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El barrio de los desamparados está en Quito
Se llama Jurado Cruz, y allí viven varios adultos mayores que requieren ayuda. Los moradores colaboran, pero no es suficiente.
Los vecinos del barrio Jurado Cruz, ubicado cerca del volcán Pichincha, son unidos, pero aun así no han podido ayudar a todos los adultos mayores que lo necesitan y que viven solos, enfermos y en condiciones críticas.
Reinaldo y Esther residen en una casa llena de cosas viejas, con techo de zinc y piso de tierra, que cuando llueve se convierte en lodo. Se sostienen con lo que los moradores y sus hijos les llevan. Están lúcidos pero son complicados, dicen.
“Nos juntamos cuando quedamos viudos hace 20 años. Esta es la casa de ella”, comenta Reinaldo.
Intenta componer las goteras para ocuparse en algo. Antes era músico, reparador de cosas, inventor de lámparas, de todo. “Ahorita ya no puedo”, cuenta.
Pero las condiciones de la vivienda no son aptas. Para nadie. Es por eso que su ahijada Luz Tulcán quiere llevárselos por un tiempo a su domicilio para reparar la casa de los ancianos, y que al menos en el cuartito no haya tanto lodo.
“Nosotros también ayudamos con lo que podemos. Este es un barrio popular y somos pobres”, comenta Luz.
Pero esta pareja no es la única. Muy cerca está la casa de Rosita, quien a sus 82 años ha perdido la visión gradualmente. Camina apoyándose en las paredes, aun con los lentes puestos que le regalaron hace algunos años.
Su hijo Luis Nasevilla la cuida como puede, pues debe salir a buscar trabajo como albañil o plomero. Oficios que con la pandemia de COVID-19 han tenido menos demanda.
Ella pasó casi toda su vida lavando ropa de otras familias, pero las fuerzas no le dan más. Las escalinatas del barrio ya le dan miedo. “No he tenido ni para comprarle un bastón, peor otros lentes”, explica su hijo.
Rosita necesita la revisión de un oftalmólogo y unos anteojos que no se sostengan con un elástico. Algún tratamiento podría mejorar su calidad de vida.
“El bono del gobierno (100 dólares para adultos mayores) le ayudaría mucho, para su comida y sus gastos”, agrega Luis.
En la misma cuadra está Ricardo Navarrete, quien pasa de los 70 años pero es como un niño. Todos los vecinos le tienen cariño. Necesita también un lugar más digno para vivir que el cuartito en el que está ahora. “Tiene un terreno y merece su propio espacio. Pero no hay plata para construir una casita”, indica Luz Tulcán.
Padece discapacidad intelectual y no ha tenido un trabajo. Cuando era joven era cargador en el mercado de San Roque, o hacía mandados en los negocios de Sangolquí.
El sector
En este barrio, habitado por familias cuyas casas fueron expropiadas de los terrenos de la Empresa de Agua Potable hace más de 40 años, hay al menos 10 casos de ancianitos en condiciones críticas.
Otra de sus mayores necesidades: la movilidad, pues la calle principal es una escalinata.
“Cuando se enferman los tienen que bajar cargando entre cuatro personas”, cuenta Luz.
Además han tenido que improvisar espacios verdes para los niños. Lo bautizaron como el mirador El Colibrí.
“No somos de posibilidades, pero tratamos de estar unidos”, concluye Luz.
Aquí sobra voluntad, lo que falta es disponer de recursos.