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¡Coladita poderosa!
En Guayaquil, una familia recorre el centro porteño ofreciendo sánduches y aguas aromáticas desde la mañana hasta el toque de queda
De 19:00 a 20:00, el porrazo de las puertas enrollables cerrándose parece una sinfonía en Calixto Romero y Chimborazo, centro de Guayaquil. La jornada acaba en los negocios. Los comerciantes no aguantan la ‘leona’ y los Avilés-González llegan precisos con sánduches y bebidas para calmarla.
La familia, cargada como Papá Noel, aparece con dos canastos metálicos y tres de plástico. En cada uno llevan pomas de un galón de capacidad con café, agua de hierbaluisa, chocolate, coladas de quinua y máchica, entre otras.
Los recipientes están forrados con fundas negras. Solo la tapa y su pico quedan sin cubrir. Esto hace que la temperatura de los líquidos se conserve un poco más, dice Carlos Avilés. Él, junto con su hijo y su esposa, Génesis González, ‘camellan’ vendiendo estos productos.
“La colada de máchica es una de las cosas que se acaba primero. Los clientes comentan que les devuelve la energía”, asegura Carlos.
Quienes a esa hora bajan el ‘telón’ a sus labores en los pequeños quioscos de la zona, de a poco se acercan a comprarles algo. Algunas vendedoras de ropa, mientras descuelgan las prendas de los exhibidores de alambres, les avisan que les guarden un aperitivo específico.
La familia se acomoda en una vereda, del lado de Calixto Romero. Aquel sitio es el punto de encuentro de varios uniformados de overol, quienes tienen la ardua tarea de recoger los desechos del ajetreo comercial de todo el día.
Se toman entre 5 a 10 minutos devorando los bocadillos para luego seguir en lo suyo.
RECORRIDO MÁS CORTO
Carlos lleva 23 de sus 40 años en este oficio. Inició de ‘pelado’ junto con su progenitor, como actualmente lo acompaña su hijo Kevin, de 18.
Cuenta que el trabajo es sacrificado, pues hay que andar a ‘pata’ por el centro de la urbe llevando en peso el cargamento. Por eso es importante andar con zapatos cómodos y que aguanten una rutina como esa.
La pandemia de la COVID-19 modificó su itinerario. Por las restricciones impuestas para evitar contagios, ya no se ‘pega’ el recorrido por las discotecas y bares del casco central, cerradas a partir de la emergencia sanitaria. Los farreros eran usuarios fijos.
A pesar de esta adversidad, ni Carlos ni sus parientes se ‘bajonean’. Siguen laborando las horas que les son posibles.
Génesis, con una sonrisa, es quien a menudo sirve los vasos. Su esposo y su retoño cortan el pan y ponen en medio queso, mortadela o huevo, según como sea el pedido.
Por su juventud y dinamismo, Kevin es quien se encarga de ir a conseguir suelto cuando les pagan con un billete de alto valor. Aunque procuran siempre tener cómo dar el cambio.
Los tres a veces se encuentran con colegas que venden las mismas cosas o alguna otra comida. Pero son, quizá, de los pocos que salen en familia a vender. Génesis lleva ocho años; Kevin, uno.
Los Avilés-González también salen en la mañana. Parten de su casa, en el cantón Durán, poco antes de las 05:00 para estar en el centro al amanecer. Venden hasta las 10:00. En la tarde lo hacen desde las 16:30. Así las ganancias de su esfuerzo queda en familia.