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¡El 'brazo de hierro' de Sofía!
Una manabita es la única mujer que practica ecuavóley en Febres Cordero y Guerrero Martínez, suroeste de Guayaquil. Sus potentes saques le dieron fama
Labios rojos, pestañas rizadas, maquillaje de sombra en los ojos y 'brazo de hierro'. Sofía Sánchez eleva el balón, alista la palma de su mano derecha para impactar la pelota con fuerza. La envía por encima de la red. La llaman la Dama de hierro. Ella es admirada y respetada por los jugadores de ecuavóley.
Se ganó ese apodo por su fuerza en los saques. Su energía se nota incluso en algo simple como atar sus zapatos. También cuando sujeta con vigor su cabello negro con un moño antes de cada encuentro deportivo. Lo deja firme para que no le estorbe mientras juega. Y amarra su camiseta por en frente, a unos tres dedos debajo del ombligo.
Ese ritual lo realiza ‘religiosamente’ cada sábado y domingo por la tarde, previo a entrar a la ‘cancha’, una zona delimitada con pintura blanca en la calle Febres Cordero, en la intersección con Guerrero Martínez, suroeste de Guayaquil.
El glamour también la acompaña en el campo de juego callejero: viste camiseta y jean, así se siente cómoda. Y ni el sudor arruina sus cejas perfectamente delineadas y pintadas.
“Juego desde los 14 años, en ese tiempo vivía en Santo Domingo. Iba a campeonatos a Loja, Riobamba, recorría bastante”, cuenta Sofía sentada sobre un banco de plástico, mientras espera en la vereda su turno para ‘pegarse’ un partidito.
El ecuavóley se convirtió en una de las actividades más importantes en su vida desde su adolescencia. Se planteó como objetivo llegar a la selección nacional de esta disciplina, pero dejó a un lado su sueño para dedicarse a su familia.
Sofía tiene 38 años. Nació en Portoviejo, provincia de Manabí. Sin embargo, durante ocho años residió en Quito. Y desde hace uno habita en el Puerto Principal, pues a su esposo, Francisco Herrera, le dieron el pase en la empresa donde labora.
“Ni bien vinimos a la ciudad, él se puso a buscar un lugar en dónde jugar. Siempre le ha gustado el deporte”, indica.
Apenas su pareja halló aquel rincón en la Febres Cordero, él la llevó para que también se integrara a la ‘gallada’ de vecinos.
Son más de 40 personas que se reúnen los fines de semana. Todos son ‘panas’. Recogen dinero para comprar balones, redes y pintar la cancha.
LOS DEJÓ BOQUIABIERTOS
Sofía y su esposo encajaron a la perfección con los ‘vecis’. Se han ganado el cariño del barrio. A ella la admiran por su buen juego y porque los asombró con su destreza al debutar.
“Mi esposo empezó a jugar primero. Luego me llevó y yo empecé sirviendo cuando jugaba con él. Todos se sorprendían al ver a una mujer y que les ganábamos”, cuenta Sofía, quien es madre de tres hijos.
Al principio se le hizo difícil ser la única mujer moviéndose por la cancha y golpeando el balón entre varones, pero luego se adaptó. Todos la tratan con respeto, al punto de que si ella no está disputando un encuentro le piden que sea árbitro.
“Un vecino me puso la ‘Dama de hierro’ porque yo bateaba con mi brazo haciendo puño”, explica Sofía entre risas.
Vive y siente el ecuavóley con tanta pasión como jugadora o espectadora. Comenta cada movimiento de los que están en cancha, bromea con ellos, pero también les imparte indicaciones.
De las tres posiciones del ecuavóley, Sofía suele jugar como servidora o colocadora, aunque también suele servir durante ciertos momentos del partido.
“Me siento orgulloso de que mi esposa fomente el deporte. En Guayaquil es raro que una mujer juegue y a un nivel alto”, dice Francisco sobre la fama que ha ganado su ‘ñora’ en la zona, quien se ha vuelto la ‘dura’ del ecuavóley.