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María Cañarte observa orgullosa las fotos que le tomaron el día de su graduación de bachillerGerardo Menoscal / EXTRA

Admirable: Madre luchó por salvar a sus hijos de las drogas, volvió a estudiar y será enfermera

María Cañarte tuvo que trabajar en distintos oficios para sacar adelante a sus vástagos. Años después logró una meta aplazada: ser bachiller

Sonríe sutilmente. Sus labios se estiran poco. Pero si María Cañarte Crespín se emociona, además, de sus ojos brota un brillo que complementa esa expresión. El gesto aparece cuando habla de sus tres hijos, de ayudar a los demás y del sueño de ser enfermera. Y en los últimos tres años aprendió a eludir los problemas con esa sonrisa, pero también arriesgando su vida.

La mujer es la representación de esa frase tan común, pero profunda, de que una madre hace todo por sus hijos. Fue capaz de irse a vivir a la calle con el menor de sus vástagos. Arriesgó su salud y seguridad por ir a cuidarlo, en un arranque desesperado del joven por escapar de las drogas.

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“Mi hijo estaba mal. Yo, por no querer dejarlo solo, estuve con él más de un mes de un lado a otro, pidiéndole que se deje ayudar”, recuerda.

Era 2020. El muchacho tenía 25 años y quería irse a Riobamba, Chimborazo, por el rumor de que allá había una fundación que ayudaba a personas con adicciones. Pero para viajar necesitaba dinero y estaba dispuesto a ganarlo como sea en las calles, con un eminente riesgo de perderse totalmente. María no lo iba a permitir.

Debajo de un árbol nos quedábamos durmiendo. A veces nos íbamos a bañar donde unos amigos de mi hijo. Mi miedo era que le pase algo. Él, en cambio, dormía poco porque tenía miedo de que me ocurra algo a mí y por eso se quería recuperar, porque le dolía verme en esa situación. Yo tenía dónde quedarme, con amigas o familia, pero no quería que esté solo”, describe.

También disfruta de la compañía de sus nietos en sus ratos libres.Gerardo Menoscal / EXTRA

Estuvieron unos diez días pernoctando en Durán, cantón donde residen. Luego fueron caminando hacia el centro de Guayaquil. Ella le sugirió ir a la casa de una tía para descansar, pues se sentía enferma. Le dolía el estómago, al no haber podido alimentarse con frecuencia. Sin embargo, el muchacho no quiso, porque estaba en malas condiciones y temía que no le permitan quedarse.

Durante ese tiempo comían, cuando podían, con los refrigerios que se entregaban gratuitamente en las iglesias céntricas como la San Francisco. Pero hubo ocasiones en que se acostaban con la barriga vacía.

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A ella no solo le incomodó el hambre y tener que dormir sobre las duras aceras, que acumulaban el calor o el frío del clima. También le resultó difícil soportar la crueldad y el menosprecio de la gente, al verlos a la intemperie.

Hay personas que tienen su trabajo, su dinero, pero sin razón humillan al que no tiene. Eso me puso mal”, relata.

María sufrió un quebranto de salud y fue llevada hacia el hospital de Monte Sinaí, en donde estuvo internada más de un día y con suero. Posteriormente, le coordinaron una atención psicológica en la Unidad de Salud Emocional Municipal (USEM) de Guayaquil. Asimismo, le ayudaron con el tratamiento de su hijo, quien finalmente se rehabilitó y ahora vive con su esposa.

  • El enemigo en casa

Las drogas 'invadieron' el hogar de María en plena adolescencia de sus hijos. El de en medio empezó con su adicción a los 14 años y el menor a los 16. El mayor, afortunadamente, nunca ha pasado por eso.

“Mi segundo hijo empezó a ser altanero, bravo, casi no me hablaba. Él y el más chico comenzaron con la marihuana, eso los indujo a otras sustancias y ahora último, la ‘H’ (sustancia hecha con mezcla de químicos y residuos de la heroína)”, revela.

El entorno en el que se criaron, la ciudadela El Recreo, fue en el cual empezaron a probar las sustancias, aumentando su consumo en el colegio.

María se separó de su marido cuando su hijo mayor tenía 8 años (ahora tiene 33). Por eso tuvo que laborar para sostener a su familia. A veces lo hacía como trabajadora doméstica, vendía comida, o alguna otra cosa. “Como no tenía quien me cuide a mis hijos, a veces me iba a trabajar con los tres”, dice.

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Actualmente, que su hijo menor se alejó del consumo y el mayor es un ingeniero industrial, ve con satisfacción cómo su esfuerzo se vio recompensado a lo largo de los años. Y aunque su segundo descendiente continúa atrapado en la adicción, ella sigue empeñada en rescatarlo.

  • Sueños al paso

Durante sus terapias en la USEM, a María le consultaron qué propósito tenía pendiente en la vida. Ella respondió que culminar sus estudios secundarios. Después, la ayudaron para que pudiera retomarlos y graduarse de bachiller.

María también hacía monigotes, actividad que aprendió de sus familiares, quienes suelen elaborar estos muñecos en la calle 6 de Marzo.

María se incorporó del colegio el 22 de julio de 2023. Para ella fue un logro muy significativo, porque era algo que veía complicado. “El día de mi graduación me sentía muy feliz, porque todos me acompañaron y porque tuve la posibilidad de seguir estudiando”.

Ahora quiere continuar con el siguiente paso, cursar la universidad y obtener una profesión. Y desde niña ya tiene identificada su vocación. “Cuando era pequeña, yo ayudaba a las personas que estaban mal, enfermas, heridas y eso me gusta”, indica.

Por ahora cuenta los días para iniciar sus estudios de enfermería. Le han dicho que hay una institución que va a ayudarla y que posiblemente empiece las clases en el siguiente mes.

Otro anhelo que tiene es poder conseguir un empleo. Y si bien es una meta en la que también se proyecta, no se queda de brazos cruzados hasta conseguirla. “Yo salgo a vender papas rellenas, empanadas y cosas de picar. A mí me gusta vender mis cositas porque así me gano algo y genero mis ingresos”.

A veces se topa con alguna persona de mal humor, pero ella no se complica. Le dice un “Dios le bendiga” y sigue su camino. Anda sonriente porque, según refiere, aprendió que la felicidad y hacer el bien al prójimo le sanó las heridas emocionales. Y como madre sigue dándolo todo, sin pedir nada a cambio.

Sus clientes le dicen que su comida es buena y hasta le avisan de un día para otro cuántos bocadillos les debe llevar.

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