Exclusivo
Actualidad
Un año de COVID-19: ¡Las ollas siguen vacías!
Perdieron su empleo en medio de la incertidumbre de un virus que se llevaba a las personas por centenares. Pero las deudas y los pagos no esperan
La crisis económica desatada por la pandemia de la COVID-19 les ha agujereado los bolsillos a miles de ecuatorianos que perdieron sus empleos o que cerraron sus negocios por no poder sostenerlos.
EXTRA recogió tres testimonios de personas que a pesar de la adversidad han hecho maromas para sobrevivir...
En el sector de Orquídeas, en el centro de Quito, está Verónica Ruiz, quien ya no prende las cocinas industriales de la Asociación Maky Purashun, ubicada cerca de su casa. Las despensas están vacías desde la última vez que tuvieron que repartirse los víveres entre 14 socios para que no se dañaran.
De eso ha pasado exactamente un año, cuando el gobierno central declaró la emergencia sanitaria en todo el país, y las escuelas, colegios y guarderías cerraron sus puertas. La asociación a la que pertenece Verónica es de carácter popular y solidario y estaba encargada de proporcionar alimentación a guarderías públicas desde 2015.
Aunque las ganancias no eran exorbitantes, el negocio sostenía a 14 familias compuestas por adultos mayores, niños en edad escolar, personas con discapacidades y hasta con enfermedades catastróficas.
Ahora el dinero que tenían como capital se ha esfumado casi por completo. “Ya no podemos más, la asociación podría aguantar solo hasta junio o julio como máximo”, calcula.
HOJAS DE VIDA AL VIENTO
Esta incertidumbre también la siente Sixto Simbaña, quien tuvo trabajo estable hasta el 28 de abril de 2020, cuando recibió un mensaje de WhatsApp en el que le agradecían por sus servicios, pero que por la pandemia prescindían de él, luego de 16 años de trabajar como conductor de una empresa.
“Nos quisieron dar 800 dólares de liquidación por tanto tiempo de trabajo”, recuerda con indignación. Ha planteado una querella judicial para exigir “un pago justo”.
Pero las deudas no esperan. Sixto, de 54 años, tuvo que vender su carro para sustentar algunos gastos. Hace algunos meses adquirió cubetas con huevos para venderlas. Ahora trabaja ocasionalmente entregando la ropa de una tintorería del norte capitalino.
Buscó trabajo “de lo que sea”, pero le decían que querían gente de entre 35 y 40 años. “Yo tengo energía para trabajar y salud. Ha sido frustrante”.
La situación es compleja también para los jóvenes. Lizette Abril es comunicadora social y fue despedida en medio de la pandemia, el 28 de mayo de 2020. “Te despiertas un día y recibes un e-mail que te enviaron a las dos de la madrugada diciéndote ‘gracias’”.
Con ella, al menos 150 personas fueron despedidas del Ministerio de Turismo, debido a la crisis.
Esto se evidencia en los números del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC): de enero de 2019 a enero de 2020 el índice de desempleo subió del 3,8 % al 5 %. Y para enero de este año la cifra subió al 5,7 %, es decir que los desempleados siguen en aumento.
La angustia por las deudas y los pagos de cada mes le pasó una ‘factura emocional’ a la comunicadora de 32 años.
“Había días en que solo pasaba llorando. El panorama de la pandemia lo empeoró todo”.
Sin embargo, la necesidad hizo aflorar la creatividad de Lizette: encendió con su prima el asador de la casa para vender alitas y mollejas a domicilio.
Además ha tenido ‘cachuelos’ de levantamiento de textos, entrevistas, transcripciones, que en algo le han servido para subsistir. Pero tampoco ha dejado de enviar su currículum a todos lados. “Ya no sé cuántas hojas de vida he enviado”, agrega.
De todos esos intentos, apenas le respondieron de un par de trabajos, solo para decirle que estaba sobrecalificada para el cargo y que no había presupuesto para pagarle lo que merecía.
OFRECEN COMIDA PARA SOBREVIVIR
Verónica, Sixto y Lizette pasaron al comercio informal para resistir. Y aunque no dieron cifras de cuánto ganan ahora con respecto a 2019, la crisis económica es notoria.
“Ya no se vive, sino que se sobrevive”, espeta Verónica.
Ella también le apostó a la venta de comida. Todos los fines de semana ofrece por redes sociales colada morada, empanadas, humitas y quimbolitos, para entregarlos a domicilio con su hermana.
La asociación a la que pertenece no ha cerrado definitivamente, por lo que aunque facture en cero debe presentar cada mes su declaración de impuestos. “Tengo que seguir pagando a la contadora, aunque también me ha entendido y me ha bajado el precio”, cuenta.
Maky Purashun es solo uno de los miles de negocios que se fueron ‘a pique’ durante la pandemia. Solo en el centro de Quito se han contabilizado al menos 400 locales cerrados, según el Frente de Defensa del Centro Histórico.
El arriendo tampoco ha esperado. Y debido a la imposibilidad de generar ingresos, la deuda ya es de cinco meses.
Donde antes había entusiasmo y movimiento, ahora las luces están apagadas, los muebles sucios, puertas cerradas y las cocinas apagadas.
“No queremos bonos, queremos volver a trabajar porque sí podemos”, sostiene Sixto.
Él y Verónica tienen esperanza de que el proceso de vacunación contra la COVID-19 se cumpla pronto, para recuperar el terreno perdido. Por su parte, Lizette no tiene muchas expectativas, pues no es parte de la población vulnerable.