Exclusivo
Actualidad

El octogenario se interna en las calles, entre los vehículos, para ofrecer su dulce.VALENTINA ENCALADA ORTEGA

¡El abuelito de los barquillos!

A pesar de sus 85 años Daniel Bajaña segura que no le teme al virus y que aún le sobran fuerzas para ganarse unas monedas con el sudor de su frente.

No tiene la agilidad de un veinteañero, pero sí las fuerzas de un hombre que no le teme a las adversidades ni al trabajo. Sus 85 ‘vueltas’ no hacen a Daniel Gregorio Bajaña Mindiola un abuelito desvalido, al contrario, dos o tres días por semana abandona la seguridad de su hogar y sale a las calles de Guayaquil para emprender la ocupación que con fervor ha ejercido por tres décadas: vender barquillos.

El octogenario es oriundo de la parroquia Laurel, perteneciente al cantón Daule, y tiene 40 años radicado en el Puerto Principal. En esta ciudad crecieron sus seis hijos, nacieron sus 11 nietos y siete bisnietos.

Su cabellera gris, su lento caminar y las arrugas de su rostro y manos denotan el paso del tiempo, pero a pesar de su avanzada edad que lo convierte en una persona vulnerable, con firmeza expresa “que aún me sobran fuerzas para ganarme cada centavo con el sudor de mi frente. No tengo miedo a contagiarme de COVID-19”.

Durante los primeros nueve meses, después que el virus llegara a nuestro país, sus familiares no lo dejaron salir de casa, pues temían que contraiga la enfermedad.

Don Daniel Gregorio bate la mezcla con la que prepara el bocadillo.VALENTINA ENCALADA ORTEGA

Sin embargo, desde noviembre pasado el adulto mayor retornó a las calles porteñas para continuar con la venta de sus dulces. Hace 10 días, tras una publicación realizada en redes sociales y que incluso fue comentada por el ministro de Salud, Camilo Salinas, Daniel recibió la primera dosis de la vacuna contra el coronavirus.

Karina Bajaña, la menor de sus hijos, explica que las fotos de su papá vendiendo barquillos fueron difundidas en Internet y que varios usuarios manifestaban su preocupación y admiración por la labor que desempeña su progenitor.

“A los tres días llegó una brigada médica a la casa y vacunó a mi papá. Eso nos tranquiliza porque, a pesar de que le decimos que ya no trabaje porque es peligroso, no solo por el virus, también por el riesgo que representa la calle, él insiste, nos dice que en casa se aburre y que lo suyo es trabajar. Ahora mi hijo lo acompaña y también vende barquillos, con eso costea sus estudios universitarios”, cuenta la mujer.

Los días escogidos para desempeñar la labor con la que Daniel sustenta su hogar son los miércoles y jueves. Dos horas, antes con la ayuda de su hija, deja todo listo para emprender la jornada.

Karina Bajaña nos enseña como se cocina el bocadillo.VALENTINA ENCALADA ORTEGA

DANIEL PONE EL SABOR

A las 06:00 Karina está de pie. A esa hora su padre ha empezado a mezclar la masa con la que prepara el bocadillo, que a partir de las 11:00 comercializa en las calles Esmeraldas y Piedrahíta (centro). Aunque la elaboración de los barquillos no demanda de fuerza, sí requiere de tiempo.

El encargado de hacer la mezcla a base de harina, azúcar, leche y colorante es Daniel. Esto lo ha hecho por 30 años y por eso sabe cuál es el punto exacto para que el bocadillo quede delicioso.

En esa labor Karina casi no interviene, pero sí alista los envases y los productos con los que su padre prepara la masa.

Mi papá se niega a dejar el trabajo. Dice que no quiere estar ocioso. Hicimos un trato, que mi hijo lo acompañara”.Karina Bajaña, hija

Ya cuando la mezcla está lista, llega el siguiente paso, cocinarla y darle forma de un palillo.

“Antes mi padre hacía toda la preparación, pero desde hace cinco años me encargó de freír la masa y ya lista la coloco en una funda”, comenta.

Antes de salir a vender Daniel guarda los barquillos en un cartón.VALENTINA ENCALADA ORTEGA

Con un tono de voz entrecortada, propio de su avanzada edad, el adulto mayor relata que el oficio lo aprendió de sus hermanos mayores, quienes se dedicaban a la preparación y comercio de barquillos en su ciudad de origen. Sin embargo, al quedar desempleado él también aprendió el oficio.

“Ha sido un trabajo de generaciones, lo comenzaron mis hermanos (ya fallecidos). Les enseñé a mis hijos y ellos a los suyos. Por años hemos vivido de la venta de este delicioso producto. Mi hijo mayor también se dedica a esta actividad”, manifiesta el abuelito, mientras mezcla la harina y la leche con lo que nos evidencia que el pasar de los años no lo perturba, más bien le han dado experiencia para enseñar un dulce oficio a sus descendientes.