.
“En las manifestaciones del año pasado nos quedamos sin huevos y no nos alcanzaba para comprar porque el preció subió más del doble”.
cliente
Atrincherados
Las comerciantes del mercado tampoco están a favor de las movilizaciones porque, según ellas, se les pudre los alimentos y se les complica movilizarse a sus domicilios.
Mariana Morales vende legumbres y verduras. Recuerda que durante los 18 días de paralizaciones gastaba más en taxis de lo que ganaba con la venta de sus productos.
La mujer, de 70 años, solía caminar hasta la avenida 10 de agosto donde se subía a un bus que la llevaba hasta San Blas. De ahí, caminaba hasta la Marín para coger un taxi que la llevara hasta La Villaflora. Seguía a pie hasta El Recreo y de ahí se subía en una camioneta que la dejara en su casa, en Guajaló, en el sur de Quito.
Pero no solo el transporte es el problema. A Beatriz Molina se le pudrió la mayoría de alimentos que tenía disponible. Ella dijo que tuvo que fiar a sus conocidos y amigos para no perder tanto dinero. Según sus cálculos, en las dos semanas que duró el paro, perdió tres mil dolares.
Y no solo porque se caducaron las frutas sino porque hubo mucha especulación en los precios. “Un ramo de culantro que nos costaba dos dólares, nos querían vender a 20. Era imposible revender”.
Por si fuera poco, el mercado está a pocas cuadras de la Universidad Central, sitio que sirvió de bastión para que los indígenas hicieran sus reuniones y panificaran el paro.
Molina asegura que cada vez que escuchaban ruido de manifestantes o empezaban a percibir el gas lacrimógeno, cerraban las puertas del centro de abastos para impedir ser agredidos. Esto también provocó que sus ventas disminuyeran.
Por su parte Morales dice que solía prender papel periódico para no asfixiarse. “Ya no estamos para aguantar estas situaciones”.