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Cabezón, el bacán del barrio
El guacamayo es el engreído del SECTOR de la 44 y Oriente, suburbio de Guayaquil. Hasta una réplica le han hecho los habitantes al ave.
Si en el barrio de las calles Oriente y la 44, suburbio de Guayaquil, usted pregunta por algún morador, quizá demore en recibir una repuesta afirmativa; pero si consulta por Cabezón, de seguro le dirán inmediatamente de quién se trata y dónde ubicarlo.
Y no se refieren precisamente a una persona, sino a un guacamayo. A más de atraer la atención por su larga cola y plumaje de vistosos colores, el ave es la consentida del vecindario y habitantes de los alrededores.
Tal es el cariño para Cabezón, que una réplica gigante de la especie se exhibe entre las ramas de un frondoso árbol de mango sembrado en uno de los portales de la calle Oriente. Este, precisamente, es uno de los espacios favoritos del guacamayo.
Víctor Albán, presidente del Consejo Barrial Son de Oriente, comenta que la imagen de metro y medio pertenecía a uno de los carros alegóricos del desfile del carnaval pasado, organizado por el Municipio de Guayaquil.
“Antes de que las boten o arrumen, solicitamos que nos obsequien algunas de las artesanías, entre ellas la de un loro, al que los maestros de la pintura del barrio le dieron forma de guacamayo. Las figuras que acondicionamos ahora son parte de las mejoras de nuestro sector”, relata.
Si no está en el árbol de mango, a Cabezón se lo encuentra sobre los cables eléctricos, en algún portal o jugando con otras mascotas.
Eso sí, cuando tiene hambre o busca abrigo, la especie, de unos 90 centímetros de longitud, acude inmediatamente hasta la casa de la familia Valverde Amat, que ha criado al ave desde hace tres décadas.
“Es un hijo más. Come con nosotros. Le gustan las manzanas, uvas, peras y guineo”, indica doña Mercedes Amat, matriarca del hogar.
La adulta mayor cuenta que, hace unos 30 años, un familiar que llegó de la Amazonía les obsequió el animal, a quien bautizaron como Cabezón por el exceso de plumas en la frente.
El ave es parte de la historia del barrio, pues estuvo cuando el sector era parte del estero y los habitantes cruzaban en puentes de madera. Ha sido ‘testigo’ de la llegada de los servicios básicos y el asfalto.
Si bien al plumífero le gusta que lo engrían, es celoso con las personas, más aún si nota la presencia de un extraño en el barrio.
“Si alguien no le cae bien, le cae a picotazos o prefiere alejarse”, señala doña Mercedes.
Recuerda que por un tiempo no supieron nada del plumífero. “De un momento a otro desapareció. No supimos del ave por lo menos unos diez años, cuando de pronto retornó a casa. Desde hace cinco años le devolvió la alegría al barrio”, expresa la mujer.